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EL LIBRO DEL CONSEJO
RAÚL OLVERA MIJARES
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Popol Vuh. Antiguas leyendas del Quiché,
Ermilo Abreu Gómez (versión y prólogo),
Fondo de Cultura Económica,
México, 2007.
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Se acepta comúnmente que una de las civilizaciones más originales que se desarrollaron en Mesoamérica fue la maya. Su dominio se extendió desde Yucatán, Campeche y Quintana Roo hasta Chiapas, Guatemala y Honduras. México era fundamentalmente la tierra de los mexicas. Los mayas habitaban en un territorio sojuzgado. Para aquellos mexicanos de hoy que se han internado por las montañas de Guatemala, no deja de resultar sorprendente toparse con nombres de lugares en lengua nahua. Quetzaltenango, la antigua capital, se llamó y aún hoy los descendientes de los mayas la nombran Xela. Cosa semejante sucede con Chichicastenango, que se conoce como Chuilá.
La cultura maya peninsular, la propia de Yucatán y Quintana Roo, es esencialmente tropical y marina. La cultura quiché, en cambio, se desarrolló en esas imponentes y exóticas montañas que se extienden desde los Altos de Chiapas hasta las llanuras de Nicaragua y El Salvador. Quiché es un término genérico con que los historiadores designan las manifestaciones particulares de la cultura maya en Guatemala y Honduras. Quiché, sin embargo, también es un término particular, referido a cierta parte de las montañas de Guatemala, país enclavado en un estrecho territorio pero con varios climas y etnias bajo la influencia de dos océanos. Hay quien discute si las historias transmitidas en el Popul Vuh son más bien kekchíes que quichés, pues en ellas este último pueblo es incluso atacado. Popol Vuh es una voz maya que se traduce como Libro del consejo, Libro sagrado o Libro nacional. Popol es comunidad, nación, consejo, y vuh simplemente libro.
La obra resulta un verdadero epos, donde se narra la historia de un pueblo, más cercano a la Teogonía hesiódica que a los poemas homéricos, pues escudriña los orígenes del mundo, el linaje de los inmortales y las luchas fratricidas entre los hombres. Auténtica Biblia maya, el Popol Vuh admite varias lecturas: una religiosa, la obvia; otra histórica, antropológica y hasta literaria. El Fondo de Cultura Económica sacó en 2007, en su colección Grandes Letras, una edición del Popol Vuh, con prólogo y en versión de Ermilo Abreu Gómez, el connotado crítico literario desparecido en 1971.
Libro que hermana a dos naciones, México y Guatemala, y que representa el testimonio más completo y fidedigno de las sagas del mundo prehispánico, preservado gracias a la curiosidad del clero ilustrado de Guatemala, en particular el padre Francisco Ximénez, en los albores del siglo XVIII. La versión de Emilio Abreu ha procurado modernizar el lenguaje, inspirándose en la tersura y simpleza del original. Conocidos son entre nosotros la sutileza y el cuidado de estilo de los escritores guatemaltecos; para ello bastaría recordar a Augusto Monterroso y a Luis Cardoza y Aragón. Intento de escritura castiza, llana, plagada de voces antiguas, que confieren dignidad y altura a la traducción.
JUSTIFICAR LA MALDAD
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
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Jonathan Littell,
Las benévolas,
RBA,
México, 2007.
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No basta con aceptar que Las benévolas es la primera novela de Jonathan Littell (Nueva York, 1967). No basta con enterarse de que con ella ganó dos de los galardones más importantes de la literatura francesa: el Premio Goncourt y el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. No basta con abrir el libro para encontrarse con casi mil cuartillas que, en realidad, son muchas más a la hora de sacar cuentas, dada la amplitud de la caja. No basta con reconocer que se tiene enfrente la novela de uno de los fenómenos literarios de la actualidad destinado a volverse mítico. Y no basta porque falta abocarse a su lectura.
Maximilian Aue es un joven oficial de las SS durante la segunda guerra mundial. Dadas sus características intelectuales y sus estudios previos al conflicto armado, suele estar destinado a las líneas de la vanguardia, redactando informes y realizando espionaje para los altos mandos. Desde esas trincheras, tendrá la ocasión de ser trasladado de uno a otro frente para ser testigo de las atrocidades perpetradas por los nazis. De Polonia irá a Stalingrado, a Suiza, a Alemania, a hacer una serie de inspecciones en los campos de concentración por órdenes expresas de Himmler. En cada una de sus escalas obtendrá un grado superior para ostentar sobre su uniforme pero, sobre todo, una arraigada y profunda convicción de que no hay maldad en los actos de los combatientes. Él mismo sabe que no es culpable cuando recibe la orden de dar el tiro de gracia a los supervivientes del fusilamiento en una fila de judíos. Pero tampoco puede ser culpable su inmediato superior o el encargado de abrir la llave para que pase el gas en las cámaras de exterminio. Dentro de la mecánica de la guerra, el fin parece ser suficiente para justificar cualquier medio, cualquier objetivo y cualquier capricho disfrazado.
Sin embargo, más allá de la historia de la guerra contada desde la perspectiva de alguien que la presenció desde el lado de los derrotados, su historia personal es una fuente donde abrevar las consecuencias de lo vivido. No sólo por ser homosexual en un conflicto en donde eso era castigado con rudeza, tampoco por haber vivido una relación incestuosa con su hermana, ni por el reencuentro tras casi una década con su madre y su padrastro. También, por la forma en que sus experiencias en los campos de batalla acabaron afectando todas y cada una de sus relaciones personales, llevándolas hasta los límites de lo permisivo.
No basta con que Las benévolas sea una extraordinaria novela acerca de la guerra, que cuente con detalle episodios que creíamos clausurados a fuerza de relatos. Tampoco basta el halo de misterio que rodea al autor. A la larga, lo importante es el discurso que sostiene que, más allá de lo colectivo, de ese paroxismo de sentirse superior sólo para descubrir el fracaso de toda una ideología, el individuo continúa andando por un camino en donde lo importante es lo que le suceda a su persona y a su círculo cercano.
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