Teo Allain Chambi: En el cementerio de  Paucartambo, Cusco, 1989

 

Los sabios yoremes de Sonora

La longevidad de la memoria 

 

Cualquier tiempo de vida es absurdamente corto

si se le compara con la longevidad de la memoria.

John Berger, De A para X

 

Ramón Vera Herrera, Navojoa, Sonora. La cruz que separa de la ciudad de Navojoa el territorio mayo-yoreme de Cohuirimpo se planta en un transitado camino y asoma sus contornos de árbol antiguo. El horizonte es muy abierto porque en las orillas de la capital del municipio las rancherías se dispersan por brechas y quebraditas: 116 mil hectáreas de monocultivo de riego: trigo, cebada, sandía, melón y más al norte uva, papa, tomate verde, cereales y leguminosas. Uff!, cuánto progreso. Cuánto deterioro. Granjas de cerdos y camarones —con rastro y frigorífico. Las empacadoras de harina se entreveran con las sucísimas fábricas de balanceados para estos ganados de tierra y agua que se crían y destinan a la gran exportación. Con niveles de agrotóxicos enfermantes las tierras están literalmente quemadas, dicen los pocos que todavía se animan a sembrar algo para la familia, o para la comunidad. “Qué raro dejar de perseguir el maíz o el frijol en la parcela, y al mismo tiempo consumirlos”, dicen los sabios de una tierra famosa por vacas, borregos, chivas, burros, caballos.

En la costa se va desmantelando la pesca artesanal de los yoremes de Yavaros en beneficio de las grandes empresas japonesas. La escalera náutica que desciende por Baja California terminará robando el agua dulce de la península y de su vecino, Sonora, mientras crecen las unidades habitacionales para pobres y las unidades vacacionales o de retirados para los ricos estadunidenses, que comienzan a invadir al sur de la frontera del río Bravo con sus tráileres, sus veleros, sus yates, sus motocicletas y sus piscinas. Los jóvenes se van, y muchos no vuelven. Muchos que vuelven vienen empandillados, con venganzas por cumplir, con la idea de que resistir es delinquir y ser muy hombres. Algo grave que se mira poco pero ya se comenta en varios círculos rurales es que hay quien mete el pegamento entre los más chavalitos, y ya se les ve respirando de una bolsa de plástico con la sonrisa y la mirada ensueñadas pero irascibles.

Sin mucho aspaviento, las autoridades agropecuarias y los grupos de agricultores ligados a empresas, van imponiendo el clima que permitirá inundar los campos con transgénicos, solapados por las legislaciones aprobadas por todos los partidos a nivel federal y a espaldas de la gente —lo cual recrudecerá el control empresarial sobre la agricultura. Cualquier parte de semillas o cultivos será rastreable hasta el “dueño”, que impondrá nuevos tributos por sembrar en tierra propia, una que es posible perder cuando los rendimientos prometidos por los paquetes tecnológicos del siglo XXI no se cumplan.

 

En cuanto a la autonomía indígena, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indios diseñó desde la instauración de la antirreforma indígena del 2001 un sistema “perfecto” (no hay crimen perfecto) para desmantelar sus asideros. En vez de reconocer el derecho de pueblos, naciones, tribus a autogobernarse legitimándolos como sujetos de derecho público, pretende que los indígenas de Sonora (mayos, yaquis, guarijíos, pimas, pápagos, seris, kumiai y cucapás) se concentren en una sola asociación civil que gestione a nombre de todos (eso hacen ahora en todo el país) los escasos pesos sobrantes de un gobierno que quiere envilecer con sus acciones a sabias familias de antiguos arrieros trashumantes. Las instancias legales que les fuerzan a formar, son exactamente lo contrario de un gobierno propio, y han tenido el perverso efecto de dividir y humillan a los representantes que se dejan sojuzgar y corromper. En eso ha sido muy eficaz la CDI y la atomización y el encono comienzan apenas a revertirse con los esfuerzos de la región Noroeste del Congreso Nacional Indígena —su paso es demasiado reciente todavía.

 

Pero la cruz de Cohuirimpo está intacta, no se apolilló ni se pudrió porque quienes la clavaron tuvieron un respeto, un cuidado, y quemaron las raíces y el tronco para que con sus cenizas  ya no le subiera nada a la cruz, y ahí sigue. El Consejo de Ancianos de la tribu de Cohuirimpo (los sabios de la región), está empeñado en defender la profundidad de la memoria, de lo que los yoremes llaman respeto, y respeto por el respeto — “la cualidad más noble de cualquiera de los que andamos aquí en la tierra”, por eso se dicen yoremes. Y se quejan con una sola voz (que son muchas) de que ésos que se dicen gobernadores tradicionales sean allegados al poder, “personas que se convirtieron en debilidad porque nomás acarician las mentiras, títeres manejados que acatan la disposición y la condición (cuerdas con las que los niveles de gobierno del país nos tienen bien amarrados). Para el caso ese gobierno es la forma más acabada del crimen organizado, un séquito de gente que nomás viene a zumbar el carro, doblar el codo y abultar su bolsillo”.  En cambio nosotros, afirma el Consejo, “aquí no tenemos de’sos gobernadores, aquí somos puros intérpretes de la naturaleza. Queremos ser sencillos, anivelados, es decir que no queremos estar ni abajo ni arriba pero sí honrar sobre todo lo que consideramos el cumplimiento de nuestro deber. No estamos cuidando una moneda, estamos cuidando la memoria de nuestros antepasados que están bajo tierra. Nuestros procedimientos vienen de la gente que tenemos enterrada, y su palabra vive desde siempre, y se dijo en las lumbradas y en las escuetas ramadas del desierto y las barrancas”.

Don Alfredo Osuna, vocero del Consejo, insiste: “Desde el fondo del tiempo, cada palabra es como la hoja, unificada, y va formando un árbol, un sombreado, una ramada, a lo que es la familia de nuestra raza. Esa ramada es la sombra de toda una tribu, y esa sombra es la verdad: actos que forjaron los antiguos, tan importantes como la tierra, y que la disposición quisiera erradicar”.

 

Es una rebeldía muy conmovedora la de estos yoremes, yoremías (respetadores del respeto, nómadas pero no errantes porque caminaban su territorio, “no a tontas y locas por el mundo”), porque arrinconados en una modernidad que supuso haberlos borrado, ellos siguen insistiendo en reivindicar que la autonomía empieza por unificar el pensamiento propio, es decir, quitarle lo fragmentado y fragmentario (“porque primero te toca preparar lo propio para luego pasar a preparar la tierra”). Para ellos la palabra es otro modo del territorio, sus nociones y concepciones deben sonar primero en yoreme aunque luego traduzcan, porque sienten que así las palabras se igualan con las estrellas. Su empeño primordial es hacer lo debido, encarnar la justicia. Por eso buscan ahora trabajar con otros pueblos porque “el avariento, el embustero, el altanero, según él entró al país a sembrar leyes pero nomás nos engañó con sus papeles embarrados porque éstas conservan o reservan lo que le conviene a sus intereses”. E insisten: “debemos encontrarnos entre quienes pensamos parecido e ir intercambiando experiencias.

Sabemos que un día todas las palabras se van a juntar, y ante tanta cochinada de tanta ley impuesta se impondrá la historia que habremos de expresar”.

 

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