Usted está aquí: jueves 10 de julio de 2008 Opinión Navegaciones

Navegaciones

Pedro Miguel
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■ Pogromo en La Laguna

Ampliar la imagen Fachada del Banco Chino, en la esquina de avenida Juárez y Valdés Carrillo, Torreón, Coahuila (www.torreon.gob.mx) Fachada del Banco Chino, en la esquina de avenida Juárez y Valdés Carrillo, Torreón, Coahuila (www.torreon.gob.mx)

Eran los primeros días de mayo de 1911 y el porfiriato estaba en las últimas. Los maderistas habían logrado levantamientos exitosos en 18 entidades. Libertad y atrocidad se confundían en las acciones de los revolucionarios; en enero, por ejemplo, en el cañón del Mal Paso, Pascual Orozco emboscó a una guarnición de federales, los exterminó, desnudó los cadáveres y envió los uniformes ensangrentados a Porfirio Díaz con una nota adjunta: “Ahí te van las hojas, mándame más tamales”. Telegrama tras telegrama, las noticias funestas se apilaban sobre el ánimo del viejo dictador, de por sí aquejado por la sordera progresiva, por el agotamiento de ocho décadas de vida y muchas guerras y por una enfermedad de las encías que lo acompañó durante toda su permanencia en el trono presidencial. El 10 de mayo (todavía no se aplicaba en México el invento gringo de festejar a las madres) las fuerzas de Pascual Orozco tomaron Ciudad Juárez y al día siguiente el general Emilio Madero cayó sobre Torreón, provocando la huida de las tropas gubernamentales.

El odio racial no requiere de razones, aunque siempre encuentra demasiadas. En el México de finales del siglo XIX y principios del XX los jornaleros que cosechaban algodón en Río Colorado odiaban a los trabajadores chinos porque les quitaban la fuente de empleo. Las autoridades sanitarias se hacían eco de supersticiones tales como que los chinos eran “intrínsecamente insalubres” y que propagaban epidemias. Los jefes policiales afirmaban que eran viciosos (algunos fumaban opio) y violentos, y citaban las confrontaciones homicidas en territorio mexicano entre la mafia tradicionalista Chee Kung Tong, que controlaba casinos y lupanares, y la Liga Nacionalista China, que dominaba parte del comercio en los estados fronterizos del norte. Los comerciantes nacionales clamaban por la expulsión de los asiáticos que los habían dejado fuera de la jugada. El manifiesto de 1906 del Partido Liberal Mexicano, floresmagonista, exigía prohibir la inmigración china. Los círculos maderistas sostenían que varios de sus cuadros habían sido envenenados por chinos. El gobierno de Sonora promulgó un decreto que prohibía a los ciudadanos mexicanos las uniones matrimoniales con súbditos chinos. Villa odiaba a los chinos. Obregón impulsó el surgimiento de círculos antichinos. Siendo gobernador de Sonora, Calles ordenó el confinamiento de los asiáticos en guetos. Hacia los años 30, el hijo de mexicana con chino era calificado de “escupitajo viviente” por el racista José Ángel Espinoza. La fobia, dicen algunos autores, obedecía a un proceso de construcción de identidad nacional.

Quién sabe. A un siglo de distancia, las razones podrán ser distintas, pero la fobia permanece incrustada por ahí. Uno que se hace llamar “Emiliano Zapata” escribe (y reproduzco con la literalidad que permite la función “copiar y pegar”) en el foro Nippon Power México: “chale... la neta es cosa q me vale verga... pero lo q si me ultra mega caga es qno tengan iniciativa creativa y tengan q copiar todo a la verga... hijos de su reputa cola... como chingados q patentas la virgen de Guadalupe... o como pitos usas el simbolo del imss para una televisora china?! osea qputa madre les pasa?..... pendejazos...”

A principios del XX, con el país desmadrado por el hundimiento del porfiriato, el odio encontró uno de sus cauces en el asalto de los maderistas a Torreón, localidad de La Laguna que ya en 1907 tenía 40 mil habitantes, un periódico en inglés (The Torreon Enterprise) y una colonia china proporcionalmente grande: 600 o 700, trabajadores pobres, en su mayoría, culíes “casi siempre varones solitarios, de una frugalidad y austeridad apenas superiores a la miseria, disciplinados casi como autómatas, del todo refractarios al naciente movimiento obrero de los lugares a donde llegaban”. Unos cuantos se dedicaban a profesiones liberales y otros habían destacado en los negocios, como los empresarios Woo Foon-chuk y Luis Sing, los dueños del Banco Wah Yick, de la Lavandería Oriental y del Casino Imperial, así como explotadores de prósperos fundos agrícolas, como la huerta Do Sing Yuen, que tenía 40 trabajadores.

Esta es la secuencia de los hechos, de acuerdo con Marco Antonio Pérez Jiménez: el 9 de mayo Torreón amaneció rodeado por tropas maderistas: Benjamín Argumedo, Orestes Pereyra, Sixto Ugalde, Epitacio Rea, Gregorio García, todos bajo el mando militar de José Agustín Castro y la responsabilidad política de Emilio Madero; una fuerza atacante de entre 5 mil y 10 mil hombres, frente a los 700 de la guarnición porfirista, comandada por Emilio Lojero. El asalto comenzó el 13 por la mañana y por la tarde los rebeldes ya controlaban las huertas de la periferia. Otros se apostaron en edificios céntricos, como el Casino, desde donde procuraron atrapar entre dos fuegos a las fuerzas federales. Por la noche, los maderistas, ya en poder de algunas plantaciones, comenzaron a asesinar a los trabajadores chinos que se encontraban en ellas. La madrugada del 15, Lojero y lo que quedaba de sus hombres abandonaron la ciudad en completo sigilo por el cañón del Huarache.

Antes de meterle fuego al palacio municipal, algunos rebeldes hallaron unas botellas de cognac adulterado, confiscado meses antes por las autoridades, las bebieron, murieron envenenados y corrió el rumor de que se trataba de una trampa de los chinos. La masacre empezó en el restaurante de Park Jan Jong, donde fueron asesinados todos los presentes. De allí, las turbas revolucionarias van a la tienda de comestibles de Hoo Nam, en donde matan a los empleados. Luego pasan al negocio de pieles de Mar Young; el propietario, un sobrino suyo y sus trabajadores, son sacados a la calle y asesinados. Luego destruyen las tiendas de King Chow, quien logra escapar con sus dependientes. De allí, los atacantes se dirigen al negocio de Yee Hop, donde descuartizan con hachas y cuchillos a 13 personas. Al llegar al centro, asaltan el edificio donde operaban la Compañía Shangai y el Banco Chino, saquean ambos locales y trocean a los más de 20 empleados de esas empresas. En el Club Reformista Chino dan muerte a unos 16 individuos. Hacia las dos de la tarde, en las huertas de las afueras, los jornaleros asiáticos sobrevivientes son quemados vivos, y las calles del centro están espolvoreadas de cadáveres. Desde el tercer piso del Banco Chino cabezas y cuerpos completos son lanzados hacia la calle. Hasta la noche, la soldadesca victoriosa se solaza acuchillando, desnudando y destazando a los muertos y juega con brazos y piernas atados a las cabalgaduras.

Emilio Madero llegó a la ciudad esa noche y ordenó detener la carnicería y capturar a los responsables. La primera directiva se cumplió a regañadientes y la segunda fue ignorada. En cambio, en los días posteriores los sobrevivientes fueron encarcelados, golpeados y despojados de sus pertenencias por los vencedores. La investigación del gobierno chino establece en 303 el número de asesinados: 62 comerciantes, 110 jornaleros, 65 empleados, 56 viajeros y 10 desconocidos. Hay que recordar tres nombres: el de José Cadena, quien protegió a varios trabajadores de la Lavandería Oriental, el del revolucionario Leónides González, quien trató de salvar, sin éxito, la vida de cuatro chinos, y el de Cristino Hernández, quien llevó agua, pan y cigarros a los sobrevivientes de la masacre hasta la maderería en la que fueron recluidos. En las investigaciones ulteriores se estableció que “con anterioridad a la matanza, la colonia china en Torreón había sido una comunidad pacífica y aprovechada, que se atenía a la ley y que había contribuido al desarrollo material de la ciudad”. Pese a que los cabecillas revolucionarios se dijeron atacados por los asiáticos, según los testimonios recogidos por la Cruz Roja no se supo “de ningún caso en el que un soldado o civil local haya sido herido por algún chino”.

Lo primero que hizo el general Díaz en su exilio europeo fue ir a una clínica de Interlaken, Suiza, donde le curaron el padecimiento de las encías. Madero firmó un compromiso con Pekín para indemnizar con 3 millones de pesos a los afectados y a sus familiares, pero no pudo cumplirlo, pues antes fue depuesto y asesinado por Victoriano Huerta. La fobia racista contra los chinos en México siguió teniendo formas organizadas y expresiones militantes, alimentadas en muchos casos desde el gobierno, hasta la llegada de Lázaro Cárdenas del Río a la Presidencia.

 
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