■ Compartió el escenario con el estadunidense Andrew Bird, quien dejó atónito al respetable
La islandesa Sigúr Røs tocó para seis mil personas en el Jardín Sagrado, en Tepoztlán
■ El festival Colmena también contó con la participación de Los Cojolites y Los Dorados
Tepoztlán, Morelos, 8 de junio. Contraste agridulce vivieron las seis mil abejitas humanas que acudieron aquí la tarde del sábado al festival Colmena, sueño que la productora independiente Dos Abejas materializó al hacer aterrizar en medio de un paisaje natural imponente, a la islandesa banda de culto Sigúr Røs, así como al asombroso cantante y multi-instrumentista estadunidense Andrew Bird, entre otros artistas mexicanos de inusuales propuestas, al tener que verse reducida en tiempo y finalmente suspendida, la actuación de los primeros, pues su baterista, Orri Dyrason, sufrió una fuerte migraña, y al tener que vivir un caos al final, pues hubo gran desorganización en los camiones de salida, incluidos en el boleto de asistencia.
Civilidad y paciencia
Si bien se agotó la taquilla, y el comportamiento de la gente fue de civilidad y paciencia, el público pasó de la miel al tormento, pues la carreterita que conduce al Jardín Sagrado, donde se llevó a cabo este concierto, es muy estrecha, y tanto peatones como autobuses intentaron circular por la misma, lo que derivó en inmovilización y retardo en el regreso de los asistentes, todos bajo responsabilidad de la producción. Esto ocurrió porque se prohibió el acceso de automóviles, en un intento por promover la reducción de contaminantes y el no perturbar a los habitantes.
Al público le fue difícil evaluar el festival, pues poco se recuerda un concierto en México que haya antes colocado en un entorno de magnitudes geológicas tan bellas y a una pléyade de figuras no comerciales, provenientes del rock y géneros afines, con tan buen equipo de sonido, así como con actitud positiva (la vibra “jipi” lo cubría todo; no se vendía cerveza ni cigarros… aunque por ahí circulaban otras cosas…).
Sin embargo, hacia la noche, tras interpretar Sigúr Røs dos piezas de una belleza tal, que su sonido hizo desaparecer la neblina para hacer a las mentes atravesarla y viajar por el cosmos (la peculiar y aguda voz de Jon Thor Birgisson entre soberbios teclados cuasi-eclesiásticos, armonios, cuarteto de cuerdas ejecutadas por cuatro ninfas, percusiones épicas, guitarra eléctrica con arco), el acto se suspendió mientras a escena entró la banda de alientos que acompaña al grupo, para tocar temas tradicionales de Islandia. Nadie entendía nada, pero igual se les aplaudió con entusiasmo. Entonces, el organizador Pablo Zacarías informó sobre el malestar de Dyrason, y pidió paciencia; 20 minutos eternos pasaron, y nada.
El grupo ofreció cuatro temas más, con todos los instrumentos, salvo la batería, y uno con tambores tocados por las mismas “ninfas”. Si bien fue hermoso y contentó a sus delirantes seguidores, no los satisfizo del todo. Ningún concurrente se movía de su lugar, esperanzado. Pero no volvió.
Antes, el mejor acto fue Bird, que con sus silbidos de alto registro y sus auto-loopeos (ejecuciones que se graban al momento, y luego se reproducen para sobre ellas tocar de nuevo), dejó atónitos a los presentes mientras construía él solo piezas hermosas, con capas de sonido generadas por su voz, violín, guitarra electroacústica y xilófono. Antes, Juanson, ex voz de Porter, atrapó con su proyecto solista, electrónico y experimental. Natalia Lafourcade sorprendió con su propuesta acústica, su voz dulce y su talento multi-instrumental. Hubo baile con el son jarocho de Los Cojolites, quienes maldijeron con humor al presidente Calderón; Los Dorados asombraron con su jazz progresivo. El rock-pop y el ambient viajado ensuciaron el pasto con The Simplifires y Childs.
El público se fue desanimado, encabritado también por el retraso de los camiones, pero reconociendo que más festivales como éste, de perfil no comercial, y con propuestas eclécticas, de buen gusto musical, debieran hacerse más seguido, aunque procurando una mejor organización.