Usted está aquí: lunes 9 de junio de 2008 Cultura Ofreció Christian McBride cátedra de jazz con su contrabajo

■ El viernes se presentó en el Lunario y el sábado en el Zinco Jazz Club

Ofreció Christian McBride cátedra de jazz con su contrabajo

■ Obsequió una relectura de Live at Tonic, su más reciente grabación

Pablo Espinosa

Ampliar la imagen Christian McBride, joven protagonista de la vanguardia jazzística Christian McBride, joven protagonista de la vanguardia jazzística Foto: Pablo Espinosa

Gran maestro del eclecticismo de la cultura musical, el contrabajista Christian McBride hizo temblar las hojas de un jardín bajo el ímpetu de un tropel de bisontes en celo: las cuerdas de su instrumento tremoladas en sucesión de staccatti, arpegios, notas en contracanto, pizzicatti, glisandos y notas sorpresivas.

En escena era McBride, pero también Giovanni Bottesini (1821-1889); Marin Marais, porque sonaba a viola da gamba; Miles Davis, pues sonaba a trompeta con sordina; Vivaldi bajo la bruma de Venecia, un cúmulo de sonidos concentrando la historia entera del escuchar y hacer sonar al mismo tiempo un contrabajo acústico.

La noche del sábado al frente de su banda, este joven protagonista de la vanguardia jazzística planetaria hizo cimbrar los cimientos del mainstream, escaló las pendientes de la experimentación alquímica, degustó las sabrosuras del funky, hizo guiños inúmeros al jazz latino como un gesto de cortesía haciendo tierra en lares mexicanos. Dictó conferencia magistral en contrabajo de madera para enseguida cambiar a bajo eléctrico. Anotó efeméride cimera.

A la medianoche del sábado había concluido su relectura genial de Live at Tonic, su más reciente disco triple, grabado durante dos noches en aquella meca del jazz, el club neoyorquino Tonic, que trasladó la noche del viernes al Lunario y la del sábado al Zinco Jazz Club. Excelencia cultural.

Christian McBride al contrabajo sacaba chispas como luciérnagas volantes sobre el encordado; Ron Blake burbujeaba alebrijes alientistas en sax tenor, flauta y sax soprano; Geoffrey Keezer hacía chirriar las teclas de su Yamaha evocando ayeres y futuros, los sonidos del Return to Forever, de Chick Corea, por igual que las maneras como sonarán mañana esas mismas teclas impensadas, en tanto Terreo Gully demostraba nuevamente de qué manera una batería puede sonar a viento, fuego, agua y tierra al mismo tiempo.

Notas falsas, escalamientos asombrosos, sonidos equiláteros, isósceles y escalenos. El solo de contrabajo, Alone together, quedó como uno de los capítulos mayores de la música que ha sonado en meses en México. He ahí la escuela de Ray Brown, su gran maestro, por igual que la magia de Cachao, la experimentación de Miroslav Vitous, la ortodoxia mágica de Scott La Faro, la sobriedad alelante de Gary Peacock. Maestro ecléctico e imaginativo, Christian McBride hace de su contrabajo un Santo Grial.

Al final, en la cresta de la ola, revivió el sonido de Weather Report con ese clásico inconmensurable titulado Boggie Woogie Waltz, con dejos hipnóticos de Bitches Brew, y llamó a batir palmas en el estilo Soul Clap: come on, ma men, exclamaba el moreno en pleno éxtasis mientras desplegaba su sapiencia cultérrima, su técnica asombrosa, su suprema manera de hacer música.

Christian McBride en México. Un clamor ecléctico de sombras luminosas.

 
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