Salón del Libro de París 2008
Recuerdo la inauguración del primer Salón del Libro de París en 1981. Este encuentro, el más importante del mundo literario, tenía lugar en el suntuoso espacio del Grand Palais. Bajo su vasto domo de vidrio, las luces se esparcían centelleando entre corredores y los módulos de las numerosas editoriales. El público era ya copioso, pero aún algo familiar. A la hora del cierre de las puertas, cada noche de la semana, la música, a todo volumen, se difundía provocando una emoción de fiesta y, ¿por qué no decirlo?, de grandeza. Algo había en el ambiente, entre Mozart, Wagner o mambos y rumbas, que contagiaba a todos. El espejismo de la creación literaria aún flotaba, visible, en el aire.
El público fue aumentando año tras año, las editoriales asistentes se multiplicaron y el Grand Palais debía someterse a una complicada renovación que lo haría cerrar sus puertas. Todo esto condujo, en 1992, a trasladar el Salón del Libro a los enormes hangares del Palais des Expositions, situado en la periferia de la ciudad. Ahí tienen lugar exposiciones gigantescas como las de agricultura, automóvil o navegación. Sus espacios están concebidos para acoger la producción de un mundo industrial.
En efecto, el Salón del Libro se había ido transformando: libros técnicos, científicos, cuentos para niños (libros-juguete, inclusive), electrónicos últimamente, en fin, una verdadera industria, donde los beneficios contaban más que la calidad creativa. Hoy, los “autores” tienen otros rostros: políticos, deportistas, actrices, presentadores de televisión invaden el salón. Un best-seller, las cifras recabadas con las ventas, tomaron la primacía entre las publicaciones.
Sin embargo, quedan algunos oasis donde un lector puede hacer un alto para refrescarse con novelas, poemas, piezas teatrales, ensayos literarios, cuentos. Uno de ellos es la casa editorial Actes-Sud. Creada en 1978, no sólo se ha mantenido en esta guerra económica de la industria del libro, sino que no ha cesado de crecer y conservar una cierta idea de la literatura: la selección de sus publicaciones obedece a una política editorial y a una idea precisa de la creación literaria. Además, su catálogo está abierto, de manera inteligente, a la producción extranjera. Este año se pudo presentar en su módulo la trilogía Millenium, de Stieg Larsen, autor danés desaparecido recientemente, quien se ha llevado el palmarés de ventas. Lo cual no es poca cosa decir si se piensa en los miles publicados en Francia cada año y en la presión que ejercen las grandes editoriales. Asimismo, una colección de teatro es parte importante en esta editorial.
Este año, el invitado de honor fue Israel, lo cual dio lugar a una polémica: boicoteo, a iniciativa de algunos países árabes que pretendían protestar así contra la invitación a un Estado en guerra contra los palestinos, e impugnación de la selección de autores que escriben en hebreo y excluyó a los que, ciudadanos de Israel, escriben en lengua árabe. Si el boicot, según algunos, no servía para nada, se consiguió, tristemente, que se hablara más de política que de literatura. Tanto más penoso que buenos escritores, como Amos Oz, se oponen a la guerra; pero las circunstancias no permitieron el diálogo entre los pacifistas de los dos campos. Sin contar el servicio de seguridad que sólo alejó a posibles visitantes. Para colmo, durante la inauguración, los guaruras que rodeaban a Shimon Peres, hicieron caer un gran panel justo a un paso del presidente de Israel al empujar al enjambre de camarógrafos que seguía la comitiva.
Pero, como señaló el responsable del Salón del Libro, si bajó el número de visitantes y de ventas, aumentó el de robo de libros, sobre todo durante la falsa alerta a la bomba del domingo. En fin, es un consuelo pensar, dijeron los optimistas, que esos robos se deben al gusto por la lectura... o por el comercio.
La buena noticia: México será al fin el invitado de honor en 2009. ¿La lectura no es una forma de viajar?