Número 143 | Jueves 5 de junio de 2008
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Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus
NotieSe

Entrevista con Rodrigo Parrini
Por los laberintos del encierro masculino
Un prisionero travesti muy hombre que desliga su placer de su identidad da pauta a Rodrigo Parrini, especialista en género y sexualidad de El Colegio de México, para reflexionar sobre la masculinidad en las cárceles mexicanas. En entrevista con Letra S, el investigador muestra cómo los internos se apropian de la institución y se adaptan al encierro.


Por Alejandro Brito y Fernando Mino

El encierro es un microcosmos de la masculinidad. En la cárcel coexisten conflictos complicidades, luchas y deseos. Las posibilidades de ser hombre se reducen en medio de la mirada vigilante de los otros internos. La sexualidad, como metáfora y como acción, se vuelve asunto de poder y de reafirmación de la masculinidad.

Rodrigo Parrini, maestro en Estudios de Género por El Colegio de México e investigador del Centro Nacional de Prevención y Control del VIH/sida (Censida) se sumergió en el ambiente del Reclusorio Norte de la ciudad de México para analizar las formas en que los internos viven su identidad, su corporalidad y su deseo sexual. El resultado es Panópticos y laberintos. Subjetivación y corporalidad en una cárcel de hombres, investigación publicada en 2007 por El Colegio de México.

A continuación parte de la charla con Letra S:

Tú acercamiento a las cárceles partió del interés de corroborar las teorías de Michel Foucault respecto de la disciplina carcelaria y de pronto te topas con el deseo y la corporalidad de los internos, ¿qué sucedió? Foucault fue la llave más importante, pues sus teorías sobre la disciplina y las cárceles han tenido una influencia enorme a partir de sus estudios generales sobre el poder y de su libro sobre el nacimiento de la prisión en Europa, Vigilar y castigar. No obstante, Foucault construye una teoría abstracta del poder a partir de una investigación histórica: trabaja con los documentos de la institución carcelaria, con los archivos, con médicos, con criminólogos. Yo preferí trabajar con los sujetos encarcelados; trabajé con la institución, pero a la inversa. Cuando escucho a estos sujetos, cuando los entrevisto y les pregunto acerca de su vida, de sus identidades, de lo que piensan de sí y de los otros, lo que encontré es que la cárcel no funciona como está especificado en su código o en su normatividad, por una razón fundamental: los presos se apropian de la institución.

¿Cómo sucede eso?
La cárcel es, desde su origen, una institución fracasada, no obstante persiste, pues cumple con una función de control. Es un espacio bien definido, tiene cierta disposición arquitectónica, ciertos horarios, ciertos sistemas de vigilancia, etcétera. Todo este contexto es transformado por los internos de la cárcel, por ejemplo, a través de la estética: en el Reclusorio Norte los internos deben vestirse de beige, color que usan en su atuendo cotidiano, pero los más jóvenes usan ciertas prendas, tipo banda urbana o como raperos, mientras otros visten mejor ropa. La presencia de altares, imágenes religiosas, carteles con mujeres desnudas o fotos familiares también refuerza la idea de la apropiación de la institución.

Las condiciones de vida refuerzan la asimilación. La sobrepoblación, el hacinamiento y la falta de privacidad, por ejemplo. En el momento en que yo hice la investigación el reclusorio tenía más de 10 mil internos. Había celdas con quince o veinte personas; algunos de los presos dormían amarrados a los barrotes o sentados en el retrete de la celda. Otro factor es la extensión de las relaciones sociales carcelarias con las del exterior. Hay barrios específicos vinculados a algún tipo de delito. Internos de la colonia Doctores o de la Romero Rubio llegan con amigos, con relaciones al reclusorio.

¿Cómo se vive la sexualidad en un contexto a primera vista tan adverso? En contraste con el hacinamiento generalizado, los internos crean un entorno que cumple con ciertas normas de privacidad. Están las cabañas —construcciones hechas de mantas y maderas—, habilitadas por los mismos internos los días de visita, que están cerradas a la mirada de los otros y que sirven para el intercambio erótico con sus parejas o con mujeres que ejercen el sexo remunerado. Pero también para los internos que tienen sexo con transgéneros o travestis hay espacios privados: a la litera inferior dentro de algunas celdas se le pone una cortina que crea un pequeño camarote, donde todos saben lo que está pasando, pero no hay acceso a las miradas.

Hay una relación entre identidad y cuerpo que no necesariamente va en una sola dirección. El cuerpo puede ir por un lado y la identidad por otro, ¿no es así?
Encontré que no existe una relación jerárquica, sino circular y no unívoca: no hay un cuerpo al que le corresponda un deseo y una identidad, sino que existen relaciones segmentadas, parciales. Para ejemplificar esta afirmación cito un testimonio indirecto: un interno me contó sobre un viejo travesti que, afirma, es un cabrón. Entonces, la identidad es femenina, pero cabrón es un atributo masculino. Un sujeto que es mujer y hombre, todo en un solo enunciado. Y más aún: el travesti cabrón le advierte a todos los presos que lo puto lo tiene en el culo, pero que les puede partir la madre en cualquier momento. Su cuerpo no está sellado, no está definido por completo. Si bien es “puto en el culo”, en otras partes de su cuerpo tiene hombría y puede liarse a golpes, comportarse como hombre según sus propios parámetros.

Al hablar del deseo homoerótico en las cárceles suele decirse que se trata sólo de un deseo transitorio, circunstancial.
Creo que hay dos explicaciones contrapuestas en este tema. Algo que podemos denominar “teoría gay” dice que potencialmente todos los hombres tienen un deseo homoerótico, y todos aquellos que tienen prácticas homosexuales y no construyen una identidad gay es porque están dentro del clóset. Se puede estar o no de acuerdo, pero es importante considerar que el deseo gay es una construcción histórica, una identidad creada en Occidente en los últimos 100 años. A su vez, una noción instintiva de la sexualidad plantea que si los instintos no tienen los medios adecuados de satisfacción, buscan los inadecuados, que en este caso son los sujetos del mismo sexo.

Pero la cárcel demuestra que si la sexualidad teme algo, no es al instinto. El deseo es contextual. Hay una erótica, hay relaciones sociales, simbólicas, imaginarias que permiten ciertos vínculos eróticos, pero que no los obligan y puede que nunca se den. Los internos participan en ciertas relaciones sociales, en un contexto que los vincula con otros hombres. Pero esto no significa que tengan sexo con ellos, y si lo tienen no necesariamente se identifican como gays. No sirve quedarse en la dicomotomía entre ‘clóset’ e instinto; por eso hablo de un deseo contextual, pero a la vez social.

¿Los hallazgos de tu investigación aplican sólo a la cárcel, como un espacio cerrado, o también existen esquemas similares en espacios abiertos?
En la sexualidad y en la construcción de las identidades participan elementos generales, comunes, nada se genera de pronto y de la nada. Tienen referentes, los internos no se forman en la cárcel, vienen de afuera, fundamentalmente de sectores populares, tanto urbanos como rurales. El imaginario es compartido en estos entornos: una sexualidad masculina desbordante, desbordada, siempre apremiante, que necesita estar activa; para el hombre es un requerimiento tener sexo, con mujeres fundamentalmente, pero si no hay puede practicarse con otros hombres que sirvan como mujeres. El punto fundamental es mantener la masculinidad, que depende en este caso de la posición sexual, hablando en términos del imaginario sexual: ser activo.

¿Qué implicaciones podría tener tu trabajo para la prevención del VIH en las cárceles?
En los internos hay una conciencia muy aguda del tiempo, al entrevistarlos me señalaban con claridad: ‘me faltan cuatro años tres meses, cinco días para salir’. Saben perfectamente el paso del tiempo hacia la libertad. El juego con esta conciencia del tiempo crea el mensaje preventivo: si no te cuidas, si te infectas de VIH, ya no vas a salir,será como una cadena perpetua.