¿La Fiesta en Paz?
■ El pundonor como juego
En tiempos de simulación y globalizonzos, gestos como vergüenza y escrúpulo son inusuales en cualquier profesión, incluida la de torero. Por eso el falso heroísmo se espanta con la convicción sacrificial de José Tomás, dispuesto entre los pitones, más que a la muerte, al orgasmo.
Caso muy similar, guardada la proporción, es la mentalidad triunfadora del joven novillero mexicano Octavio García El Payo, que continúa consolidando su rotunda tauromaquia en cuanta plaza europea se presenta y corrobora que en ambientes taurinos organizados los buenos toreros adelantan y maduran pronto.
Tal si hubiese anticipado esas gestas venteñas, en la presentación del libro Manolo Martínez, genio y figura, de Donaciano R. Botello, el maestro Raymundo Ramos afirmó: “El toreo es un arte para ver –como el teatro– porque es una técnica en acción. Pero los personajes lo son sin ensayo general, se trata de una performación de argumento único: la representación de la vida y la muerte. Esa es la eficacia de su belleza. El hecho de que a veces sean la vida y la muerte, no le resta su calidad representativa. El torero no torea para ponerse de acuerdo con el toro, sino para discutir una técnica de plasticidad dominante. Por eso es un arte y su valor de uso la belleza”.
Lo mismo pasa con la fotografía, que no es una mecánica (o electrónica) para la representación de los objetos, sino un agregado a la naturaleza de las cosas. Lo que el ojo conectado al cerebro agrega es –como en la novela– el punto de vista (el encuadre, el enfoque, la selección de la luz, el modelado de la sombra y la pericia técnica). Los artefactos (analógicos o digitales) fieles o infieles como la vida misma, evolucionan –si se quiere– pero tienen el sentido de los hombres que los crean y los dirigen. Los artefactos son ciegos de tanto ver, sordos de tanto oír y mudos por no saber decir lo que el hombre interpreta. El sentido es una representación reconstruida del mundo y eso pertenece a la inteligencia –capacidad de asociar– al arte y a la belleza como quería Platón: “Para todos y para siempre”. Eso es lo que ha hecho en su libro Donaciano R. Botello.
Cinco especialistas (Rafael Cardona, Jorge F. Hernández, Víctor José López El Vito, Juan Antonio de Labra y Leonardo Páez) han aportado su experiencia de vida a la figura de un torero de excepción y a la sensibilidad retiniana de un fotógrafo. Mis “láminas” en esta obra son tan sólo la inutilidad de un apropiamiento de la realidad (y de la fantasía) para intentar rescribir el mundo. El escritor es eso, un espía de la vida a quien la muerte espía. El conjunto es el ensamble de una rapsodia: variaciones melódicas sobre la armonía de un tema único: el arte de vivir peligrosamente.