Usted está aquí: sábado 19 de abril de 2008 Opinión El 68 de Peppino

Pierluigi Sullo*

El 68 de Peppino

En 1968 tenía 17 años. En pocos meses vi pasar por el televisor en blanco y negro imágenes fragmentadas sobre el inicio del Año Tet en Vietnam y las protestas en universidades estadunidenses; el mayo parisino y la invasión soviética de Praga; la matanza en la Plaza de las Tres Culturas y los puños cerrados, en alto, de atletas negros en el podio de los Juegos Olímpicos de la ciudad de México. La banda eran los Rolling Stones con Satisfaction; las lecturas, Gramsci, Lenin, Sartre y Kafka de El proceso; las imágenes, el rostro del Che y los chinos blandiendo el Libro Rojo de Mao.

En la escuela secundaria éramos todos hijos de gente modesta, que no difería mucho de los trabajadores de las fábricas cercanas, padres de otros jóvenes. Los nuestros –pequeños empresarios, empleados, campesinos– querían a toda costa que fuésemos a la universidad, cuyas aulas estaban repletas en esos años de un modo nunca antes visto. Ante el estupor general, a finales del 67 un grupo de estudiantes ocupó la Universidad Católica de Milán. Éramos muchos, resultado de la generación nacida en la posguerra. Habíamos incursionado en los viajes moviendo el pulgar hacia arriba haciendo autostop por Europa; alguno hasta tenía auto, casi siempre un minúsculo e indestructible Fiat 500. Entre nosotros estaban quienes fueron a Florencia en 1966, cuando una inundación puso en riesgo de destrucción libros y monumentos, y compartieron acciones voluntarias junto a gente del pueblo y adolescentes de familias pudientes. La píldora anticonceptiva recién se había inventado y nos permitía hacer el amor de forma que nuestros padres jamás lo habían sospechado: como un juego. Las rentas no eran demasiado caras y podíamos irnos de casa, vivir en comunidad con otros estudiantes, mantenernos con cualquier pequeño trabajo.

Este coctel devino explosivo: las reglas sociales vigentes eran las de los años 50, de dureza intolerable, emanadas del Partido Demócrata Cristiano (DC) y la Iglesia, escudos contra el comunismo durante la guerra fría. Así que cuando la presión se hizo demasiado fuerte para lo que soportaba el contenedor, repentinamente nos convertimos en “comunistas”; los estudiantes revolucionarios y los trabajadores rebeldes organizamos el contrapoder en universidades y fábricas, al tiempo que discutíamos sobre la lucha de clases. El 68 fue el año de los estudiantes; el 69, aquel del “otoño caliente”, una insurrección de asalariados realizada por los jóvenes de las “cadenas de montaje”: los “trabajadores comunes” que venían de las zonas rurales y del sur de Italia.

El 12 de diciembre de 1969 estalló una bomba en el Banco de Agricultura, en la esquina de la Piazza Fontana de Milán, causando la muerte a 17 personas; pocos días después, un anarquista acusado falsamente cayó o fue empujado desde una ventana del cuarto piso de la central de policía. Aquello de Milán fue el primer episodio de lo que se llamó “estrategia de tensión”: una serie de bombas a lo largo de la década de los 70. Alguien ha dicho que los hechos del 12 de diciembre hicieron que el movimiento “perdiese la inocencia”. Entendimos la reacción del poder establecido, a lo que contrapusimos –o pensamos hacerlo– el choque. Y perdimos. A finales de la década de los 70 el choque degeneró en el terrorismo de cierta izquierda ideologista, que en 1978, con el secuestro y el asesinato de Aldo Moro –uno de los líderes de la DC– puso punto final a esta historia.

Pero el pasado no se repite nunca igual, aunque lo que había sucedido dejó huella. Gracias al 68 en Italia hubo un cambio legislativo radical sobre familia y derechos civiles, como el divorcio y el aborto; en las normas tutelares de los derechos de los trabajadores; la ley que cerró los manicomios; reformas en salud que garantizaron ese derecho universal; modificaciones en pensiones que favorecieron a los trabajadores, etcétera. Este fue el momento de nacimiento de tres periódicos independientes, docenas de emisoras de radio libres y del cambio en el sistema informativo. Una ola de izquierda conquistó las administraciones de grandes ciudades y regiones.

Pero, sobre todo, en cualquier rincón de Italia –incluidas las provincias más pequeñas- esos 10 años pusieron en acción a jóvenes que denunciaban sin miedo a los grupos de poder locales, hacían circular la cultura, irrumpían en las organizaciones de la sociedad civil. Uno de ellos, Peppino Impastato, fue asesinado en 1978 –el mismo día que encontraron el cadáver de Moro–; había creado un colectivo de radio en Cinisi –pueblo cercano a Palermo– que denunciaba con nombre y apellido a capos mafiosos regionales. Fue atado a las vías del tren y volado: la prensa informó que él trataba de ejecutar un atentado.

Dentro de unas semanas, en el aniversario de su muerte, organizaremos un foro antimafia en Cinisi. Es verdad que aquella generación se ha dispersado, que muchos están en el cenit de la política y los grandes medios de comunicación, pero la brecha abierta por esa generación no ha sido realmente cerrada y varios movimientos de hoy tienen sus raíces en ella. Así que recuerdo el 68 italiano como un Peppino Impastato.

* Director de la revista Carta

Traducción: Ruben Montedónico

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.