Pemex, a debate: ¿y la ciencia y la tecnología?
No es nada fácil para un científico con conciencia ecológica y social hacer una defensa del petróleo. López Velarde no se equivocó, pero se quedó muy corto. El petróleo fue y sigue siendo el plasma vital que impulsó al capitalismo a revolucionar todos los ámbitos de la vida social. Si alguna sustancia circula por las venas y arterias del sistema impulsado por el capitalismo, descomunal y avasallante, ésa es petróleo. Hoy, para decir lo menos, su uso ha gestado una civilización que ha dado muchos nuevos beneficios a un sector de los seres humanos, pero que también indujo un crecimiento desusado de la especie humana, creó un avance tecnológico en íntima relación al poder económico y es el principal agente de la contaminación que ha provocado el calentamiento del planeta, el mayor desequilibrio ecológico de toda la historia.
Vista desde todos los ángulos, la civilización petrolizada no tiene futuro. Todos los escenarios construidos desde la ciencia que han aparecido en los recientes años coinciden al afirmar que o se hace una transformación urgente y profunda de la sociedad humana o ésta terminará, en unas pocas décadas, colapsándose. Y lo anterior supone dejar atrás una sociedad construida sobre la explotación petrolera, para pasar al aprovechamiento de la energía solar en todas sus formas: vientos, mareas, movimientos de agua, biomasa y captación directa de los rayos del sol. En otras palabras, todo país gobernado inteligentemente debe planear su propia transición energética.
Ubicarse dentro del panorama del mundo contemporáneo, y no solamente dentro del contexto particular de la nación, es un acto obligado para arribar a una posición sensata en el debate sobre Pemex y la “reforma energética”. Ello significa adoptar una visión doble: global y en defensa de la especie humana y del planeta, y nacional en defensa de la soberanía y el uso público y social de los recursos. Sobra decir que estas dos posiciones se complementan y hasta se necesitan, y que en países como México, donde el petróleo ha estado bajo tutela estatal desde 1938, debe inventarse una ruta original y propia de cambio civilizador.
Los impulsores de la “reforma energética” ignoran o soslayan los planteamientos anteriores. Los mercaderes, bien disfrazados de políticos, que gobiernan al país desde hace más de dos décadas, carecen, por desgracia, de una visión de futuro: les importa un bledo la situación global, el destino de la especie y de la vida del planeta, y la defensa de la soberanía nacional y el uso social de los recursos les parece algo anticuado. En su visión “modernizadora” no caben esos detalles incómodos, pues complican sobremanera el desarrollo de los negocios y la posibilidad de más ganancias.
La mejor prueba de lo anterior es que la iniciativa de “reforma energética” propuesta no aborda en sus cinco documentos el tema de la ciencia y la tecnología. Si bien se argumenta que una de las razones para abrir Pemex a las empresas privadas (léase corporaciones trasnacionales) es que el país carece de las capacidades tecnológicas para realizar de manera eficiente actividades en el transporte, almacenamiento, transformación y generación de derivados del petróleo, no se da una explicación de este atraso, ni se contempla un plan de desarrollo científico y tecnológico que permita al país salir en el menor tiempo posible de esa supuesta dependencia. Una reforma energética que no contempla estos aspectos de fundamental importancia está condenada al fracaso.
Hoy, en el mundo de los conocimientos, se libra una brutal batalla entre una ciencia pública, orientada por las necesidades sociales y generada en centros académicos generalmente de carácter estatal, y una ciencia privada, de saberes patentados, cada vez más dominada por las grandes corporaciones y dirigida a incrementar las ganancias. Esto sucede en los principales campos: medicina, genética, biotecnología, alimentos, agronomía, química, nanotecnología y energéticos, principalmente petróleo.
El debate sobre la reforma energética debe, sin duda, revisar la situación nacional en cuanto a su capacidad científica y técnica. ¿Dónde se encuentra el Instituto Mexicano del Petróleo, institución fundada hace cuatro décadas (1965) por Jesús Reyes Heroles con más de 200 doctores, 109 laboratorios y una vasta experiencia tecnológica en todos los procesos de la cadena petrolera? ¿Sigue manteniendo las líneas estratégicas de investigación pública y nacionalista que le dieron origen, o por el contrario ha sufrido un cambio de ruta hacia criterios comerciales y de rentabilidad? ¿Cómo proyectar una ambiciosa política de ciencia y tecnología en energías alternativas con base en la renta petrolera?
El Poder Legislativo está obligado a convocar a los científicos y técnicos ligados a la industria del petróleo, pero también a los que han realizado investigación en el campo de las nuevas energías alternativas. Un plan sensato e inteligente de reforma energética debe contemplar la gradual transformación de una sociedad mexicana basada en el petróleo a otra fincada en la energía solar. Eso significa adelantarse al futuro para generar conocimientos (básicos y aplicados) capaces de ofrecer tecnologías solares de pequeña escala, barata, limpia y accesible a todos los sectores y bajo control público y/o social. La comunidad científica y técnica del país debe manifestarse y exigir que sea escuchada.