El petróleo y los embaucadores
Cuando la contrarreforma petrolera del señor Calderón se había convertido en una piltrafa, a pesar de sus disfraces redentoristas, le llegó un salvavidas priísta con el mismo espíritu entreguista, pero con antifaces más grandes. La iniciativa pergeñada por la facción dominante de la elite del PRI coincide, punto por punto, en las pretensiones básicas de privatizar la industria petrolera y trasladarla al extranjero. No hay más alternativa para la derecha política nacional que sucumbir ante sus ambiciones y debilidades. Tampoco resisten las tentaciones de controlar las dádivas frente a los necesitados, patrocinar los acomodos de fuerzas en conflicto, manejar los pequeños o grandes favores y coronar sus afanes de hacer negocios.
¿Por qué la propuesta del priísmo coincide en lo básico con la del señor Calderón? Porque ambas parten de un supuesto idéntico: aumentar la extracción de crudo para venderlo de inmediato. Diseñan sus acciones a partir de perseguir una plataforma sobrada para surtir al hambriento vecino del norte y recabar los enormes montos de divisas que requiere la hacienda pública para mantener los privilegios de siempre. De esta simpática y fácil manera los aspirantes a retornar al poder se granjean las simpatías de los centros de poder externo y de los inversionistas internos. Una carambola adecuada para montar sobre ella la búsqueda del Ejecutivo federal en 2012. Y, de paso, hacer de lado al panismo que, por ahora, ocupa puestos de relevancia burocrática sin saber qué hacer con ellos, fuera de manosearlos como botín.
Pero la semejanza entre las iniciativas del PAN y el PRI no se detiene en esa solitaria identidad. Semejanza que, por lo demás, sería suficiente para incitar una férrea oposición de aquellos, cada vez más numerosos mexicanos patriotas, que se rehúsan a mal emplear las muchas o pocas reservas que les quedan. Las dos facciones de la derecha han decidido, de inmediato, ir por el tesorito de las aguas profundas sin titubeos ni dilaciones. Dos mil pozos a 150 millones cada uno dan una idea aproximada de la enorme suma de contratos a otorgar (300 mil millones de dólares).
Las alianzas estratégicas que sobó el señor Calderón como panacea ya no les parecen adecuadas a los priístas. Pero, como aquéllos, tampoco apuestan por iniciar el intenso y bien fondeado programa de investigación para dotar a Pemex de la capacidad organizativa y tecnológica requerida para una aventura a esas profundidades. Urge, a la coalición formada de antemano, invertir en la exploración a marchas forzadas.
Las trasnacionales se frotan las manos en espera de unos tontos que les eviten tan elevadas erogaciones para hacerse de un tesorito que calculan, según datos de la inquieta señora Kessel, en 20 mmdb de crudo equivalente. A precios actuales de 100 dólares el barril alcanzaría la astronómica cifra de dos billones de dólares. Así, en ambas iniciativas se contempla contratar, con similares ordenamientos, a distintas empresas externas para la perforación y extracción de crudos, no sólo en tan atractivas aguas, hasta hoy casi inexploradas, sino en todo el demás territorio del país.
Pero la parte medular viene a continuación en la retorcida iniciativa: las “empresas espejo”, una pulverización tan innecesaria como cara. Es aquí donde se revelan sus intenciones privatizadoras y las grandes oportunidades de negocios para aquellos atrevidos que puedan concitar aliados con masivos capitales disponibles (léase gobernadores y demás).
El proceso se inicia al formar las empresas, desconcentradas de Pemex, con cien por ciento de capital público. Ése es el señuelo tras del cual se han ido varios legisladores perredistas que defienden con ardor la iniciativa priísta, acordada, por lo demás, desde hace ya mucho tiempo con el gobierno y los grupos de presión. En efecto, esas empresas, totalmente controladas por el Consejo de Administración de Pemex (CAP), podrán contratar con particulares, por ejemplo, la construcción de una refinería para, después, celebrar otro contrato de servicios para la refinación. En realidad sería una efectiva operación de maquila, tal como la propuso el señor Calderón. Pero esta nueva intentona no se detiene ahí, va más allá, mucho más allá que la adelantada hace unos meses.
El CAP podrá, si se aprueban las reformas del priísmo a la ley que normaría a la paraestatal, proceder a desincorporar (es decir, vender o privatizar) esas “empresas espejo” de marras. De esa grotesca manera piensan engatusar los priístas a la sociedad. Afortunadamente, después de tanto debatir pormenores, la parte enterada de la población ya no se traga los afeites de los embaucadores. Lo mismo ocurriría con los ductos, la petroquímica básica, el almacenamiento y la distribución de petrolíferos o petroquímicos.
Ante tal atropello a la inteligencia, y a los intereses nacionales, la oposición real a la entrega de la industria petrolera debe levantar su voz y poner en marcha toda su fuerza, que no es poca, y que ahora está tan decidida como organizada. No es posible cohabitar, conciliar, negociar con semejantes intentos de atropello voraz. Las pretensiones para entregar de encubierto modo la industria petrolera no pueden encontrar un solitario punto de apoyo entre aquellos que desean conservar, en poder del Estado y como mandata la Constitución, el gran pivote de la industrialización y el desarrollo de México. Poco importa que la renovada contrarreforma anuncie transparentar contratos ya firmados o un fondo para la transición energética. Éste no pasa de ser otro distractor que, sin tapujos, pone en manos de los ávidos negociantes (de fuera y dentro) y sus parásitos internos teñidos de verde, las llamadas fuentes alternativas o renovables, todo un filón de oportunidades adicionales.
Por último, habrá que enfocar ahora una estrategia difusiva para tocar a los priístas de base. Ésos que por tradición y posturas personales no están dispuestos a dejarse embaucar en la intentona de entregar el petróleo y la industria energética completa al capital monopólico nacional y, menos aún, a las trasnacionales que tan unidas están con la derecha política. El priísmo tiene una sólida base de millones de simpatizantes que no estarán de acuerdo con lo que sus elites traman. Una propuesta nacionalista los podrá atraer, qué duda cabe.