TOROS
Tomás salvó la temporada madrileña
Para los hispanocéntricos, la historia de la fiesta brava se cerró el pasado jueves 5 de junio en Madrid. Así lo proclamaron los cronistas del reino la mañana del viernes: en este mundo, para ellos, “hubo” sólo tres toreros: Juan Belmonte, Manuel Rodríguez Manolete y José Tomás. La humanidad ya puede extinguirse bajo las aguas del cambio climático porque, al menos en lo que a tauromaquia se refiere, no hay absolutamente nada más que hacer.
Allí están las fotos: el diestro de Galapagar acostado sobre el testuz (entre los pitones) de su segundo enemigo, con la mano derecha aferrada a los gavilanes del estoque, al momento de hundir el acero en el corazón de la bestia. ¿Mayor entrega? Imposible. Los elogios desmedidos sucumbieron ante la grandeza de la hazaña.
Sin embargo, si la feria de abril en Sevilla sólo trajo amarguras y desilusiones, la de San Isidro, en Las Ventas, confirmó las peores sospechas: la sangre brava de las ganaderías ibéricas está en abierto declive, y la presencia de reses que tarde a tarde se rajan ante los caballos, se desploman por debilidad o embisten levantando la cabeza en el tercer tercio, fomentaron el desgano de las figuras y de los aspirantes a serlo, por lo que ahuyentaron al público.
La proeza de José Tomás, en realidad, salvó a última hora la oscura temporada madrileña, para darle respiración artificial a la “industria” de la fiesta brava española, que este año sudará para igualar el éxito que obtuvo en 2007, en que acumuló ingresos superiores a 17 mil millones de euros. Hoy todo ha cambiado de repente.
No se trata simplemente de la mansedumbre del ganado o del marasmo en que cayeron Sebastián Castella o El Juli, mientras el resto intentaba salir del montón. A lo anterior hay que añadir los primeros coletazos de la crisis económica, provocada por el alza del petróleo –que este fin de semana desató una ola de protestas contra el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero debido a los altos precios de combustibles–, y los malos augurios que penden sobre un verano que hasta ahora ha sido tan oscuro como lluvioso.
Por fortuna, mientras los hispanocéntricos exaltaban el mito de la trinidad encarnada en Belmonte, Manolete y José Tomás, y proclamaban el fin de los tiempos, Joselito Adame reapareció pisando fuerte en Cancún, donde cortó cuatro orejas, y la novillera Karla de los Ángeles dejó boquiabiertos a más de ocho al bordar el toreo a la verónica en una ganadería de Puebla. Por favor, no exageremos.