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■ Italia: cacería de cíngaros
■ “Siempre nos toca perder a los mismos”
Ampliar la imagen Foto de una familia gitana en Roma, por Nigel Dickinson Foto: (http://nigeldickinson.com)
En Nápoles, a mediados del mes pasado, varios campamentos gitanos fueron incendiados por payos furiosos, azuzados por la Camorra, que pretendían cobrar una ofensa inexistente: la tentativa de secuestro de un bebé por una joven cíngara. Esa misma noche la policía tomó por asalto el mayor asentamiento de calés en Roma y detuvo a casi cuatro centenares de ellos. Unos días más tarde, el 19 de mayo, Il Giornale, propiedad del mafioso que gobierna Italia, destacó en su primera plana una nota sesgada: “Cómo venden a los niños los gitanos”. El sistema judicial italiano no tiene registrada, por cierto, una sola investigación contra individuos romanís por secuestro de menores. El 2 de junio Silvio Berlusconi concedió poderes especiales a los prefectos de Roma, Milán y Nápoles para que resolvieran la “emergencia gitana” y los habilitó para “censar, realojar o expulsar” a los romanís. Cada prefecto recibió tres millones de euros para acometer esas tareas. “Los campamentos son un foco de delincuencia y marginalidad y están asociados al tráfico de drogas, a los robos y a los asaltos”, justificó el ministro del Interior, Roberto Maroni.
El racismo contra los gitanos es anterior al gobierno actual. En enero pasado el ministro de Solidaridad Social del anterior, Paolo Ferrero, admitía la existencia del fenómeno (“no se puede pedir a nadie que suprima su identidad en aras de la integración”, dijo) y su colega del Interior, Giuliano Amato, reconocía que los italianos tenían “muchos prejuicios” hacia ese grupo y propuso un plan gubernamental para atender a los romanís. Lo secundó Marcella Lucidi, entonces viceministra del Interior, quien propuso reconocerlos como minoría lingüística. En esa fecha, en la primera Conferencia Europea sobre la Población Gitana, el experto Marco Impagliazzo, de la Universidad de Extranjeros de Perugia, puntualizó que la más numerosa minoría europea (entre siete y nueve millones de individuos) empezó a tener presencia en el viejo continente desde el siglo XIV y que desde entonces ha padecido innumerables persecuciones. La más atroz fue la que emprendieron los nazis alemanes, quienes, como hacían con los judíos, metían al horno a los gitanos por el simple hecho de serlo. ¿Será ahora el turno de Berlusconi, quien gobierna azuzando las fobias más impresentables de la sociedad italiana?
Ante la alarmante criminalización de que son víctimas, los cíngaros de Italia realizaron una marcha de protesta en Roma el pasado 8 de junio. “Existe un silencio culpable y delictivo que corre el peligro de convertirse en un genocidio cultural que nosotros los gitanos ya hemos conocido”, dijo Alexian Santino Spinelli, presidente de la asociación Thèm Romanó. Aunque el gobierno afirma que sólo 37 por ciento de los 160 mil calés del país poseen la nacionalidad italiana –50 por ciento son niños y adolescentes nacidos en suelo italiano–, Spinelli asegura que 80 por ciento de la población gitana debiera ser considerada italiana por nacimiento. Hakia Husovic, nacido en Bosnia y residente en Italia desde 1969, dice: “Mis parientes fueron enterrados vivos en Gorazde en 1940 y 1941. En Auschwitz nos gasearon y ahora tenemos miedo otra vez. Mis hijos son italianos, no hablan más que italiano, pero no tienen oportunidad de trabajar”. El campamento de Casilino, donde vive Husovic, es el más antiguo de Roma y en él viven 650 personas. Fue fundado hace 50 años por inmigrantes pobres sicilianos y calabreses y heredado a los gitanos que iban llegando. Muchos de sus actuales habitantes “llevan más de media vida en el país, pero aún no tienen permiso de residencia; otros son italianos, pero todavía no han sido reconocidos por el Estado”, se cuenta en un reportaje de El País, que cita, además, una reflexión desoladora: “En el país de la Mafia, la Camorra y la N’drangheta, el primer enemigo de la seguridad no es el crimen organizado, sino la gente que intenta escapar de la pobreza”.
Tras una visita a las comunidades gitanas de Italia, la eurodiputada Victoria Mohacsi narró: “Hay campos que la policía visita cada tres o cuatro días. Llegan de noche, despiertan a todos y ponen patas arriba las chozas. A veces los policías se presentan de uniforme, pistola en cinto y sin mediar palabra pegan porque sí al primer residente del campo con el que se cruzan. De vez en cuando se llevan a alguno, lo encierran durante 48 horas sin acusación alguna, le pegan y lo devuelven al campo sin más explicaciones”. En Via di Salone, varios kilómetros al este de Roma, la legisladora observó que el campamento es “un recinto cercado, vigilado con 10 cámaras que apuntan a las chozas”. Asimismo, reportó la desaparición de 12 menores romanís tras las incursiones policiales. Su colega en el Europarlamento, Martin Schulz, dijo que “no se trata de un problema específico italiano, si bien en Italia se ha manifestado de modo grave”. En España, por ejemplo, el gobierno no tiene voluntad política ni para conocer la dimensión del racismo y la xenofobia que cunde en el país y que afecta a “una importante comunidad gitana, tradicionalmente marginada”, dice un informe reciente de Amnistía Internacional.
En el manifiesto Siempre nos toca perder a los mismos, Juan de Dios Ramírez Heredia, de la Unión Romaní de España, pidió al Parlamento Europeo que iniciara una investigación sobre los ataques sufridos por los gitanos de Nápoles y demandó “el apoyo de todos los demócratas europeos en la defensa de los derechos humanos de quienes, siendo inocentes, se ven agredidos, vilipendiados y estigmatizados”.
El escándalo internacional ha sido insuficiente: ayer las autoridades de Roma anunciaron que comenzaba el fichaje de todos los cíngaros de la ciudad, incluidos los menores, con la toma de huellas dactilares. El ministro del Interior negó que el régimen de Berlusconi pretenda crear una “lista étnica” y aseguró que los registros dactilares se usarán para “reconstruir las relaciones familiares, a veces poco claras entre los gitanos”, y para evitar “la explotación de los menores para mendigar”.
Varias veces se ha emprendido en Europa la destrucción de pueblos. La intentaron los Reyes Católicos contra los gitanos de España y la ensayó Hitler, algunos siglos después, contra eslavos, judíos y romanís. Hace apenas una década tenía lugar, a la vista de todo el mundo, la masacre de bosnios musulmanes, y ahora el Kosovo independiente intenta eliminar a sus ciudadanos de origen serbio. Con semejante historia a cuestas, los europeos tendrían que alarmarse y hacer algo ante la persecución de los gitanos en Italia y los agüeros de reclusión, de deportación masiva y acaso de cosas peores. La ciudadanía italiana en general tiene el deber de amarrarle las pezuñas al delincuente que gobierna antes de que vuelva a hacerse realidad la profecía nefasta que cantó Juan Peña, El Lebrijano:
Gitana, gitana, gitana,
gitana con tu gitanería,
gitana, gitana, gitana,
se lo dijiste a la Virgen María.
Una gitana se acerca
al pie de la Virgen pura,
hincó su rodilla en tierra
y le dijo la buenaventura:
Tú vas a ser madre de un hijo
al que van a perseguir.
Acuérdate de nosotros
cuando de pena te sientas morir.
Tú vas a ser madre de un hijo
al que van a encerrar en prisión.
Acuérdate de los gitanitos
cuando empiece la persecución.
Tú vas a ser madre de un hijo
al que van a azotar en su carne.
Acuérdate de los gitanitos
cuando a latigazos le arranquen la sangre.