■ Voces poéticas ancestrales de América se escucharon en El Colegio Nacional
Concluyó el Encuentro Internacional de Literatura en Lenguas Indígenas
■ Son un reflejo “casi mítico” de nuestras culturas, dijo el escritor Carlos Montemayor
■ Elikura Chihuailaf, Gustavo Zapoteco y Feliciano Sánchez, entre los autores que leyeron parte de su obra
Las lenguas indígenas y sus literaturas son un reflejo, “casi mítico”, de las culturas y la naturaleza de América, dijo Carlos Montemayor; enseguida una nube de palabras verdaderas de diversas tradiciones literarias de la América antigua (Anáhuac, Tahuantinsuyo o Abiayala, pues) comenzó a perfumar la atmósfera del aula mayor de El Colegio Nacional con un vaho de sinceridad y esperanza.
Eran voces poéticas en maya, en náhuatl, en zapoteco, idiomas ancestrales de México, pero también en mapuche de Chile, en kichwa de Ecuador, en wayúu de Venezuela, en kuna de Panamá. Y era el recital con el que concluía el Encuentro Internacional de Literatura en Lenguas Indígenas, que ahí se realizó el jueves y viernes pasados.
Conductor del recital, Montemayor había dicho que, de toda la riqueza de las culturas y la naturaleza americanas (mares, ríos, lluvias, montañas, bosques, nieves, trópicos, climas, selvas), “las lenguas son un reflejo casi mítico, casi esencial, de lo que contiene la savia territorial de nuestros pueblos”.
El escritor, historiador y promotor de las literaturas originarias del continente presentaba a cada uno de los poetas, comentaba sobre sus libros, premios, trayectorias y singularidades creativas, y después les cedía el podio.
Comenzaban a emerger, entonces, pequeños condensados de metáforas, imágenes, cantos, emociones y reflexiones que, al irse sumando, agolpando, formaban una nube cada vez más grande.
Pan calli
Uno de los anfitriones mexicanos fue el elegido por Montemayor para compartir los primeros vapores, el poeta Gustavo Zapoteco, nahua de Morelos quien, entre otros, leyó en náhuatl y luego en español el texto inédito En casa (Pan calli), creado durante el encuentro y que en la primera de sus dos estrofas dice:
“He llegado/ al corazón de la ciudad,/ al muro de las lamentaciones,/ donde se rompió el teponaztle,/ el huehuetl,/ donde las banderas fueron rotas,/ los atavíos del jaguar, el águila,/ cayeron al ombligo de la Luna,/ donde las flores del cuervo/ se tiñeron de rojo,/ donde el colibrí zurdo/ expiró en manos/ de las doce vírgenes,/ donde se levantó la nueva Tonatzin,/ se puso el collar de flores de escudo,/ y se vistió de estrellas”.
Proveniente de Chile, el reconocido poeta Elikura Chihuailaf leyó en español y en mapuche – “esa lengua azul”, como la anunció Montemayor– diversos cantos, entre ellos, uno referido a la poesía misma y con la que aprovechó para criticar la represión a los indígenas por parte del gobierno chileno, La llave que nadie ha perdido (Ini rume ñamvm noel chi llafe), uno de cuyos fragmentos ilustra:
“La poesía no sirve para nada/ me dicen/ y en el bosque los árboles/ se acarician/ con sus raíces azules/ y agitan sus ramas el aire/ saludando con pájaros/ la Cruz del Sur/ La poesía es el hondo susurro/ de los asesinados/ el rumor de hojas en el otoño/ la tristeza por el muchacho/ que conserva la lengua/ pero ha perdido el alma”.
Montemayor ponderó las diversas riquezas gramaticales, sintácticas y fonéticas entre las lenguas europeas y americanas que ofrecen panoramas, complejidades y ritmos diferentes.
Después presentó a Feliciano Sánchez Chan, prolífico narrador, dramaturgo y poeta maya de Yucatán, quien muestra una solidez cada vez mayor, como cuando leyó su texto Piedras (Tuunicho’ob), en el cual, en la “vuelta de tuerca”, revela que a su abuelo, por las noches, le sale luz de las manos, y que comienza así:
“Hay piedras que ruedan/ otras que tiran,/ algunas que se ahogan,/ otras que suenan,/ algunas que caen,/ otras que se parten,/ o se vuelven cenizas.../ Otras a pesar de que son piedras/ no saben que son piedras,/ por eso tan solo te miran/ pasar por sus orillas.”
Aya uma
Y así siguieron los cantos del wayúu José Ángel Fernández Silva Wuliana (“el Sol es ojo de dios, juguete de los niños”), del kuna Arístides Turpana (“atónito descubres que eres extranjero en tu propia tierra”), o de la kichwa Lucila Lema, que leyó Aya uma (Espíritu):
“Ensordecedores cantos de guerra/ inundan mi pecho./ Hombres de dos caras emergen/ del fondo de la tierra,/ danzan en mis pies,/ me llevan”.
Hasta concluir con Irma Pineda, reconocida poeta zapoteca de Juchitán, quien leyó poemas-historias, como la de presuntos colibríes desleales que denunciaban a los niños con sus abuelos:
“Hasta que un día/ nos contó un colibrí/ que los viejos tienen el don de la luz/ que sólo el tiempo otorga”.
Al final, Carlos Montemayor agradeció a los escritores de América “por seguir siendo lo que son, por no perder sus raíces y sus idiomas, que son nuestras raíces y nuestros idiomas”.