Usted está aquí: jueves 21 de agosto de 2008 Opinión Drama Fest

Olga Hármony

Drama Fest

Como cada año, Drama Fest, el festival dramático que organizó y coordina la inquieta Aurora Cano, presenta la obra de un autor estadunidense dirigida por un mexicano y la obra de un dramaturgo nacional dirigida por un estadunidense, así como varias lecturas dramatizadas, además de diversos talleres. Este año, el texto dramático estadunidense correspondió a David Henry Hwang, el autor de, entre otras obras, la exitosa M.Butterflay que presenciamos en 1989 bajo la dirección de José Luis Ibáñez.

Yellow Face, que ahora conocemos en traducción de Pilar Ixquic Mata, es un texto autobiográfico en el que el dramaturgo de origen chino introduce a un personaje ficticio para jugar con una especie de contra racismo en que los asiáticos protestan porque un actor blanco interprete papeles de la llamada raza amarilla (de ahí el título).

Aceptada la curiosa premisa, que ilustra las dificultades de asimilación de muchos inmigrantes a la cultura estadunidense –y sobre todo los chinos, incluyendo a los fundadores de bancos como el padre del dramaturgo, que son considerados como poco asimilables– y siguiendo los avatares de la filmación de una película, el texto de Hwang es por momentos muy localista y alude a sucesos que posiblemente escapan al conocimiento de un público joven mexicano, como el juicio y ejecución de los Rosenberg, lo que puede dificultar la comprensión cabal del montaje.

La cantidad de lugares y de personajes de la obra son resueltos por el director Richard Viqueira y la escenógrafa Morgana Ludlow con una escenografía muy poco realista, consistente en grandes esferas que sirven de asientos o son soportadas por los tablones de diferentes alturas de un panel, y por el recurso de que la mayoría de los actores dobletean papeles, excepto Ricardo Esquerra, quien interpreta al propio dramaturgo, y Miguel Conde, que es el inventado personaje del actor blanco que se hace pasar por asiático. La malicia del director lo hace extremar el apunte racial al no intentar que personaje alguno se caracterice como asiático, dando los roles de chinos indistintamente a una actriz negra (Marisol Castillo, quien también incorpora a algún personaje caucásico) o a un blanco, como es José Sefami, mientras que la actriz de origen japonés Irene Akiko y el actor Lelever Aiza se reparten papeles de todas las razas. Viqueira le da un ritmo ágil a su escenificación, al mismo tiempo que se afina como director de actores.

La obra mexicana es de Alberto Villarreal, quien se ostenta como el exponente entre nosotros de las teorías del post drama de Hans Thies Liehmann, como demuestra en sus textos sin conflicto y refrenda en este Desaire de elevadores, dirigida por la estadunidense Tea Alagic. Si Villarreal declara que se inspiró en Pessoa, esto no se nota ni en lo escrito ni mucho menos en la escenificación de la directora, que muestra a estos personajes supuestamente melancólicos como degradados bufones de sí mismos con movimientos –apoyados por el percusionista Gabriel Lugo– más robóticos que humanos.

Villlarreal plantea, además de la soledad de estas personas que viven en un edificio que se incendiará, el subtexto del origen de las especies –con el leiv motiv de peces, alberca y peceras– y hacia dónde se encamina la humanidad, excesivo para lo que se ve y se oye. La escenografía en forma de piscina abandonada es también de Morgana Ludlow y el vestuario, como el de la obra anterior, de Adriana Olivera, que en este caso acentúa la extravagancia y borra cualquier posibilidad de melancolía.

Es una lástima que el elenco, encabezado por Fernando Becerril y Aída López, tenga pocas oportunidades de mostrar sus recursos actorales. Los otros integrantes son Elena de Haro, Fermín Martínez, Edwarda Gurrola, Rodolfo Nevárez, Juan Carlos Barreto –como un amanerado homosexual que juega un si es no es con la homofobia posible del público– y Paula Comadurán en un papel de falsa ondina que sólo hablará al final.

La pertinencia del título se me escapa y posiblemente se me escaparon muchas cosas de este montaje que poco añade a nuestra escena.

 
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