¿La fiesta en paz?
■ Mariano Ramos, maestría sin país
Ampliar la imagen Sin toro, alternante, ni plaza aborrecidos, a la excepcional maestría de Mariano Ramos le faltó un país con mayor amplitud de criterio taurino Foto: El Saltillense
El pasado viernes, en la sede de la Asociación Nacional de Matadores, tuvo lugar un homenaje particularmente significativo a uno de los toreros con mayor peso específico en la historia de la tauromaquia: el maestro Mariano Ramos Narváez, nacido en el barrio de La Viga, en el Distrito Federal, el 26 de octubre de 1953.
Se celebraron sus 55 años de vida y 37 de alternativa, que recibió el 20 de noviembre de 1971 en Irapuato, Guanajuato, con el toro Campanero, de Santacilia, de manos de Manolo Martínez y como testigo Francisco Rivera Paquirri. Para entonces el precoz diestro de La Viga se había alzado como el novillero triunfador de la Plaza México, donde en nueve tardes cortó nueve orejas, dio ocho vueltas al ruedo y obtuvo el Estoque de Plata, en inolvidable mano a mano con Rafael Gil Rafaelillo. Los nefastos taurinos aguardaban.
Con una intuición fuera de serie delante de los toros, sustentada en una doble y rigurosa formación charro-taurina, pero sobre todo en un desbordado gusto tanto por torear como por resolver los problemas que le planteaba cada res, Mariano Ramos inició su carrera con paso firme... dentro del ruedo, pues fuera de éste acusó la añeja deficiencia administrativa que agobia al grueso de nuestros toreros, desde Rodolfo Gaona hasta Fermín Rivera nieto.
Así, apoderados de todos colores, nunca a la altura del talento lidiador del torero-charro, sino en el mejor de los casos apoyados en la amistad o admiración por el diestro, desfilaron a lo largo de su carrera, caracterizada por un pundonor fuera de época y por una vergüenza torera que le ha permitido enfrentar, sin pretextos y con éxito, aquí, en Europa y en Sudamérica, los encierros más duros, los toros más difíciles y los alternantes más celosos.
Durante el homenaje, el licenciado Julio Téllez, conductor del programa Toros y Toreros de Canal Once, proyectó un video sin desperdicio con algunas de las importantes faenas del maestro en la Plaza México, destacando por su dramatismo y poderío la realizada al enrazado, áspero y peligroso Timbalero, de Piedras Negras, el 31 de enero de 1982.
Modélica en todos sentidos, ese enorme trasteo de torero de muy altos vuelos debió haber servido para que nuestros taurinos repartieran mejor su centralizado poder, pero ocurrió todo lo contrario. Mandones, figurines, apoderados, ganaderos y chicos de la prensa se aliaron para estorbar hasta donde fuera posible tan brillante carrera.
Mariano tomó nota y siguió toreando lo que le echaran por toriles, alternando con todos e inclusive dando la alternativa a toreros tan indeseables y taquilleros como El Pana o El Glison, entre otros. Se iniciaba así el secuestro de la fiesta de toros de México por parte de los propios taurinos, a ciencia y paciencia de un público encandilado con tres coletas de atrayente personalidad pero relativa disposición a competir en serio más que en serie.
Orgulloso de ser y de saberse un gran torero por encima de las mezquindades, a la maestría de Mariano sin embargo le quedó chico su país, taurinamente hablando, y la falta, insisto, de una administración capaz de diseñarle una imagen internacional apoyada en la solidez de su tauromaquia, confirmó que la privilegiada sapiencia marianista en la cara del toro no sería proporcional a su sentido práctico con los taurinos.
Ensimismado en su maravillosa vocación, el maestro Mariano Ramos, más vigente que muchos jóvenes sin idea, satisfecho de su inigualable trayectoria espera sin prisas nuevas ocasiones de corroborar su elevada estatura torera. Claro, habrá que ver si las empresas se espabilan.