Usted está aquí: jueves 8 de mayo de 2008 Espectáculos “En México ya no les creemos a los críticos de cine; hay un vacío”

■ Leonardo García Tsao relanzó su libro El ojo y la navaja: ensayos y críticas de cine

“En México ya no les creemos a los críticos de cine; hay un vacío”

■ Noto un analfabetismo cinematográfico: para algunos todo comenzó con Star Wars, opinó el director de la Cineteca Nacional

■ Necesario, hacer a un lado la autocomplacencia, dijo el también articulista de La Jornada

■ Soy muy mal coleccionista, no cuento ni clasifico mis cintas, confesó

Ericka Montaño Garfias

Ampliar la imagen En el país no ha habido un relevo generacional de críticos de cine; hemos querido tenerlo porque ya estamos cansados, bromeó García Tsao En el país no ha habido un relevo generacional de críticos de cine; hemos querido tenerlo porque ya estamos cansados, bromeó García Tsao Foto: Jesús Villaseca

Mientras el cine nacional va en ascenso, la crítica cinematográfica va en descenso. “No sé a qué se debe esa ausencia de una crítica legítima y de peso”, señala Leonardo García Tsao, cuyo libro El ojo y la navaja: ensayos y críticas de cine acaba de ser relanzado en edición de bolsillo por la editorial Punto de Lectura.

Crítico cinematográfico, académico, director de la Cineteca Nacional y colaborador de La Jornada, García Tsao también es un coleccionista de cine “por vicio”. Desde hace 40 años ve una película diaria (ha visto unas 14 mil 600 cintas, incluidas las que mira más de una vez), prefiere llegar a las salas de proyección antes que el resto del público y son contadas las ocasiones en las que se ha salido a la mitad de un filme.

En México, dice en entrevista, ya no les creemos a los críticos... existe un vacío. “No ha habido un relevo generacional. Creo que Emilio (García Riera), Tomás (Turrent) y todos los que nos precedieron veían a los de mi generación como sus herederos; no había un sentido de competencia, eran muy generosos y nos daban la mano; desde entonces hemos querido tener ese relevo, porque ya estamos cansados –bromea–, ya no es el mismo entusiasmo. Hemos buscado ese relevo y no lo hemos encontrado, salvo algunas excepciones, como el caso de Fernanda Solórzano.

“En general, creo que la crítica sí se ha empobrecido y eso es efecto de la demasiada información: Internet y los videos han provocado una especie de superficialidad, nos vuelven muy haraganes, además de que noto una especie de analfabetismo cinematográfico, porque para algunos el cine comenzó con Star Wars y siguió con Tarantino. También se ha perdido el estilo en la escritura”.

Cinéfilo de familia

Lo que se necesita para reactivar la crítica son dos cosas: “Profundo conocimiento y devoción al cine, y saber escribir. Hay que hacer a un lado la autocomplacencia y la adjetivación donde todo es ‘maravilloso’, ‘estupendo’ y ‘chido’. El chiste no es calificar algo, sino analizarlo y dar elementos para que el lector y el espectador enriquezcan su experiencia.

“La verdad –añade–, nunca pensé que me dedicaría a esto. Eso sí, en otras ocasiones me han preguntado si el crítico es un cineasta frustrado. No. Nunca pensé estudiar cine porque lo que me gusta es ver cine.”

Ese gusto, después convertido en vicio, “socialmente aceptable”, nació por sus padres, que eran cinéfilos. “Mi mamá, que es China, nacida en Shangai, decía que de niña quería ser acomodadora; ése era su trabajo soñado, porque eso implicaba que era la persona que se pasaba todo el día en el cine, lo cual le parecía genial. Ya como novios se acuerdan de que una vez fueron a ver un programa doble, salieron y dijeron ‘¿ahora qué vemos?’ y se metieron a ver Hamlet, que duraba tres horas”.

“Para mi familia, que era bastante atípica, era un ritual ir al cine; no íbamos un día a la semana, sino que en ocasiones, si mi papá estaba libre, íbamos todas las tardes. Era barato ir al cine; costaba en promedio cuatro pesos; cuando comenzaron los cines de lujo como el Manacar y el Diana lo subieron a 8 pesos, pero igual era baratísimo. Cuando fui estudiante había cines como el Gloria, que daban tres películas por tres pesos, y ¡eso era el enajene total!: entraba a las 4 de la tarde y salía a las 10 de la noche. Creo que por eso disfruto con los festivales de cine, porque es como repetir esa empachada.”

De las primeras películas de su vida los recuerdos son vagos y aterradores: la primera de un hombre de Pompeya que resucitaba y comenzaba a matar gente, que veía a través de las rendijas de los dedos de su madre, quien le tapaba los ojos para que no se impresionara tanto; la segunda es Pinocho, la escena donde los personajes van a dar a la panza de una ballena. “Empecé a berrear y me sacaron. Creo que nunca vi el final de Pinocho.

El tema de su colección de películas “es un terreno que da vergüenza porque he sido un coleccionador de vicio, desde que comenzó el Betamax. La fantasía era: ‘tengo mi propia cineteca’. Hay películas que he conseguido cuatro o cinco veces, como Blade Runner, que la tengo en beta, en VHS, la edición del director en devedé; caí en la trampa del disco láser. La verdad no las he contado; soy coleccionista, pero muy malo, no las cuento, no las clasifico. Lo bueno es que en la Cineteca hay alguien que se encarga de los archivos, porque si no...

“La manía no sólo es verlas o escribir sobre ellas, sino tenerlas.”

 
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