|
||||
LA INSEGURIDAD ALIMENTARIA
Roberto Escalante Semerena
El campo mexicano ha enfrentado transformaciones profundas durante las tres décadas recientes. La continua urbanización, el intenso proceso de globalización y las transformaciones demográficas configuran un nuevo entorno para el sector agropecuario, el cual se caracteriza por cambios tecnológicos, nuevos cultivos que se ajustan a las exigencias de un mercado internacional, modificaciones genéticas que mejoran las variedades de los productos, nuevos esquemas organizacionales que dinamizan las formas de comercialización y modifican los métodos de inserción en el mercado mundial e incluso el surgimiento de nuevos esquemas de desarrollo rural. Estos cambios también afectan al sector agropecuario en sus interacciones con el mercado interno y tienden a polarizar la situación del campo entre un sector asociado al mercado exportador, que cuenta con inversiones cuantiosas que le permiten mejorar su productividad y tecnología, y la agricultura tradicional de subsistencia, que aumenta la producción sobre la base de métodos extensivos. Junto con ello, las acciones gubernamentales se han concentrado fundamentalmente en impulsar la reconversión productiva, y propician así riesgos en la seguridad alimentaria. El actual contexto se originó a inicios de los 80s, cuando la agricultura fue objeto de importantes reformas estructurales: la menor intervención del Estado en las actividades productivas, la apertura comercial, la desregulación de la economía y el equilibrio en las finanzas públicas. Se previó que estas reformas generarían un crecimiento del sector agropecuario mayor que el histórico (tres por ciento anual entre 1950 y 1980). Además, reorientarían los recursos para fomentar las ventajas comparativas de México. Sin embargo, la ausencia del Estado ha tenido efectos adversos para los pequeños y medianos productores, particularmente en el acceso al crédito, a la asistencia técnica, a los mercados y a la investigación científica y tecnológica. Se ha limitado el desarrollo de estos productores y se ha fortalecido una estructura monopólica u oligopólica, lo cual impide la distribución más equitativa de los recursos. Enfoque hacia la exportación. Definitivamente, las reformas estructurales aplicadas en los 80s modificarían los precios relativos de los productos agrícolas, generando una reasignación de los recursos. Pero los recursos se han concentrado en exceso en los productos que garantizan una mayor rentabilidad y responden en mayor medida a las condiciones del mercado internacional, en detrimento de la seguridad alimentaria nacional. De este modo, productos como las hortalizas y frutas han registrado una expansión, derivada de una mayor demanda internacional, en perjuicio de otros productos como los cereales, que comprenden la base de la alimentación. En el cuadro se observa claramente que las frutas y hortalizas contribuyen con cerca de la mitad del valor de la producción; son los productos que muestran el mayor dinamismo en el campo mexicano. En el caso de las frutas, en 1990 representaban 23.6 por ciento del valor de la producción y en 2005 subieron a 29.1. Las hortalizas han significado una de las actividades más rentables, sobre todo en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), lo que se refleja en un aumento en su contribución relativa al valor de la producción agrícola, que pasó de 15.7 por ciento en 1990 a 19.6 en 2005. Frutas y hortalizas también son los rubros más importantes en de las exportaciones del sector, ya que contribuyen con 24 por ciento del total. Y se caracterizan por obedecer a la producción interna de Estados Unidos: son estacionales ya que están dirigidas al mercado de invierno, por lo tanto, sus efectos multiplicadores son limitados. Desestímulo en granos. En contraste, cereales, leguminosas, caña de azúcar y café han perdido peso en su contribución al valor de la producción agrícola. En cereales se aprecia una disminución en su contribución relativa, al pasar de 15 por ciento en 1990 a 11 en 2005, debido principalmente a una fuerte caída en la producción de arroz, trigo y sorgo, de 15, cinco y 4.4 por ciento anual real, respectivamente, entre 1998 y 2005. Por su parte, el menor peso relativo de las leguminosas se debe al pobre desempeño de la producción del frijol. Este cultivo representa 84 por ciento del valor de la producción de esta categoría, y entre 1998 y 2005 registró una caída de 2.2 por ciento anual, en términos reales. Asimismo, se puede señalar la evolución de otros productos relevantes, como la caña de azúcar, que en 1995-2005 sufrió una constante disminución en términos reales de 5.5 por ciento anual y no muestra signos de recuperación. En situación similar se encuentra el café, con una disminución del valor de su producción del 6 por ciento anual en el mismo periodo. El estancamiento en la producción de granos básicos ha ocasionado más dependencia del exterior para el abasto. Así, las importaciones agropecuarias en 2006 (con una participación de maíz, arroz y trigo de 30 por ciento) sumaron 6 mil 844 millones de dólares. Ese año el déficit de la balanza comercial agropecuaria se ubicó en cerca de 300 millones de dólares, en tanto que el déficit de productos agropecuarios manufacturados fue de casi dos mil millones dólares. En resumen, México ha efectuado una reconversión productiva, es decir, se ha presentado una mayor dinámica en el crecimiento de los productos orientados hacia el mercado externo, debido a su mayor rentabilidad, en tanto que los productos base de la dieta diaria de millones de mexicanos registran una clara tendencia descendente y, con ello, un aumento de sus importaciones, comprometiéndose así la seguridad alimentaria. Y si consideramos que en los años recientes hay un abandono del campo que limita la producción para el autoconsumo, la seguridad alimentaria se observa aún más comprometida. Con información de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) se puede comprobar que la superficie agrícola total de México se redujo a un ritmo de dos por ciento anual entre 1998 y 2005, al pasar de 14.9 millones de hectáreas a 12.8 millones. La razón es que productores que se ubican en superficie de temporal han abandonado por completo las actividades agrícolas, para buscar nuevas estrategias de subsistencia. Así, por ejemplo, S. Polaski (en Jobs, wages and households income, 2003) menciona que gran parte de las familias rurales, durante la segunda mitad de los 90s, adoptaron complejas estrategias tales como: incremento de las jornadas de trabajo y mayores ingresos no agrícolas sobre todo del sector informal y en algunos casos en las maquiladoras. Por supuesto, sin olvidar, una mayor migración hacia zonas urbanas en México y hacia Estados Unidos. El reto hoy es crear nuevos mecanismos que generen los incentivos apropiados para que los recursos se distribuyan de manera más equitativa en la estructura de la producción agrícola. De lo contrario, esta tendencia a la especialización de un número reducido de productos se mantendrá. Si a ello se suma la apertura total de granos básicos, se intensificará el abandono de las actividades agrícolas y, en consecuencia, habrá un mayor desabasto del mercado interno, que desequilibrará aún más la balanza comercial de aquellos productos que forman la base de la dieta de los mexicanos. En el corto plazo, es de esperar que los factores externos, asociados a la demanda internacional y los precios, tendrán una mayorinfluencia en las actividades agrícolas. Los precios internacionales de los productos agrícolas utilizados como materia prima para agrocombustibles tendrán una influencia importante en la trayectoria de la producción agrícola en los próximos diez años, con efectos diferenciados por tipo de cultivo. Objetivo nacional. Hoy en día la agricultura y la alimentación reciben trato de simple mercancía, objetos de propiedad privada y de maximización de ganancias, para nada se les ve como instrumento del desarrollo económico. Simplemente se están menospreciando sus múltiples y complejas contribuciones económicas, sociales, culturales, de estabilidad política y paz social. De ahí que sea necesario colocar la seguridad alimentaria como objetivo nacional. Es tiempo de que el Estado se incorpore a la economía. Debe ser el principal agente que coordine y aliente la autosuficiencia alimentaria, desde luego asegurando la conservación de la biodiversidad, pues no olvidemos que algunos componentes básicos para garantizar la soberanía alimentaria son el acceso al agua y la tierra. Por último, de mantener la actual estrategia de ventajas comparativas (la sola producción de los cultivos en los que tenemos “ventajas”: frutas y hortalizas) será imposible que México logre una verdadera soberanía alimentaria, poniendo nuevamente en riesgo la alimentación de su población ante la ya frecuente volatilidad de los precios de los alimentos. Director de la Facultad de Economía, UNAM [email protected] |