■ Quemar un libro equivale a matar, dice su autor Lucien Polastron
Publican Libros en llamas, recuento histórico de la destrucción de textos
Hace unos años se estrenó la película V de Venganza, una historia futurista de un país (Gran Bretaña) controlado por una dictadura, donde los libros no tenían cabida: era más peligroso esconder un ejemplar de El Corán que a un rebelde buscado por las fuerzas del orden. La razón: es más fácil controlar a una población que no lee.
Los ejemplos de la eliminación de libros a lo largo de la historia no son pocos y de ellos se ocupa Libros en llamas. Historia de la interminable destrucción de bibliotecas, del escritor Lucien X. Polastron, coeditado por el Fondo de Cultura Económica y Libros sobre Libros con apoyo de la embajada de Francia en México. El volumen comienza a circular en librerías en coincidencia con el 75 aniversario de la quema de libros organizado por los nazis el 10 de mayo de 1933 a las 10 de la noche.
“(...) un pueblo instruido no se gobierna fácilmente, como decidieron los legisladores de la antigua China o los nazis en Checoslovaquia; porque los países conquistados deben cambiar de historia o de creencias, como los aztecas, porque solamente los iletrados podrán salvar al mundo, como predican los milenaristas de todas las épocas; porque la naturaleza de tal colección pone en peligro el nuevo poder, como el taoísmo para los mongoles, o el chiísmo, o la reforma. A estos ejemplos podría agregarse la ocasional autodestrucción para evitar problemas, habitual en la China imperial o durante la revolución cultural”, se señala en el prólogo de este libro que en su versión francesa obtuvo el premio al mejor ensayo en historia de la Société des Gens de Lettres.
Sin embargo existe una causa aún más profunda: “el libro es un doble del hombre: quemarlo equivale a matar”, señala el autor. (En el nuevo libro de Carlos Ruiz Zafón, El juego del ángel, el viejo librero Sempere cree firmemente que los libros guardan el alma de quien los escribió).
El texto de Polastron es un recuento de la desaparición de libros y aclara desde un principio que las bibliotecas no siempre son quemadas, “cubiertas de excrementos o arrojadas a un río”. Muchas veces la destrucción equivale a ser incautadas o dispersadas “de una sola vez o tomo por tomo, por estupidez, lucro o necesidad, y así se puso fin a una entidad quimérica o se dejó huérfano a algún pueblo lector, familia intelectual de ‘horizontes borrados’, como dice otro poeta, sin obtener por ello la gloria de una cruel apoteosis que abre el camino de la eternidad”.
La cronología inicia en el lejano año de 1358 antes de nuestra era con la destrucción de las bibliotecas de Tebas y en 1336 a.C la destrucción de la biblioteca de Akenatón; llega hasta 2003, hace apenas cinco años, “con el incendio y saqueo de casi todas las bibliotecas iraquíes luego de la invasión estadunidense”.
¿Existe alguna forma de prevenir la desaparición de los libros y las bibliotecas? ¿Las nuevas tecnologías serán la alternativa?