Usted está aquí: domingo 20 de julio de 2008 Deportes ¿La Fiesta en Paz?

¿La Fiesta en Paz?

Leonardo Páez

El Payo, casta de torero grande

Aún quedan novilleros mexicanos que a su capacidad para asimilar la técnica del toreo y a su valor para saber estar en la cara del toro añaden una obsesión por el triunfo y una enorme expresión estética. Tal es el caso de Octavio García, El Payo, (Querétaro, 1989), quien en unas cuantas actuaciones se ha echado a la bolsa al público español.

Todo empezó la tarde del lunes 19 de mayo en la plaza de Las Ventas, en Madrid, ya dentro de los festejos de la Feria de San Isidro, en que Octavio enfrentó una muy seria novillada de La Quinta, deslumbrando a propios y extraños con su luminoso toreo de capa primero, y con su sólida y templada tauromaquia muletera después.

Deslumbrar a Madrid se dice rápido, pero en materia de toros se trata del público más escéptico para reconocer las propuestas de noveles y consagrados, sean locales o foráneos, y no porque vea corridas y novilladas a lo largo de seis meses, sino porque es consciente de que un reconocimiento en Las Ventas es el ábrete sésamo del resto de las plazas de España.

El Payo deslumbró a tan suspicaz asamblea con un capote sólido y sobrio, pero poseedor de un tiempo mexicano que se recrea particularmente en la ejecución de las suertes, una cadencia que perturbó y predispuso, incluso, a José Gómez Gallito cuando vio torear a Rodolfo Gaona.

En España, salvo confirmadoras excepciones –José Tomás, Morante, Salvador Cortés y algún otro–, se han olvidado del toreo de capa, que casi se ha vuelto de trámite o mero procedimiento para fijar al toro; por eso, cuando el público madrileño vio al joven queretano ejecutar verónicas, chicuelinas y tafalleras quieto, sin prisas, con sello y mando, se paró de sus asientos para aplaudirle. Si no falla con la espada le corta la oreja a su primero y, engolosinado con las palmas y con su elocuencia, fue corneado por su segundo.

Otras tres tardes de éxito tuvo Octavio antes de presentarse en el primer festejo de la mítica feria de San Fermín, en Pamplona, el pasado 5 de julio, cuando le cortó una oreja a cada uno de sus novillos, de la ganadería de Miranda de Pericalvo, y salió a hombros por la puerta grande.

Triunfar en Pamplona es igual o quizá más difícil que hacerlo en Madrid, ya que en la capital navarra, durante la feria, la plaza, reputada como la más exigente del país en cuanto a la seriedad del ganado que ahí se lidia, sin las exageraciones del de Madrid y sin las permisividades del de Sevilla, el público de sol canta, baila, come y bebe a lo largo del festejo, esté toreando un maleta o el mejor. Y ese público ruidoso y enfiestado, aparentemente desentendido de lo que pasa en el ruedo, fue el que premió a El Payo por su rotunda y acariciante tauromaquia.

En Valencia, el joven mexicano fue herido el jueves pasado en el muslo izquierdo y no acababa de salir de la operación cuando ya estaba volando a Santander, donde dejó un grato sabor. Por acá, aunque usted no lo crea, seguimos despidiendo a Eloy Cavazos y dando oportunidades a los amigos, aunque no se arrimen.

 
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