13 de mayo de 2008     Número 8

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Agricultura: Asunto de Vida o Muerte

 

A raíz del desbalance entre producción y demanda de productos agropecuarios, se ha planteado la mayor aplicación de tecnología agrícola científica occidental (...) Pocas veces se aprecia que la agricultura ultramoderna involucra: fuertes inyecciones de energía de otros sistemas, en este caso energía fósil; subsidios sustanciales, generalmente encubiertos; uso de tecnologías capaces de deteriorar los recursos con gran rapidez e intensidad (...)
Efraím Hernández Xolocotzi. Biología agrícola , 1985

En menos de cien años la agricultura ha vivido tres grandes mudanzas tecnológicas inspiradas en el paradigma productivo capitalista.

Tres revoluciones tres . La primera, conocida como “revolución verde”, ocurre a mediados del siglo pasado y es un rompimiento con la agronomía surgida de los sistemas agrícolas campesinos (como la que en México desarrolló brillantemente Hernández Xolocotzi) a la que sustituye un modelo de “agricultura industrial” sustentada en riego, mecanización a ultranza, semillas híbridas, fertilizantes químicos y múltiples agrotóxicos.

El saldo: proliferación de monocultivos intensivos y mecanizados desplegados sobre tierras planas e irrigadas, donde se suple la progresiva pérdida de fertilidad con dosis crecientes de abonos químicos y se contrarresta el incremento de plagas con el empleo masivo de pesticidas. Todo ello basado en semillas híbridas que no son de polinización libre y conducen a una dependencia absoluta respecto de las empresas agrotecnológicas, que sobre esta base inician su expansión hasta transformarse en gigantes corporativos trasnacionales.

El nuevo “paquete tecnológico”, que radicaliza brutalmente las tendencias históricas a la especialización y simplificación productiva, está pensado para regiones agrícolas como las estadounidenses, argentinas, brasileñas o australianas, con amplias llanuras, condiciones naturales uniformes y usufructuadas por extensas unidades de producción netamente empresariales, mientras que resulta contraindicado para el variado paisaje rural europeo ancestralmente asociado con la pequeña y mediana agricultura familiar y es veneno para la pequeña y muy pequeña producción campesina tercermundista, a veces indígena y comunitaria, asentada sobre ecosistemas abigarrados y frágiles cuyo aprovechamiento sustentable demanda estrategias múltiples, flexibles, adecuadas, personalizadas...

A mediados de los 80s del siglo pasado se patentaron las primeras plantas transgénicas y para el arranque del tercer milenio millones de hectáreas de cultivo empleaban semillas de genoma manipulado. Se habló entonces de la segunda “revolución verde” y algunos pensaron que se cumplía por fin el sueño decimonónico de industrialización de la agricultura, pues al descifrar los códigos de la herencia genética los bioingenieros se sintieron dueños de las fuerzas productivas de la naturaleza, que ahora podían ser aisladas, transformadas y reproducidas in vitro creando seres vivos de fábrica susceptibles de ser patentados y por tanto más lucrativos que los silvestres. Promotoras y beneficiarias de esta tecnología son las corporaciones que embarnecieron en la segunda mitad del pasado siglo con base en los agroquímicos y las semillas mejoradas y que ahora se transforman en omnipresentes “industrias de la vida”. Pero en verdad se trata de industrias de la muerte pues no sólo expolian al productor, también erosionan el germoplasma, pues cuando hay selección natural positiva a favor de plantas transgénicas se pierden razas, cada una adaptada a condiciones específicas.

Si la ingeniería genética interviene genes, la nanotecnología modifica la materia en escala molecular y atómica, pasando de obtener plantas genéticamente manipuladas a introducir plantas molecularmente alteradas. Lo que combinado con la informática permitiría, dicen sus apologistas, hacer de la agricultura una biofábrica aún más uniforme, más simplificada y más automatizada que los vertiginosos monocultivos derivados de la primera y la segunda etapas de la “revolución verde”.

Pasar de sujeto a objeto . Estas mudanzas tecnológicas están provocando un vuelco de enorme trascendencia histórica, en que el agricultor pasa de sujeto activo a objeto pasivo. Durante el siglo XX la ancestral cultura productiva de los hombres del campo es abruptamente suplantada por procedimientos y recursos tecnológicos que se oponen tanto a sus usos y costumbres como a los modos parsimoniosos del medio natural por ellos domesticado. La sabiduría del campesino –como la de los viejos agrónomos– se refiere a los ecosistemas complejos donde desarrolla su labor: sabe, por ejemplo, cómo seleccionar las semillas de la cosecha anterior para mejorar la nueva siembra; sabe que entreverados o sucesivos, el frijol y el maíz se complementan pues la leguminosa fija en el suelo el nitrógeno que el cereal necesita; sabe que ciertas plantas, como el chile, repelen plagas, y que otras como la calabaza de grandes hojas, ayudan a conservar la humedad; sabe, en fin, que sin bosques llueve menos, hay poca infiltración y se secan los ojos de agua. Física, química, biología, meteorología, estadística, informática y otras disciplinas especializadas pueden fortalecer notablemente los saberes prácticos y holistas del campesino, pero no debieran suplantarlos. Cuando tal cosa sucede, como con la primera “revolución verde”, los transgénicos y la nanoescala, el productor pasa de usar la tecnología a ser usado por ella. Y esto no se debe a que la ciencia se hizo más complicada y sólo resulta accesible al especialista; al contrario, las estrategias de conocimiento holistas y sistémicas, como las que emplean los campesinos, asumen y manejan la complejidad, mientras que las ciencias instrumentales buscan a toda costa la simplificación. Así, la reduccionista ingeniería genética o nanoescala pretenden explicar las cosas a partir de sus unidades constituyentes más pequeñas, dejando de lado las interrelaciones sistémicas y el contexto, que es lo que enfatizan sus críticos y lo que manejan los campesinos.

Intervenir el genoma y remodelar la materia en el nivel molecular no es invadir competencias de Dios y puede ser tan loable como endurecer con fuego la punta de una coa. El problema con estos enfoques está en el modelo científico y la estrategia tecnológica que siguen, así como en la lógica económica a la que obedecen. Opuesta a los paradigmas de complejidad, diversidad y variabilidad, que a su vez entroncan con la parsimonia y sustentabilidad productivas compatibles con la inclusión social y el bienestar duradero, la perspectiva científico-técnica que, obsesionada por la velocidad y la eficiencia que producen utilidades, rinde culto a la simplificación, la uniformidad y la estabilidad, es un quehacer seudocientífico al servicio del capital; a las órdenes de un ente impersonal y desalmado cuya mayor virtud es la codicia.

Y un establishment tecnológico al que sólo motivan las ganancias de sus patrocinadores corporativos tiende a violentar el principio de precaución y es un peligro para la vida. En los años 40s del pasado siglo fueron el DDT y otros plaguicidas altamente tóxicos que no se retiraron sino hasta los 70s; en esa década se tuvo que luchar contra colorantes, saborizantes y conservadores artificiales que resultaron cancerígenos; en los 80s la amenaza provino de hormonas de crecimiento y otros medicamentos dañinos; en los 90s comenzó a percibirse el riesgo que para el germoplasma, y quizá para el consumidor, representan los transgénicos; en el tercer milenio comienzan a liberarse productos nanotecnológicos, un “enemigo invisible” según el grupo ETC cuyos posibles efectos negativos son totalmente desconocidos

En la variedad está el gusto . En Food for Thought (Nature Materials, vol. 3, septiembre 2004, p 579-581) Athene Donald, sostiene que debido a las diferencias de suelos, climas y modos de cultivo, los productos agrícolas son de gran variabilidad,“con una composición básicamente incontrolable” y en última instancia “no confiables”. Pero, sostiene, gracias al ensamblaje atómico y la modelación molecular, la nanotecnología puede remediarlo produciendo alimentos más uniformes, más estables y hasta más nutritivos. Chance, pero a Athene se le olvida que aun en los extremos más precarios la producción y el consumo de alimentos son cultura, de modo que las presuntas proteínas industriales jamás reemplazaran una buena cecina de Yecapixtla, no hay saborizante sintético que pueda con el café de Coatepec y ningún aguardiente de diseño le llega, ni de lejos, al mezcal artesanal de Minas. También esto lo sabía el agrónomo de a pie Hernández X., citado en el epígrafe: ”Habría que señalar que existe una relación entre el producto comestible, la forma de cocinarlo y el amor que genera en el consumidor. Esto quiere decir que para el hombre de campo, después de un buen día de trabajo, consumir unas buenas tortillas, un plato de frijoles caldosos preparados con epazote y unos chiles verdes picantes, constituye un manjar”.

Digamos, pues, parodiando a los poetas estridentistas del siglo pasado: ¡Muera la proteína sintética! ¡Viva el mole de guajolote!