Economist Intelligence Unit
Macroeconomía
Por ahora, todo incierto
■ Pese a la baja de precios de mercancías, persiste la preocupación
Ampliar la imagen Un turista observa un lingote de oro en el museo del Banco de Inglaterra, en Londres, en marzo pasado. El banco británico mantuvo hace dos semanas su tasa de interés en 5%, en espera de que baje la inflación Foto: Reuters
Cuando la restricción crediticia estalló, hace un año, los pesimistas predijeron una recesión global. Los optimistas, en contraste, pensaron que el resto del mundo podría desacoplarse de los problemas del mercado inmobiliario estadunidense.
Nadie previó que la restricción vendría acompañada de altísimos precios del petróleo. En cierto modo, el alza de las materias primas ha sido el lado oscuro del desacoplamiento. Pero por fin el panorama ha comenzado a cambiar. Luego de llegar a 147 dólares por barril, el 11 de julio, el crudo ha caído por abajo de 120 dólares. El índice Reuters/Jefferies CRB de materias primas descendió 10% en julio, la mayor caída mensual desde marzo de 1980. El oro se ha deslizado por abajo de 900 dólares por onza; el maíz, más de 30% desde principios de julio, y el cobre está en su nivel más bajo en seis meses.
Son datos que inducen optimismo en los mercados financieros. La carestía de las materias primas ha afectado a los consumidores del mundo desarrollado. Al mismo tiempo ha elevado la inflación general, lo que ha dificultado que los bancos centrales reduzcan las tasas de interés. Incluso si los precios de las materias primas ya no bajaran más, los índices inflacionarios podrían disminuir este año.
La pregunta crucial es: ¿por qué disminuyen los precios de las materias primas? Si, como piensa tanta gente, se expulsara del mercado a la especulación, todo estaría bien. Los únicos perdedores deberían ser ciertos fondos de cobertura.
Pero si los precios de las materias primas disminuyen porque la economía global ha chocado contra la pared, es otro asunto. Las cifras recientes son deprimentes; al menos para que Europa y Japón se preocupen. El PIB de Alemania, según se informa, ha caído 1% durante el segundo trimestre. Las ventas minoristas en la zona euro cayeron 3.1% anual de junio a junio. La producción manufacturera británica se ha estancado o caído durante estos cuatro meses. En Japón, la producción industrial ha caído durante dos trimestres consecutivos.
Aunque las recientes cifras económicas de EU hayan sido, en balance, ligeramente mejores que las esperadas, una recesión en Europa y Japón implicaría una perspectiva muy sombría para los rendimientos corporativos; después de todo, ha sido el crecimiento de las exportaciones lo que ha sostenido a los fabricantes estadunidenses.
Una explicación alternativa sería que los altos precios del crudo han hecho su trabajo. Cuando la demanda de un producto es muy inelástica, se requiere una gran alza de precios para expulsar del mercado al comprador marginal. Ese comprador finalmente se dio por vencido cuando la gasolina llegó a casi un dólar por litro. De acuerdo con el Ministerio de Transporte, los estadunidenses condujeron 15.4 mil millones de kilómetros menos en mayo que el año pasado. Mientras la demanda se contraía, la oferta de la OPEP se elevó durante los tres meses anteriores. En la agricultura, la oferta y demanda han estado más cerca del equilibrio, ante la eliminación de controles de exportación y cosechas mejores que las esperadas.
Toda esta incertidumbre ha provocado la volatilidad de las bolsas. Y no ha ayudado el hecho de que la minería y las reservas de energía tengan ahora un peso enorme en los principales índices; el 5 de agosto las reservas de energía del índice mundial MSCI estaban 21% por debajo de su registro más alto. Pero, después de un junio y un julio bastante deprimentes, hay signos de que el humor mejora un poco. La confirmación de que, por el momento, la Reserva Federal mantendrá sus tasas de interés ayudó a que el índice S&P 500 llegara a 2.9% el 5 de agosto.
Pero es difícil creer que las bolsas se repondrán decisivamente sin la participación de los mercados de crédito, donde comenzó la lamentable historia. Aquí, si se hace caso omiso del sector bancario, hay signos esperanzadores. Tomemos por ejemplo el interés adicional, o diferencial, sobre la deuda europea no financiera calificada en grado de inversión. En junio de 2007 era de 30.5 puntos básicos (menos de la tercera parte de un punto porcentual), de acuerdo con Dresdner Kleinwort. El 1º de abril casi se había cuadruplicado a 118 puntos básicos. Pero ahora está alrededor de la cuarta parte de un punto porcentual por debajo de su pico.
Los bancos son una historia diferente. En junio de 2007, los bancos europeos pagaban apenas 63 puntos básicos por arriba de los bonos gubernamentales. En marzo, cuando se desplomó Bear Stearns, ese diferencial se había más que quintuplicado, a 342.5 puntos. Sin embargo, el pico no ocurrió hasta mediados de julio (gracias a las preocupaciones sobre Fannie Mae y Freddie Mac) y los diferenciales aún están unos puntos por abajo de ese registro.
El peligro, como advierte Willem Sels, de Dresdner, es una fase 2 de la crisis, con una deuda incobrable que se trasladaría de las hipotecas de riesgo a las tarjetas de crédito, los préstamos automáticos y los créditos apalancados emitidos por grupos de capital privado. Considerando las recientes dificultades para elevar su capital, ante nuevas quiebras los bancos podrían reaccionar volviéndose más conservadores en sus financiamientos, lo que presionaría aún más a la economía. Un año después del inicio de la crisis, el final no está aún a la vista.
Fuente: EIU
Traducción de texto: Jorge Anaya