El Foro
■ Goodbye, America
Ampliar la imagen Al Lewis en un fotograma del documental de Sergio Oskman
El propósito inicial del documentalista brasileño Sergio Oskman fue explorar en Goodbye, America el funcionamiento de una estación radiofónica (Radio Pacific) en Estados Unidos a finales de los años 40. La idea la sugiere el productor español Elías Querejeta, y lo que interesa entonces es mostrar el discurso pacifista y el compromiso político progresista que cobra adeptos después de la Segunda Guerra Mundial, poco antes de que se confirme el clima de persecución política vinculado a la guerra fría y la cacería de brujas a cargo del senador McCarthy.
Una sorpresa mayúscula para el cineasta es encontrar entre los colaboradores de la radio, en activo todavía, a un personaje pintoresco y muy popular, Al Lewis, más conocido internacionalmente por su participación en la serie televisiva estadunidense de los años 60, La familia Munster. Además de encarnar entre 1964 y 1966 al irascible abuelo de la emisión, Lewis mostraba una interesante faceta de activista político, habiendo llegado a, inclusive, contender por la alcaldía de Nueva York por el partido verde. La orientación del filme cambia entonces radicalmente y todo se concentra en el retrato del cómico Al Lewis, quien a sus 90 años habla en su camerino, frente al espejo, mientras es maquillado para una encarnación más del célebre abuelo.
Goodbye, America alude sólo indirectamente a los programas de televisión que dieron celebridad a Lewis, sin recoger testimonios de sus telespectadores ni de sus colaboradores escénicos más cercanos. Lo que ofrece, en cambio, con apoyo de estupendas imágenes de archivo, es el panorama de una carrera artística muy desigual y muy variada, y sobre todo el itinerario de una actitud de compromiso con múltiples causas sociales. Al Lewis, judío de origen germano-polaco, nacido en Broo-klyn, refiere frente a la cámara el impacto del crash económico de 1929 y también su participación en la Segunda Guerra Mundial, pero evoca con mayor detenimiento y energía la época de intolerancia política en que una parte del gremio artístico tuvo que responder a las sospechas y acusaciones de traición a Estados Unidos lanzada por inquisidores anticomunistas. Una época de turbiedad moral que, con toda lucidez, el cómico ve reproducirse al día siguiente del 11 de septiembre de 2001. Dice Lewis, palabras más palabras menos: “En aquellos años 50 se perseguía delirantemente todo lo que pareciera comunista; la etiqueta ha cambiado hoy, aunque no tanto el delirio: hoy se persigue de igual modo todo lo que parezca terrorista”.
La cinta sitúa la entrevista en dos momentos: Al Lewis frente al espejo en su camerino durante la larga sesión de maquillaje, y años después, en un lecho de hospital, con el rostro ya vencido por la enfermedad, pero con ánimo y ritmo verbal siempre vigorosos; en los dos momentos, el mismo puro encendido y la determinación de ahondar todo lo posible en el registro de la memoria. Recuerda Lewis a su madre –figura entrañable que en su larga vida jamás puso los pies en una sala de cine, y los años de infancia en el barrio judío de Brooklyn, así como el camino para crear a uno de los personajes más entrañables de la televisión estadunidense. La cámara lo muestra después en la calle repartiendo volantes con llamados a votar por el Abuelo Al Lewis, contra la pena de muerte y por la defensa del medio ambiente. El cómico veterano tiene aún la ocurrencia de hacer que mediante Radio Pacific decenas de prisioneros conquisten una voz pública, se comuniquen con sus compatriotas y rompan por un tiempo su soledad y aislamiento.
Goodbye, America no es sólo un filme crepuscular, a la manera de Relámpago sobre el agua (Nick’s movie), de Wim Wenders, sobre la personalidad del cineasta en agonía Nicholas Ray. Es también el registro, por momentos festivo, de una trayectoria de disidencia moral y política.