Italia: la política y las elecciones
Entre la derecha empresarial de Silvio Berlusconi y el gobierno tecnocrático-burocrático de Romano Prodi, apoyado por todos los partidos de la izquierda, el centro y la derecha clientelista o moderada consiguieron dar un golpe casi mortal a la política, desprestigiarla al máximo y lograr el repudio general a sus representantes, que están tan separados de los intereses de las mayorías.
La supuesta contienda actual entre el llamado Partido Demócrata de Walter Veltroni, que declara inspirarse en su homólogo estadunidense, y la alianza derechista dirigida por el magnate Berlusconi, no es un real enfrentamiento. Sus concepciones políticas, sus programas (o, mejor dicho, la falta de los mismos) y su funcionamiento gerencial son idénticos y, para completar, Veltroni ha ofrecido un “gobierno de unidad nacional”, el “Veltrusconi”, que fusione la derecha tradicional y la nueva derecha con los restos degenerados del viejo Partido Comunista (los Massimo D’Alema, Piero Fassino, Walter Veltroni e compagnia bella).
Fuera de ese grupo, pero dentro de los marcos institucionalistas, gobiernistas, burocráticos-aparatistas, está la reciente alianza Arco Iris sin otro proyecto que no perder demasiadas curules y puestos de gobierno, carente de ideas generales y que, ahora, después de la caída del gobierno de Prodi, en el que sus integrantes se sometieron totalmente al capital, propone con fines electorales algunas medidas salariales y sociales que no aplicó cuando cogobernaba. Y al margen de esa “clase política”, oportunista y cínica, que se tutea ignorando las diferencias ideológicas que dicen tener sus componentes, quedan sólo dos pequeñas agrupaciones que agitan la bandera roja y proclaman aún un objetivo socialista: la Sinistra Crítica, representada por el senador Franco Turigliatto, expulsado de Rifondazione Comunista por no haber votado los fondos para la misión militar imperialista en Afganistán, y el grupo, también trotskista, también ex miembro de Rifondazione, dirigido por Ferrando, ya que el objetivo del primer agrupamiento –formar un frente de todos los anticapitalistas y revolucionarios– no ha podido superar los intereses particulares y el sectarismo.
Los italianos van así a las elecciones generales desmoralizados y sin perspectivas, repudiando la política y a los políticos y obligados a votar por gente en la que no creen y de la que no esperan (o por grupos fascistas o fascistoides), para elegir un gobierno que deberá enfrentar la tormenta económica que se avecina con la expansión de la crisis en Estados Unidos. Este es el fin miserable del desastre causado por la deseducación de los trabajadores y de la juventud de Italia por decenios de política pragmática y de colaboración con el capitalismo y el fin de la dirección centralizada y antidemocrática de las organizaciones obreras, todo lo cual es imputable a la escuela de Togliatti-Stalin que modeló al hoy inexistente Partido Comunista (que a mediados de los años 70 tenía un tercio de los votos).
Desde este punto más bajo de su historia moderna, los trabajadores, los jóvenes estudiantes o con empleos precarios, los intelectuales capaces de ir más allá del neoliberalismo que propone nuevamente el Veltrusconi rosa-negro, deberán recuperar credibilidad y eficacia a la política, recuperar inspiraciones éticas y morales, construir proyectos creíbles para un futuro y, al mismo tiempo, prepararse para los negros tiempos que están por venir.
Sin duda esta tarea requiere apoyarse, como Anteo, en un terreno sólido, el de la recuperación de la visión de clase mediante la lucha por el empleo seguro y digno, por salarios que superen la inflación y permitan recuperar el nivel de vida perdido, la lucha contra el racismo y por reconstruir los sentimientos solidarios e internacionalistas presentes desde el combate por la unidad de Italia en el siglo XIX. Pero la misma no puede quedar reducida al terreno sindical, por importante que ésta sea, ya que hay que reconstruir (o construir) una visión política y teórica sobre lo que es el capitalismo y lo que son el Estado y las instituciones estatales, incluidos en éstas la Iglesia y los partidos que tratan de perpetuar el sistema o no se oponen al mismo. Si el capitalismo está tratando de hacer volver a los trabajadores europeos al siglo XIX –con la destrucción de la solidaridad, con la difusión del individualismo y del egoísmo, con el fin de las conquistas sociales solidarias, como las ocho horas o las pensiones, con el trabajo desregulado– es necesario recomenzar lo que se hizo en aquel siglo, creando las condiciones teóricas para la lucha contra el capitalismo y las organizaciones anticapitalistas de masa, en la lucha contra los patrones y el Estado y con el objetivo de un nuevo orden social.
Eso no puede hacerse sin una superación de las viejas concepciones, tal como el marxismo debió superar entre los trabajadores al saintsimonismo o al fourierismo y derrotar el apoliticismo de los Bakunin. El balance del estalinismo está aún por hacer. No se puede construir ningún futuro si uno está empantanado y hundido en el pasado.