Número 141 | Jueves 3 de abril de 2008 |
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Nostalgia del miedo Tardecita regiomontana. Pasa el elotero, tilín tilin, con su campanita. Esa es la señal convenida entre mi yo y mis ansias. Hay que empezar a subir hacia abajo, si estoy arriba. O viceversa. Depende del bestiario que me habite en la azotea. Qué lento arde la bellaca. Afuera hay un río de sangre. La tele escurre vísceras y sanguaza. El periódico da cuenta de las matanzas provocadas por la droga depravada. Y yo indeciso entre liar en papel arroz o succionar directo de la pipa que me trajeron de Alemania. Ok. Hasta aquí todo chido: el agonizador feliz en su vocación terminal, resignado a lo que venga, bailando la polka sindrómica. Gozando las horas extras. Revolcándome en el reino de pacotilla que significa ser un freak entre oficinistas. Qué bello es vivir. De pronto oigo ladridos, ruidos secos, puertas que se azotan. Me ataca una paranoia muy jodida. Imagino que un convoy, por accidente, o con conocimiento de causa, viene a darme una calentada. Y yo indefenso, varado en mi lecho de jazmines adolescentes, suspirando por los amores que vendrán, ebrio de poesía y petate carburado. Zoc zoc. ¿Quién vive? Allanamiento de morada sin orden judicial. Los encapuchados van a entrar en estampida, haciendo alarde de tácticas policiales de élite. Puro mafioso con charola. Me sacarán en rastra con mi familia ametrallada. Qué mal modo de podrirle el viaje a un Donadie que sólo quiere bienmorir. Apago el Ipod. Me engarruño y me pongo a escribir estas babosadas. ¿Debo atender mi vicio en las catacumbas, siempre con el toque apretado entre las quijadas; desdeñar la paz y belleza de un guatito solitario? Me atranco con siete cerraduras. Por ahí anda el helicóptero artillado, por ahí anda el antidopin, por ahí anda la Hummer misteriosa, por ahí anda el alcalde encerrándonos con muros de utilería. Por ahí andan los periodiquillos con el machete censor, por ahí anda el Macizo limpiando México, por ahí anda el pastor alemán con sotana olisqueando mis calzones. Uf. Yo quiero morirme de miedo heroico. Abrazado al monstruo cabal del sida. Quiero sólo ese miedillo mórbido, glamoroso, romántico. No como este pánico roedor, cagante, puñetero. Morir zurcido por la narcometralla nomás de oquis, qué vergüenza.
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