Usted está aquí: miércoles 23 de julio de 2008 Política Incógnitas del país K

José Steinsleger

Incógnitas del país K

Ciertos matices socioculturales exigen ser auscultados con la K, letra más sugerente y misteriosa que la racional y jactanciosa X. Kafka la usó para nombrar el tipo de persona que un coetáneo (Robert Musil) ubicó en el ficticio estado de Kakania. Ni el uno ni el otro escritor supieron que ambas K adquirieron forma real en la ribera occidental del río de la Plata.

La Kakania moderna nació en 1862. En una primera ronda de luchas, tras independizarse de Hispania, los kakanitecos sufrieron serios reveses a manos de los patriotas. Finalmente, los británicos acudieron en su ayuda, pero a cambio tuvieron que entregar sus carnes y mieses a perpetuidad.

Los fundadores de Kakania admiraban a Estados Unidos. De hecho, la Constitución fue calco y copia de la jeffersoniana. Sin embargo, Britania empleó sus mañas a fondo y el espíritu confederativo original se diluyó en el término “nación”, concepto inaprensible que, así como defendía el libre cambio, consagraba la gran propiedad territorial.

La idea (perversa) apuntaba a que los nativos se sintiesen depositarios de la “unidad nacional”. O sea de los intereses de la Aduana. Kakania desistió de impulsar el mercado interno (como en Estados Unidos) y optó por lo fácil: la extensión de la “frontera agrícola”, eufemismo de matar a los indios de las pampas, con el propósito de apropiarse de sus mejores tierras.

Ningún presidente de Kakania, never, puso en duda tal modalidad civilizatoria. En este contexto nació la Sociedad Rural Kakaniteca (SRK, 1866). “Cultivar el suelo es servir a la patria”, fue su lema. Y con ella alzó vuelo la prodigiosa generación de escritores y pensadores que sentaron las bases de la ideología kakaniteca: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero no todos son igualmente ciudadanos.

Con el tiempo, Kakania negoció todas sus commodities, es decir, cualquier cosa vendible a futuro en el “mercado global”: trigo, cereales, soya, petróleo, intelectuales, yacimientos mineros, gas, futbolistas, medios de comunicación, políticos, retazos del país, el país entero inclusive. Fortaleciose así la mentalidad rentista, individualista y parasitaria, sello distintivo del kakaniteco.

El crecimiento de la ideología kakaniteca fue notable. Buena parte de los nativos interiorizaron el habla, los sentimientos, la escritura, el pensamiento de sus explotadores, sublimando lo que en lengua vulgar llamaríamos “lavado de cerebro”, y en gramsciano “hegemonía”.

Aldeanamente cosmopolitas, proliferan en Kakania teóricos cuyo talento consiste en simbolizar la realidad en inescrutables formulaciones muy poco realistas. Los kakanitecos dominan la técnica de las definiciones y los enunciados. Nada se les escapa, son autorreferenciales y siempre repiten lo mismo. Y cuando hablan del resto del país le llaman “interior” o “campo”, en longitudes de onda que se transmiten con turística emocional nacional.

El bando de los kakanitecos exige más “seguridad”, “orden”, concentración y explotación económica, más guerra mediática y más corrupción. Obviamente, nunca reconoce que éstos sean sus reclamos. Y el de los justos, más sectarismo, más verdades innegables, más ideologización, más indignación moral. Obviamente, ídem.

A veces, cuando los patriotas que sojuzgan y discriminan alzan la cabeza o patean el tablero (se les dice “negros…”), el kakaniteco es presa de la histeria, pues todo tiende a escapar de lo programado en la Kakania de ficción, donde al menos el emperador contenía los desbordes del pensamiento fantasmagórico.

En cambio, en la Kakania real la democracia es una variable al uso de versátiles y lujosos envoltorios que se predican en primera persona del singular. Demasiado lejos de Dios, colgados del mapa, los kakanitecos tratan de ser humildes. Pero ni con ellos mismos pueden.

Algunas veces, cuando me doy una vuelta por Kakania, preguntan: “Che… ¿y cómo andan las cosas en Kafkatitlán?” Ya no respondo. Me consta que si lo hiciere, me cortarían con una frase emblemática del ser nacional kakaniteco: “mirá… yo te voy a explicar qué pasa en Kafkatitlán”.

Los kafkatitlanecos guardan extraña devoción por los mitos kakanitecos: Maradona, El Bife, Borges, el tango, la ciudad blanca y linda “… tan parecida a las de Europa”. Es decir, por todo lo de su “economía” y “cultura”, mas no por la recurrente intromisión de la política en todo lo de su economía y su cultura.

En días pasados, con el afán de impedir la aprobación de una ley perjudicial a sus intereses, la SRK movilizó a miles de nativos por las elegantes calles de Kakania. Entonces, lo impensable se hizo realidad: jóvenes con pancartas de Trotsky, Lenin, Evita y Perón (línea disidente) marcharon codo a codo con señoras nais que gritaban “¡si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está!”

En 1979, el embajador de Cuba en Kakania, me dijo: “Hasta Lima, América Latina es García Márquez. Pero de allá para abajo… ¡es Casca, chico! ¡Casca!”. Comentario atinado: a mayor complejidad cultural y económica, menor precisión ideológica. Uhm… ¿Kramsci?

 
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