Aprender a morir
■ Maternidad, paradigma a revisar
“Las madres son corresponsables –observa con humor negro Ángel García Luna– por lo menos de 50 por ciento de las estupideces que ha cometido y sigue cometiendo la humanidad. Del otro 50, lo son sus hijas, condenadas a seguir multiplicándose y transmitiendo a su prole falsos valores y actitudes erróneas.”
Al margen del tono caricaturesco y sexista del texto, nunca como ahora se había hecho tan necesario y urgente el cuestionamiento de valores históricamente aceptados y, por encima de estos, la revisión responsable de los paradigmas que sustentan a esos valores, entre otros y de manera primordial el de la maternidad, entendida también como la facultad de las mujeres de renunciar a ser madres o a seguirlo siendo.
La consigna de ponerse a tener “los hijos que Dios quiera”, que reduce al ser supremo a puntilloso ginecólogo, acatada por hombres y mujeres pero con un perjuicio mayor para éstas, dado que son las que se embarazan, paren, crían y en buena medida influyen determinantemente en la formación de los vástagos; o el dogmático ejemplo de María como madre del mismísimo Dios hijo o Jesucristo, quien por cierto vivió a su lado hasta los 30 años de edad, o la repetición machacona en los medios, sobre todo la televisión, de “la sublime misión de ser madre” y sus pretendidas ventajas en un matrimonio con un guapo y gentil proveedor, tienen hoy, como consecuencia real, una población de más de 6 mil 700 millones de seres humanos sobre la Tierra.
Paradigma es un término rico en acepciones que utilizado originalmente en las ciencias exactas se ha extendido a disciplinas como filosofía, sociología, antropología y sicología. Significa modelo, patrón, referencia o noción fundamental que subyace detrás de los valores establecidos y considerados inalterables por los intereses político-económicos que beneficia.
Asimismo, paradigma expresa un concepto fuera de discusión, una matriz disciplinar, un ejemplo a seguir o un arquetipo a imitar. Por ello, a la luz de una conciencia evolucionada y de una racionalidad lúcida, es imperativo que hombres y mujeres pensantes se apliquen a la tarea no por perentoria menos aplazada de empezar a crear nuevos paradigmas que de verdad contribuyan al crecimiento personal de los individuos, no a su enajenación.