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Desregulación de ogm en estados unidos genera más riesgos a la salud
Alejandro Calvillo Unna Desde mediados de los 90s desaparecieron los procedimientos para evaluar los riesgos que podían representar los transgénicos en la Food and Drug Administration (FDA, Administración de Alimentos y Medicamentos) de Estados Unidos. El artífice de ese proceso en la FDA fue Michel Taylor, quien había trabajado en la firma de abogados King and Spaulding, que asesoró a Monsanto en la elaboración de la regulación pro-biotecnología que la industria cabildeó ante el gobierno estadounidense. Para Monsanto no podría haber mejor persona para tomar el mando de los asuntos relacionados con los transgénicos en la FDA. En 1991 se creó un nuevo cargo exclusivamente para él: comisionado de Política. Tres años después el poder de este personaje era incuestionable: fue nombrado administrador del Departamento de Seguridad en Alimentos Agrícolas y Servicio de Inspección de la FDA. Con Taylor comenzó a darse una profunda desregulación de los transgénicos: la autoridad dejó de hacer estudios de evaluación, y pasó esta responsabilidad a las empresas. Así, países importadores de granos desde Estados Unidos, como México, reciben transgénicos (maíz, soya, canola) y no hay una real garantía de salud para los consumidores. Los servicios de Taylor serían posteriormente bien remunerados. Cuando dejó la FDA , fue nombrado vicepresidente de Políticas Públicas de Monsanto. Esta transformación de funcionarios a cabilderos de empresas y viceversa es algo muy común. A partir del acta de libertad de información, diversas organizaciones y personas han obtenido documentos internos de la FDA que evidencian la fuerte oposición expresada por expertos de la institución contra la vía libre a los transgénicos. La salud, en manos de trasnacionales . La FDA , influida por Taylor, expresaba pública y oficialmente que los alimentos transgénicos no representaban ningún riesgo para la salud humana. Pero al interior de la FDA había una “guerra de memos” que derivó en el despido de varios especialistas que se resistieron a la imposición de los intereses del corporativo por encima de la misión de esa institución pública, que es proteger la salud de la población. Los diferentes grupos de trabajo se manifestaron. El Grupo de Toxicología de la FDA advertía: “la posibilidad de cambios accidentales, inesperados, en las plantas transformadas por la ingeniería genética, justifican la necesidad de estudios toxicológicos”. La División de Tecnología y Química en Alimentos de la institución señalaba cuatro riesgos principales: el incremento de los niveles de toxinas conocidas; la aparición de nuevas toxinas; un incremento en la tendencia de acumular sustancias tóxicas del ambiente, como pesticidas o metales pesados, y alteraciones indeseables en los niveles de nutrientes. El Centro de Medicina Veterinaria envió un memorándum en el que alertaba: “el Centro considera que los animales alimentados con plantas genéticamente modificadas enfrentan riesgos en su salud, así como también quien consume la carne o los productos de estos animales (...) los residuos de toxinas en la carne o la leche pueden provocar problemas en la seguridad de los alimentos que consumimos“. Riesgos silenciados. Las advertencias de los expertos fueron acalladas en beneficio de la industria. Después de varios años y tras arduos procesos legales, parte de los documentos fueron liberados y hechos públicos. Sin embargo, nada cambió. Los riesgos más citados que los transgénicos representan para la salud son: la generación de alergias; la transferencia de resistencia a antibióticos desde genes introducidos a los alimentos transgénicos hacia los microorganismos de nuestro cuerpo; una mayor presencia de toxinas conocidas, y la aparición de toxinas desconocidas. Pero hay otras amenazas aún no catalogadas. Tomemos el ejemplo de la producción de maíces transgénicos para la producción de medicinas. Si se diera el caso de que maíces modificados para producir antibióticos transfirieran sus genes a maíces para consumo humano, se tendrá un alto riesgo de que los microorganismos patógenos desarrollen resistencia al antibiótico en quienes consuman este grano. Jeremy Riffkin dice que si el siglo XX fue de la industria química, el XXI es de la biotecnología. Se han introducido unos 100 mil químicos sintéticos al ambiente y los alimentos y hay datos que los responsabilizan de epidemias de cáncer y efectos mutagénicos y de actuar como disruptores endocrinos. Los aditivos químicos en alimentos procesados no han sido evaluados en sus efectos sinergéticos, ni individualmente en profundidad. Varios han sido retirados después de descubrirse, por estudios independientes, que son cancerígenos. Recientemente, la Agencia de Estándares de Alimentos del Reino Unido concluyó que colorantes comúnmente utilizados en alimentos y bebidas procesadas están provocando déficit de atención e hiperactividad en los niños, uno de los trastornos más severos y comunes en la población infantil y juvenil a escala global. ¿Qué nos depara la introducción masiva de transgénicos con fines alimentarios, medicinales, industriales, sin la existencia de instituciones y procedimientos de evaluación de riesgos? ¿Cuál es el futuro de la salud y del medio ambiente con la imposición de los intereses corporativos sobre los colectivos y el bien común? Director de El Poder del Consumidor, A.C.
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