■ Luego de tres años de giras por el mundo, el grupo se presentó en Johannesburgo
African Footprint, una danza de libertad en la cuna del apartheid
■ Combinan ritmos y bailes tribales e internacionales para narrar la lucha de Sudáfrica contra el racismo
■ El abrazo entre un hombre negro y uno blanco, el momento cumbre del espectáculo
Ampliar la imagen Como todo el arte que se hace en Sudáfrica, cada paso de baile, cada nota musical, cada gesto sobre el escenario tiene una fuerte carga social y política. En la imagen, integrantes del grupo durante la presentación en el teatro Lyric, de Johannesburgo Foto: Cortesía de African Footprint
Johannesburgo, 19 de julio. Integrado por más de treinta jóvenes, el espectáculo que presenta el grupo African Footprint es todo menos un simple pasatiempo: es la metáfora de la lucha que libró Sudáfrica contra el régimen racista del apartheid.
Como si la humanidad naciera de nuevo, los artistas irrumpieron con energía la noche del miércoles en el escenario del teatro Lyric, uno de los más lujosos de esta ciudad, construido a raíz del éxito de esa compañía.
Los cuerpos de los bailarines son fuertes, bellos, como esos enormes árboles baobabs que nacen por toda la sabana africana. Los músicos tocan, de entrada, tambores que retumban en el corazón de los espectadores, pero luego aparece un saxofón, una guitarra, la poesía que acompaña los ritmos tribales, el jazz, el blues, el rock and roll, el hip hop, el soul, toda la música del mundo que ha estado aquí desde siempre.
Durante los primeros minutos, la palabra libertad surge tímida, como el canto de un pájaro recién nacido, pero poco a poco adquiere la misma fuerza con la que zapatean sobre el foro los artistas.
El programa de mano informa que se trata del ritmo pantsula, un baile sudafricano nacido en los barrios pobres en los años 50, el cual representaba una forma de vida, de vestir, de hablar.
Como todo el arte que se hace en Sudáfrica, cada paso de baile, cada nota musical, cada gesto sobre el escenario tiene una fuerte carga social y política. Luego, una pareja ejecuta un pas de trois clásico, sigue el stick dance (ritmos con palos), los cantos de kealeboga. Todo suena a conjuro, a oración de esos espíritus milenarios que animaron la migración del hombre para poblar hasta el último rincón de la Tierra.
En el momento cumbre del musical ocurre algo que muchos de los presentes en el Lyric, sobre todo las personas mayores, no habrían imaginado ver hace 15 años: un hombre negro abraza, a través de la danza, a un blanco.
El público se pone de pie, aplaude y algunos dejan escapar un par de lágrimas de emoción: es la emotiva bienvenida que le dan a African Footprint, luego de tres años de giras por todo el mundo.
Nacieron frente a la celda de Nelson Mandela
El grupo “nació” en 1999, frente a la celda que durante 27 años ocupó el líder sudafricano Nelson Mandela, en la isla de Robben, Ciudad del Cabo, donde se ubicaba la prisión de máxima seguridad.
El debut del grupo coincidió con la bievenida al nuevo milenio, pero también con una nueva forma de vida en este país después de que la segregación racial fue abolida. Si bien la compañía nunca se imaginó que daría una segunda función en otro foro, ahora ha sido ovacionada por miles de personas en todo el mundo.
Su carta de presentación es precisamente aquella legendaria tarde en Robben: la primera vez que los barrotes de una prisión se conviertiron en un instrumento musical. Los muchachos de Footprint golpearon con palos de madera las celdas, al ritmo de los conjuros musicales que habitan la sangre de cada sudafricano. Entonces, las rejas se llenaron de esperanza, dicen quienes tuvieron el privilegio de asistir a ese encuentro.
“Fuimos los primeros en poner en un escenario, juntos, a blancos y negros, a hombres y mujeres”, dice con orgullo Richard Loring, el creador del concepto Footprint. Pero no es este el mérito que el productor destaca de su compañía, la cual se presentará en varias ciudades de México a partir de septiembre. (La Jornada, 16/junio/08).
En entrevista, explica que lo más importante para él al echar a andar al grupo fue integrar a los jóvenes negros de los barrios marginados por el apartheid.
“Quise entrenarlos, educarlos en artes escénicas para que tuvieran un trabajo. Se trataba de un sueño que quise compartir con los muchachos, fue como plantar una semilla de mostaza que ahora se ha convertido en un enorme árbol.
“A la primera audición llegaron apenas cinco personas. Poníamos anuncios en los periódicos, ibamos a las comunidades, principalmente a Soweto, les explicábamos que su vida debía cambiar a través de ese talento que llevan en la sangre.
“Fue muy difícil al principio, no sólo por la opresión que habían vivido, sino porque tienen historias distintas. Hay que recordar que en Sudáfrica cohabitan diferentes tribus: zulus, khosas.
“Pero la clave fue convencerlos de que no se trataba de hacer un espectáculo sobre alguien en especial, sino sobre los orígenes de una nación, de una cultura. Sobre el comienzo de la humanidad.
“A diez años de distancia creo que lo hemos logrado. Hemos realizado poco más de tres mil 700 presentaciones por todo el mundo y formado a 200 artistas. Algunos siguen en la compañía, otros han buscado su camino.
“Esta función es especial porque se presentan quienes estuvieron en el pasado, los que forman parte del presente y sabemos que también está nuestro futuro, porque seguramente algun jóven del público de hoy será parte de Footprint.”
Loring habla menos de la reconciliación entre blancos y negros que de la integración de todas las culturas que conforman Africa: “por eso, nuestro trabajo es arduo, tan potente como nuestro arte, nuestra música, nuestro baile y nuestra vida política”.