Dos medallas
Tras casi dos tercios de los juegos olímpicos la cosecha de medallas de los países latinoamericanos es relativamente exigua. Entre las diferentes regiones del mundo, la nuestra francamente no destaca por sus logros deportivos, aunque hemos visto éxitos individuales o incluso de equipos que llaman poderosamente la atención. Jamaica ha mostrado la capacidad de sus velocistas, logrando hasta el momento cinco medallas: dos de oro y tres de plata, seguido de Cuba que tiene 11: un oro, cinco platas y cinco bronces, y Brasil con seis: un oro y cinco bronces. México, como sabemos, apenas ha logrado una de oro y una de bronce. En Asia destacan China y Corea, con 76 y 24 medallas, respectivamente.
En el desempeño económico los resultados son parecidos. El crecimiento de los países asiáticos de industrialización reciente ha sido, desde luego, extraordinario; en tanto que en América Latina, aunque se ha crecido a ritmos importantes, comparativamente su desempeño ha sido discreto. México ha tenido en el boom reciente de la economía mundial un magro crecimiento, tanto en relación con los países latinoamericanos como con las naciones en desarrollo. Eso ha implicado que nos hemos rezagado significativamente.
Nuestros deportistas se han enfrentado a los mejores del mundo, en condiciones en las que hasta los uniformes han sido un desastre: la empresa proveedora los entregó en malas condiciones y, en algunos casos, incumpliendo la normatividad de ciertos deportes. Seguramente esa empresa cotizó sus productos, garantizando calidad, precio y desempeño, pero a la hora de la verdad fallaron. A otro competidor le hizo daño lo que cenó y, en consecuencia, no logró su meta; su entrenador, el equipo técnico y los numerosos administradores no se dieron cuenta.
Algo similar ha ocurrido con el mediocre desempeño de nuestra economía. La razón básica de esta mediocridad está en que la inversión privada no ha respondido a los diferentes estímulos recibidos. Los empresarios mexicanos y los extranjeros asentados en el país, pese a las reformas emprendidas para retirar al Estado de las actividades económicas para dejarles todo el espacio, simplemente no han respondido invirtiendo.
Siempre encuentran una razón para no hacerlo: en un tiempo dijeron que el régimen corrupto del PRI era un factor contrario al desarrollo, por eso, pese a las reformas neoliberales, que eran claramente a su favor, no invirtieron. Luego apoyaron al PAN y en la alternancia tampoco lo hicieron. Les dio miedo López Obrador y se embarcaron en una campaña ilegal contra él, imponiendo a su candidato con artimañas, y tampoco han respondido invirtiendo. De modo que nuestra economía es como nuestros deportistas: incapaz de competir exitosamente contra los mejores.
Una entrenadora señaló que a sus pupilas “les faltaron agallas: entrenaron ocho horas diarias y al final tuvieron un error de gran tamaño. Sin esas agallas en una Olimpiada no se puede aspirar a ganar una medalla”. Nuestros empresarios fueron protegidos por el Estado durante muchos años, tantos que habrían tenido tiempo para crecer y estar en condiciones de competir en el mercado mundial. Después, el Estado fue retirado y se les dejó en libertad de actuar, argumentando que las empresas estatales competían ventajosamente contra ellos. Las empresas públicas se les vendieron y muchas fueron cerradas. Luego se firmó el TLC para permitir que las exportaciones tuvieran al mayor mercado del mundo libre de restricciones, y fallaron.
A los empresarios no les faltaron agallas: les falta interés en el país. Piensan que lo que importa es que ellos se desarrollen y que para eso no hace falta que el país lo haga. Por eso los grandes empresarios se han convertido en magnates, mientras el país languidece. Los medianos empresarios fueron expoliados por los gigantes gracias a la libertad de mercado, pero siguen pensando que el activismo estatal es pernicioso. No se defienden, actúan y, como dijo un corredor mexicano de 10 mil metros hace unos días: “ni modo, ellos son mejores, entrenan diferente. No estamos a su altura”.