La mano de Fátima
En Nicaragua se han soltado todos los amarres de la lógica y el ciudadano común no sabe nunca a qué atenerse, ni en lo que se refiere a los asuntos de la vida interna, donde, por ejemplo, las pequeñas empresas de crédito que prestan dinero a los campesinos para sacar sus cosechas son perseguidas y asediadas por instrucciones del propio presidente de la república, ni tampoco en lo que hace a las relaciones con los demás países, donde cada día amanecemos dueños gratuitos de nuevos pleitos internacionales, sea con los donantes de la comunidad europea, a los que el mismo presidente ha llamado “moscas que viven de la inmundicia”, sea con España, o con Colombia.
Un amigo me comentaba hace poco lo grave que resulta para una nación tener que atenerse a los humores con que despierta la pareja matrimonial que detenta en sus manos todas las riendas del poder, desde la cuenta de los votos en las elecciones a las sentencias de los tribunales de justicia, humores que exponen generalmente subidos a una tarima adornada exuberantemente con flores de aromas capaces de neutralizar las maquinaciones de sus adversarios, igual que los protege de adversidades y envidias la mano abierta de Fátima con un ojo al centro, un símbolo esotérico de edad milenaria pintado en la pared detrás del sitial presidencial en medio de un mar de abigarrados colores, como si después de ejecutar los trazos de la mano sagrada de los taumaturgos de oriente, el artista hubiera terminado su trabajo a baldazos de pintura.
Antes muchos pensaban que las acciones del presidente Ortega en política internacional estaban dirigidas por la mano del presidente Hugo Chávez más que por la mano de Fátima, ya que todos los pleitos de Chávez eran asumidos con vehemencia furibunda por Ortega, o se acoplaba con él para hacerle segunda. Pero ya no es tan así, según los últimos acontecimientos.
Chávez parece conocer mejor la naturaleza de sus intereses, desde luego que tiene pretensiones geopolíticas, e invierte cuantiosas sumas en tratar de establecer su influencia en el Caribe, y en el continente, y tampoco parece detenerse a avisar a Ortega cuál será su próximo paso. Ha sido fácil verlo en su sorpresiva declaración urbi et orbi de que las FARC deben soltar de manera incondicional a todos los rehenes que le quedan, y que deben abandonar la lucha armada, por obsoleta; y lo mismo en su reciente viaje oficial a España, donde a todas luces llevaba el propósito de reconciliarse con el rey Juan Carlos, para reír ambos de frente a las cámaras en recuerdo del episodio de la Cumbre Iberoamericana de Santiago, con tan buen humor ahora los dos, que el rey le obsequió a Chávez una camiseta con la leyenda “¿Por qué no te callas?”
Chávez es capaz de reír, pero Ortega continúa con la cara seria, y no parece dispuesto a seguirlo por el camino de los borrones y cuentas nuevas, con lo que se recluye más en su deliberado ostracismo. Su íntimo aliado, el comandante Tomás Borge, exiliado sin embargo como embajador en Perú, ha declarado que las muestras de respaldo incondicional que Ortega ofrece a las FARC, y los anuncios que indicaban que una delegación oficial de ellas estaría presente en la tarima enflorada de los actos del aniversario de la revolución sandinista en Managua, eran un extraordinario acto de valentía, desde luego que “todo el mundo, o casi todo el mundo” repudiaba a las FARC. Muchos leerán temeridad, o irresponsabilidad, en lugar de valentía.
Y al decir todo el mundo, hay que incluir a Nicaragua. Las complacencias desaforadas del presidente Ortega en favor de una organización que ha perdido todo prestigio ético bajo el peso de los actos terroristas, los secuestros de civiles y el narcotráfico, y dista años luz de la imagen romántica que los guerrilleros sandinistas que derrocaron a la dictadura de Somoza tuvieron un día, son vistas entre mis conciudadanos con una mezcla de ira, estupor e impotencia. Nadie se siente representado en esa solitaria identificación oficial con las FARC, salvo aquellos que pertenecen al bando irreductible de la familia gobernante, por razones de rancia ideología, pero más que nada por sumisión de intereses personales, de los que tanto abundan ahora en las cercanías del poder.
Es terrible cuando las tragedias empiezan a parecerse a las comedias. La autoproclama del presidente Ortega como mediador entre las FARC y el gobierno de Colombia, rechazada por este último, y su consiguiente respuesta de que no tiene por qué pedir permiso a nadie para buscar la paz en aquel país, con lo que se queda como mediador a la mitad, provocan risas en la platea. Pero son risas tristes del lado donde nos sentamos los nicaragüenses.
El mismo amigo a quien aludí al principio me decía también que el único conflicto pendiente entre Nicaragua y Colombia, que los nicaragüenses reconocen como tal, es el que se refiere al juicio sobre límites fronterizos que se encuentra en manos del tribunal internacional de La Haya, y cuyo fallo todos entendemos y aceptamos que deberá ser acatado al pie de la letra cuando se produzca. De allí en adelante, que la mano de Fátima proteja al presidente Daniel Ortega.