De libros, salvaciones y ninguneos
No deja de ser conmovedor el esfuerzo de algunos promotores culturales y editores por sobreponerse a las inverosímiles leyes fiscales que la Secretaría de Hacienda ha impulsado sin darse siquiera cuenta del daño que hace a la industria editorial. No sólo el impuesto a inventario vuelve delito regalar libros, lo cual ya es significativo, sino que, por ejemplo, con el IETU se ha eliminado la exención al derecho de autor, que ha quedado anulada de facto y sin que nadie se diera cuenta.
Por eso despierta enorme simpatía el llamado a salvar libros que Paloma Saiz, responsable de fomento a la lectura de la Secretaría de Cultura del DF, hizo el domingo pasado con singular éxito de público. Esa simpatía no debe hacer perder, sin embargo, un punto de vista objetivo. Por un lado es evidente que ese remate de ejemplares trae un beneficio inmediato para el editor y el lector; al primero le limpia bodegas y le permite obtener dinero de manera directa, al segundo le permite comprar libros a precios de oportunidad. Y sin embargo…
Es evidente que a mediano y largo plazos este tipo de ventas perjudica tanto como los saldos tradicionales, pues distorsiona el precio real del libro, hace competencia desleal a las librerías y provoca disminución en los índices de lectura. Cuando en realidad la comunidad lectora –y entiendo aquí lo que va del escritor al lector, pasando por una serie de puntos neurálgicos entre los cuales en este momento la librería es el más débil– debía oponerse activamente y hacer derogar dicho impuesto al inventario y pedir que se devolvieran a esa industria unas condiciones que tuvo hace décadas, así como exigir que entre en vigor ya la dilatada ley del libro.
Un hecho que me parece sintomático de esta venta, promovida como un llamado a la salvación de libros, es que se habla de 70 sellos editoriales participantes, pero ninguno de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes (AEMI), asociación que tiene entre sus principios fundamentales no llevar por ningún motivo ejemplares al molino, ni que yo sepa fueron invitadas las muchas independientes que no están en dicha Alianza. ¿Pensarán que nuestros libros se agotan y que no necesitamos que los salven?
No, evidentemente, saben de nuestra condición minoritaria y por ello nuestros sellos no interesan por la poca repercusión mediática; no publicamos a Saramago ni hacemos tirajes masivos. Sin embargo, extraña que un gobierno como el del DF, que busca promover la lectura, y difusores de la cultura con evidente vocación democrática ignoren y desatiendan a las editoriales independientes, tal vez lo más importante que le ha pasado a la cultura mexicana en años recientes.
Esa condición minúscula, pero muy activa de los sellos independientes, debía ser prioridad en las políticas de apoyo del Estado a la cultura, pero es ingenuo creer que eso ocurrirá, pues no dan primeras planas ni aparecen en la televisión ni convocan multitudes. Pero, aunque no se quiera reconocerlo, desde allí se hace la verdadera cultura mexicana actual.