Certezas y sospechas sobre el crimen
Hace unos días tuve la oportunidad de presenciar una conferencia que el secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, dio a la cúpula nacional de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), en la ciudad de León, Guanajuato.
La conferencia del encargado de la seguridad en el país fue inscrita de última hora, con carácter de urgente, en la agenda de la reunión del consejo directivo de la Coparmex. Los empresarios afiliados habían manifestado su preocupación por el avance imparable del crimen organizado y en particular de la ola de secuestros que se expande por toda la República.
Según comentó en la sobremesa uno de los dirigentes de la confederación, durante los tres días previos a esa noche en que se dio el encuentro con García Luna, 168 de sus afiliados habían notificado ya su decisión de abandonar el país o de mudar su residencia a ciudades más pequeñas y “más seguras”, dijeron, en México.
El secretario de Seguridad Pública acudió ante los empresarios con la mejor disposición de explicar el crimen organizado desde su origen y de mostrar algunas de sus causas. Para eso hizo una breve presentación en Power Point y luego accedió a responder las preguntas y las dudas de los asistentes. Pero la preocupación de los hombres del dinero era mucha y su malestar con la autoridad fue todavía más grande. Varias de las intervenciones de los presentes, más que preguntas al funcionario, eran airados reclamos a la falta de eficacia en el combate a la delincuencia.
Sorprendió la vehemencia con la que el empresario sinaloense Manuel Clouthier, hijo de quien fuera el abanderado panista en la elección presidencial de 1988, se dirigió al titular de la Secretaría de Seguridad Pública.
Clouthier se refirió al escalamiento de la violencia en su estado y a la falta de respuestas concretas, efectivas, por parte de las policías estatal y federal. Le pidió, le exigió, que diera a conocer acciones concretas. Trascendió ahí que Clouthier traía a flor de piel el dolor, la impotencia y la rabia, porque la desgracia tocó recientemente de uno de los suyos.
El secretario apenas respondió atropelladamente a lo dicho por el empresario. Titubeante, sostuvo que el problema fundamental en Sinaloa es que el crimen organizado tiene una base social y que está arropado por la comunidad.
No habló de acciones ni de estrategias. Se refirió al enorme poderío económico del crimen organizado; a la ilimitada capacidad que tiene de adquirir el mejor armamento; a sus posibilidades inagotables para corromper y comprar conciencias, y a lo sanguinarios que son quienes lo conforman.
Varios de los presentes permanecimos atónitos. Aunque el funcionario no había dicho nada que no supiéramos, escucharlo de la boca misma del responsable de la seguridad pública en el país adquiere otra dimensión y termina por extinguir cualquier rayo de esperanza. García Luna concluyó diciendo algo así como que, pese a todo, “el Estado mexicano es más grande que la delincuencia…”
Salí del lugar, ya pasada la medianoche, con un amargo sabor de boca, con una certeza y con una sospecha: con la certeza de que el crimen organizado gana terreno de manera irremediable hasta ahora y con la sospecha de que lamentablemente en el país no hay, no se encuentra o no se puede tener, una estrategia que permita combatir con eficacia a los delincuentes.
Justo cuando tecleo estas últimas líneas reviso la fría estadística, que sólo termina por estremecerme y confirma mis certezas y mis sospechas. En los primeros ocho meses de 2008 ha habido más ejecuciones que en todo 2007, año que de por sí se consideraba ya violento.
En 2007, las ejecuciones derivadas del crimen organizado alcanzaron las 2 mil 673, en tanto que del primero de enero al 15 de agosto del presente año, la cifra de muertes violentas atribuidas a ese tipo de delincuencia ascendió a 2 mil 682. Tan sólo Chihuahua y Sinaloa registran mil 542 de las ejecuciones referidas, más de la mitad del total de las ocurridas en lo que va del año.
Hay múltiples y muy diversas explicaciones al aumento de la violencia generada por el crimen organizado. Lo cierto es que ahora las explicaciones no importan y no alcanza a verse una estrategia de combate eficaz.
Quizás ya no se pueda, quizás el empoderamiento de la delincuencia organizada la haya hecho muy superior a las posibilidades reales del gobierno mexicano. Me resisto a aceptarlo. Muchos nos resistimos a aceptarlo. Da miedo aceptarlo.