Usted está aquí: domingo 2 de marzo de 2008 Opinión Revés a la paz en Colombia

Editorial

Revés a la paz en Colombia

Con la muerte de Luis Edgar Devia, mejor conocido como Raúl Reyes, el principal negociador de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ocurrida en territorio ecuatoriano durante una operación militar que el ejército colombiano llevó a cabo en la zona fronteriza de ambas naciones, el gobierno de Álvaro Uribe ha roto uno de los hilos fundamentales para poner fin al prolongado conflicto en ese país sudamericano. En vida, Raúl Reyes se desempeñó como principal portavoz de la organización político-militar, participó en las negociaciones de paz durante la administración de Andrés Pastrana y fue un destacado integrante del secretariado –el órgano de gobierno de las FARC–, sólo por debajo de Manuel Marulanda, Tirofijo, por lo que es de suponer que habría tenido un papel determinante en las eventuales negociaciones entre gobierno y guerrilla.

La muerte del líder guerrillero a manos de las milicias colombianas es un hecho condenable tanto por razones políticas como por consideraciones humanitarias. En primer lugar, porque la operación militar lanzada en territorio ecuatoriano ha enrarecido el ambiente político internacional en la región, al grado que el presidente ecuatoriano Rafael Correa se refirió a la incursión de efectivos colombianos en su país como un “ultraje”, y anunció que acudirá a las instancias internacionales correspondientes para presentar una “enérgica nota de protesta”. De su lado, el presidente Hugo Chávez afirmó que una incursión militar colombiana en territorio venezolano como la que ocurrió en Ecuador sería “causa de guerra”, una declaración que, sin duda, tensará aún más las de por sí frágiles relaciones entre Caracas y Bogotá.

Por lo demás, el gobierno de Álvaro Uribe pone de manifiesto nuevamente su reticencia a alcanzar un acuerdo de paz humanitario que resuelva el conflicto en Colombia y permita la liberación de las personas que la guerrilla mantiene en su poder en calidad de rehenes –como ya lo había mostrado al obstaculizar constantemente la gestión del propio Hugo Chávez–. Por el contrario, Uribe reafirma su postura, propia de los llamados “señores de la guerra”, de aplastar por los medios militares al oponente, aunque ello implique poner en riesgo la vida de las centenas de rehenes de las FARC, y la tranquilidad del conjunto de la población de Colombia. Es particularmente lamentable que esto suceda a tan sólo unos días la liberación unilateral de cuatro ex congresistas colombianos que permanecían en poder de la guerrilla, un hecho que, junto con la entrega al gobierno venezolano de Clara Rojas y Consuelo González, en enero, constituye una muestra inequívoca de la efectividad del diálogo en la resolución de un conflicto tan añejo y exacerbado como el colombiano.

Como lo señaló la senadora Piedad Córdoba, la muerte de Raúl Reyes “es una gran pérdida no sólo para las FARC sino también para las esperanzas de paz en Colombia”. No puede soslayarse el papel determinante del gobierno de Uribe en lo que podría significar no sólo el fin de las esperanzas de liberación de más cautivos de la guerrilla, sino también el recrudecimiento del entorno de guerra que enfrenta esa nación sudamericana desde hace décadas, y su inmersión en una nueva e indeseable espiral de violencia. En suma, con la muerte del vocero de las FARC no sólo pierde la guerrilla: pierden también los rehenes, sus familias, la sociedad colombiana en general; pierde la paz y ganan el odio y la polarización.

 
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