Barrio de los brujos
Ya hemos hablado en otras crónicas de las riquezas culturales y arquitectónicas de Azcapotzalco, antigua villa que conserva un delicioso aire provinciano, no obstante ser una de las zonas industriales más importantes de la capital. Es poseedora de una historia anterior a la de la ciudad de México (hoy Centro Histórico) que data del siglo XIII, cuando se establecieron en ese lugar los tepanecas (los que viven en el pedregal).
En 1337 los tlatelolcas se aliaron a los tepanecas y junto con los mexicas, que en ese entonces se alquilaban como mercenarios, formaron un numeroso ejército con el que conquistaron Culhuacán, en 1347. Dos décadas más tarde, dirigidos por Tezozómoc, sometieron a los xochimilcas, los chalcas, a los de Tláhuac, Xaltocan y a los texcocanos, adueñándose así de prácticamente toda la cuenca.
Este poderoso imperio fue finalmente derrotado en 1428, cuando fueron vencidos por la alianza que formaron mexicas, tlatelolcas y texcocanos; este fue el nacimiento del que habría de convertirse en el gran imperio mexica, que tuvo su sede en México-Tenochtitlán.
Tras la conquista que realizó esta Triple Alianza, Azcapotzalco fue saqueado y se estableció en el lugar el mercado de esclavos, pero conservó sus antiguos barrios, entre los que destacaba San Juan Tlilhuacán o lugar que posee lo negro, también conocido como “de los brujos”, debido a que desde tiempos remotos, aquí crecían hierbas que no se daban en ninguna otra parte, por lo que la habitaron los sabios y los curanderos. Situado al noroeste del centro de Azcapotzalco, tras la conquista fue dotado, al igual que los demás, de una traza reticular con su plaza pública, templo, panteón, santo patrono y su respectiva fiesta.
Los frailes dominicos fueron los encargados de evangelizar la zona, construyendo el templo y convento de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, belleza arquitectónica que aún existe en el centro de la demarcación. En el claustro principal, una de las vigas que sostiene el techo de los corredores tiene la fecha de 1565. El interior del templo conserva la capilla del Rosario, joya barroca, que luce un magnífico retablo churrigueresco. En los barrios levantaron templos más sencillos, pero cada uno con su encanto especial, como el de San Juan Tlilhuacán, uno de los pueblos con más tradiciones de Azcapotzalco.
Aquí se conserva la tradición de representar la Pasión, conmovedor suceso en el que participan los vecinos, magníficamente ataviados. La imagen de Cristo, de tamaño natural, es llevada en andas por soldados romanos con vestimentas rojas, cascos dorados y amenazadoras lanzas, personajes encapuchados con túnicas blancas y negras, pertenecientes a una hermandad, siguen la procesión, que desfila acompañada por los solemnes toques de un tambor, aligerados por el sonido de una flauta.
En las esquinas del atrio enjardinado se montan escenografías en donde se desarrolla la Pasión, con la actuación de los vecinos que se posesionan de sus papeles, ayudados por los atuendos que portan, ellos de terciopelos y tafetas que muestran los lujos de Pilatos y su corte, en lujosas túnicas y capas, y ellas con tules y vaporosas gasas, dándole vida a la madre de Cristo, la Magdalena y demás mujeres que las acompañaban.
Las calles por donde pasa la procesión están adornadas con grandes palmas y guirnaldas de papel morado y plata. Con gran dramatismo se escenifican las estaciones antes de culminar con la crucifixión en el atrio, al pie de la preciosa iglesita plateresca, pulcramente pintada de blanco.
Si permanece en la ciudad en los próximos días santos, una muy agradable opción de paseo es asistir a esta ceremonia llena de fervor e ingenuidad, y conocer un rumbo de nuestra gran urbe que pocos visitamos y está lleno de atractivos, entre otros, su oferta gastronómica, como la que ofrece el restaurante Nicos, situado desde hace cerca de medio siglo en la avenida Cuitláhuac 3102. Su exterior no nos dice nada del oasis interior, con una decoración sobria, con lambrines de madera clara, muy al estilo de las viejas cantinas de tradición.
Los desayunos son excelentes; lo reciben con chocolate espumoso o buen café, acompañado de bizcochos calientitos, recién horneados y en el colmo de la lujuria gastronómica, un plato rebozante de nata fresca. Es atendido personalmente por la familia Vázquez Lugo, cuyo hijo Gerardo es el cheff. Si va a la hora de la comida no deje de probar la sopa seca de natas, el tamal de salmón o el pollo relleno de setas, huitlacoche o espinacas, según la temporada. Todo los días traen de sus ranchos de Querétaro un exquisito queso de cabra, así como cordero, conejo y codornices. Por cierto, si va de paseo a esa hermosa ciudad, ahí también hay un Nicos. Defectito: cierra los domingos.