Número 145 | Jueves 7 de agosto de 2008
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Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus
NotieSe


No hay balas mágicas ni saltos de fe para combatir al sida

Una entrevista con Richard Parker
El cambio en la percepción del sida como un padecimiento crónico más que una fatalidad, está al mismo tiempo cambiando las subjetividades sexuales de la gente en un mundo en el que el acceso a tratamientos eficaces contra el sida es ya una realidad.

Por Carlos Bonfil

Desde sus primeras manifestaciones, la evolución del sida no ha hecho sino desafiar constantemente los marcos conceptuales y sistemas de pensamiento en los más variados campos de la investigación científica. En el campo de la sexualidad, uno de los investigadores que más se ha abocado a analizar el impacto de la epidemia del VIH en los comportamientos sexuales es Richard Parker, antropólogo y profesor de la Escuela de Salud Pública Mailman, y presidente de ABIA, una de las organizaciones brasileñas de sida más reconocidas.

Entrevistamos a Richard Parker luego de su participación en el Encuentro Latinoamericano y del Caribe sobre Sociedad y Sexualidad, organizado por varias instituciones académicas mexicanas los últimos días de julio en esta ciudad.

¿Qué cambios observa en la práctica de la sexualidad a partir de la aparición en 1996 de los tratamientos antirretrovirales que están cambiando el curso de la epidemia del VIH? No disponemos de buena información acerca de cómo el año clave de 1996 incidió en las prácticas sexuales. La comunidad científica reconoció el impacto que los antirretrovirales tendrían sobre la sexualidad, y los investigadores sociales tardaron un poco en entender dicho impacto. En Estados Unidos, una cultura particularmente negativa en lo que se refiere a la sexualidad, hubo mucha discusión en torno de lo que se llamo una “desinhibición”, la noción de que el acceso a los nuevos tratamientos provocaría que la gente tuviera prácticas sexuales de mayor riesgo, cuando se pensara que el sida ya no era un padecimiento fatal, y que por lo mismo no habría mayores razones para protegerse. Pienso que esta visión es demasiado simplista. El problema es que no disponemos de muchos estudios realmente perspicaces que muestren la manera en que la gente está hoy reorganizando sus subjetividades sexuales en un mundo en el que el acceso a tratamientos eficaces contra el sida es ya una realidad.

¿Existe una sexualidad “seropositiva” por llamarla de alguna manera?
Es interesante ver cómo empiezan a ser sexualmente activos los jóvenes bajo tratamiento que fueron infectados en el vientre materno o desde su adolescencia más temprana. Están también los adultos seropositivos interesados en procrear y en lidiar con nuevas estrategias de salud reproductiva. Vemos el caso en la comunidad gay de Brasil de nuevas infecciones entre jóvenes, pero también entre adultos que disponen de un caudal de informaciones sobre la pandemia, que no proceden de estratos sociales desfavorecidos, que pudieran protegerse, y que sin embargo se infectan día a día. Hay entonces todo un conjunto de comportamientos y respuestas en diversas comunidades que es preciso investigar para tener una percepción más clara de lo que sucede hoy con la epidemia.

¿Percibe cambios en la forma en que opera el estigma ligado al VIH debido a los tratamientos? El mismo hecho de cambiar la noción del VIH como padecimiento inevitablemente fatal al de una condición crónica y manejable, ha tenido sin duda el efecto importante de reducir el estigma y la discriminación, sin embargo me asombra que ese mismo estigma persista en ambientes en los que uno esperaría cambios que nunca llegan. Sucede que el VIH sigue siendo un problema muy complejo que tiene que ver con la homosexualidad, con lo transgénero, con la no conformidad al género, con el comportamiento sexual de las mujeres, a quienes se les ve como sexualmen- te activas por haberse infectado, y que por ello se sitúan al margen de los esquemas aceptados por la sociedad. Esos estigmas sociales se mezclan con los estigmas específicamente relacionados con la enfermedad, por lo que hay una condición social estigmatizada que se confunde con una condición de salud también estigmatizada, y ambas se entremezclan hasta hacer de la discriminación contra el VIH una de las situaciones más difíciles de combatir. Es por ello que uno de los avances más significativos de estos años ha sido la importancia de los derechos humanos y de los derechos civiles, y la defensa de una nueva visión del VIH a partir de esta premisa de los derechos. Esto no responde a todas las preguntas que se imponen en la materia, pero ciertamente se trata de un avance inmenso con respecto a lo que sucedía hace diez años. Es primordial porque entendimos que responder a la epidemia es también responder al vasto conjunto de desigualdades sociales que la moldearon, y que si no respondemos de esta manera estamos condenados a fracasar en nuestra respuesta al VIH.

¿Al cabo de veinticinco años de respuesta al VIH, considera usted que las estrategias de prevención han sido exitosas?
Sin duda, pero paralelo a los avances en prevención hay una tendencia a la simplificación excesiva; ha habido, en años recientes, una precipitación a implantar programas demasiado simplistas, el caso de la circuncisión, como una gran panacea de la prevención. Esta práctica puede resultar exitosa en algunas circunstancias y lugares, pero de ahí a concluir que la circuncisión puede prevenir la epidemia a un nivel mundial, es sólo una inmensa acrobacia de la fe. Esto es sintomático de lo que yo llamaría una bio-medicalización de la prevención.

Esto incluye otros enfoques bio-médicos como la prueba del sida, que naturalmente son en sí correctos, pero de ningún modo representan la bala mágica que acabará con la epidemia. Pienso que sería un gran error verlo de esta manera. Nunca ha habido una solución mágica, e incluso si dispusiéramos de una vacuna efectiva, una vacuna preventiva que pudiéramos hacer circular por todo el mundo, las barreras políticas, sociales y culturales que se han levantado para impedir justamente eso, siguen siendo enormes. Creo que debemos por ello seguir luchando para convencer a las autoridades responsables de administrar las respuestas a la epidemia, de que el sida es una epidemia complicada y que esa complejidad debe entenderse y asumirse, en lugar de simplemente ignorarla.

¿Precisamente, qué cambios observa en el discurso conservador relacionado con la epidemia en los últimos años?
Durante la administración Bush, la influencia global de Estados Unidos ha sido increíblemente contradictoria. Por un lado, el gobierno de Bush merece un comentario positivo por su apoyo al aumento de los recursos destinados a proyectos de colaboración mundial para el incremento del acceso a los tratamientos, pero la tragedia es que ese mismo legado positivo ha estado ligado al conservadurismo moral de un modo contraproducente y muy poco científico, en lo que se refiere a las políticas de prevención. Un énfasis en la abstinencia, en la reducción de parejas sexuales, en el impulso a la monogamia, enfoques todos que a lo largo de veinticinco años han demostrado una total ineficacia. Y dichos enfoques han sido adoptados, en el contexto de la prevención de la epidemia, como una forma de legitimación moralista.

Por fortuna, fuera de Estados Unidos, y en particular en los países de América Latina, el impacto de esas políticas se ha visto mitigado por vigorosas políticas nacionales. Es el caso de Brasil, pero también el de México, que cuenta con un sólido programa de respuesta al sida. Brasil, por ejemplo, se negó rotundamente a condenar los derechos de las trabajadoras sexuales, y por ello Estados Unidos retiró cuarenta millones de dólares que habían sido destinados a organizaciones no gubernamentales.

América Latina ha opuesto un contrapeso considerable a las políticas de Bush, una resistencia y un liderazgo mayor aún que los de la propia comunidad europea. Muchos gobiernos en América Latina, incluso los más conservadores, han mostrado que el sermoneo moral no es la mejor respuesta a los retos que presenta la epidemia, y han promovido, sin mayores restricciones, la entrega masiva de condones y el acceso universal a los tratamientos. Este legado es importante y particularmente sólido, ya que no proviene de una dádiva oficial, sino de una larga tradición de activismo social y político en la defensa de los derechos civiles de las personas afectadas por la epidemia, y de los programas que satisfacen sus necesidades.