Ojarasca 130  febrero 2008

viaje Que poca, ¡Pagala!, Villahermosa, 2007

 

El viaje inconcluso de Ryszard Kapuściński
por América Latina

Maciek Wiśniewski


Hace más de un año gestionábamos en Polonia una entrevista con Kapuściński para La Jornada y Ojarasca. El tema sería la cultura en el mundo contemporáneo y su visión de los pueblos indígenas. Se mostró muy entusiasta, pero la muerte lo alcanzó en enero de 2007.

Es sabido que por una década al menos, Kapuściński preparó un libro sobre América Latina que al igual que Ébano, dedicado a África, sería una summa. Avanzaba lentamente pero logró especificar la idea: no un reportaje, más bien un ensayo antropológico, enfocado sobretodo a los pueblos indígenas. Al estudiar sus apuntes de viaje por el continente entre 2000 y 2004 se hace visible que, más que la identidad de la América Profunda y las culturas indígenas, le obsesionaban términos y procesos como mezcla, mestizaje, hibridización de culturas, sincretismo.

Kapuściński estuvo atraído por la idea de la “hibridización de las culturas”, basada en Teilhard de Chardin, teólogo y antropólogo francés que vaticinó “una sociedad planetaria”. En entrevistas y textos de los últimos años Kapuściński opinaba que en el siglo xxi estábamos ante la creación de una cultura hibrida, una mezcla original de las culturas indígena, europea y africana, cuyos principios veía en América Latina. Eso lo hizo interesarse en José Vasconcelos y su “raza cósmica”.

Durante los preparativos para la entrevista que finalmente no se realizó (le gustaba hablar de los temas de la futura plática) le pregunté si su atracción por la “hibridización de las culturas” no iba en contra del reconocimiento a las indígenas. No contestó directamente, dijo que esto precisamente lo íbamos a discutir. Que le interesaba mucho.

No deja de extrañar que a la vez le interesaran la idea de Vasconcelos (hoy muerta, aunque envuelta en un magnífico ensayo) y las culturas indígenas vivas. Quizás apenas empezaba su búsqueda. Eso parecen indicar sus notas: la mayoría son impresiones y alegorías; un juego de intuiciones.

Cuando Kapuściński trabajó en México como corresponsal de la Agencia Polaca de Prensa (pap) en América Latina (1968-1972) era otro el continente. Los movimientos indígenas y sus demandas estaban por nacer. Apenas se cocinaba la fusión del pensamiento indígena y el revolucionario, que encontraría su mejor representación en el movimiento zapatista. Ninguna fuerza política entendía entonces a los pueblos indígenas ni daba importancia a su cultura. De la derecha a la izquierda revolucionaria predominaba la opinión que el indígena debía desaparecer y modernizarse por la puerta de la cultura occidental.

En los setenta y ochenta, la mirada de Kapuściński se dirigió a Medio Oriente y África, a dónde fue trasladado por la pap. De estas experiencias nacieron El Emperador, El Sha, Ébano, y sólo a fines de los noventa, cuando ya había anunciado un libro dedicado a América Latina, tuvo la oportunidad de volver al continente.

En una entrevista, a un año de su muerte, lamentó haberse dedicado demasiado a la política de África; ahora que ya no quedaba nada del aquel mundo político, pensaba que debió escribir más sobre su cultura. Lo mismo sentía hacia América Latina.

Una prueba de esto la podemos encontrar en sus apuntes. En 2000, viajó a Bolivia y  Perú. No le interesaban tanto la política ni los acontecimientos coyunturales como la cultura. En uno de sus cuadernos —rayado, tamaño carta, con letra grande en apartados rectos pero con muchas notas adicionales en todos los lados y en muchos sentidos— anotó: “La cultura andina es una cultura de silencio”. Le fascinaba que se usaran pocas palabras y uno tuviera que poner mucha atención a su interlocutor. Que se requirieran buena voluntad e imaginación para comunicarse. Quienes lo conocieron subrayan que él mismo, en vez de hablar, prefería escuchar. A Kapuściński, que hacia suya la idea del antropólogo Clifford Geertz (“en el trabajo del explorador de ‘otra cultura’, son ‘nativos’ quienes se encuentran en ambos lados del encuentro”), este “encuentro con el Otro” (siempre con mayúscula) le interesaba particularmente.

Pero mientras en las organizaciones indígenas de Bolivia aún veía reivindicaciones solitarias, al observar en el df la Caravana Zapatista de 2001 empezó a percibir un gran movimiento indígena continental y habló del “despertar de América Indígena”. Para él, testigo de la caída del sistema colonial en los setenta, era parte de una “tercera ola de descolonización”, la cultural, un proceso mundial del siglo xxi. Hablaba de “la primavera de los pueblos latinoamericanos”, donde los movimientos sociales han cobrado forma, no de guerrilla como antes, sino de movimientos culturales y “nuevos proyectos de nación”.

Estos procesos marchaban desde la mitad de los ochenta, pero Kapuściński estaba concentrado en otras regiones. Se puede suponer que no “sentía” bien al continente, le faltaba más observación. Seguramente por eso el libro, dónde los movimientos indígenas tendrían un lugar central, iba tan despacio.

Esta laguna no desmerece al periodista y reportero que fue. Al contrario, confirma el minucioso carácter de su trabajo, que exigía lecturas, viajes, pláticas con quienes serían sus fuentes y futuros protagonistas.

La práctica de los pueblos indígenas, uno de los mejores ejemplos de la lucha y resistencia contra la hegemonía neoliberal (que consideraba una prolongación del sistema colonial), le pudo resultar un buen ejemplo de los procesos globales, siempre en el centro de su análisis. Siendo él mismo historiador, influido por Braudel, manejaba una perspectiva global y de “larga duración”, dónde (aunque no encuentro ninguna nota especifica al respecto) la moderna neocolonización del dinero se presenta como mera prolongación de los últimos 500 años y tiene sus raíces en el proceso de la conquista.

Interrogado sobre el movimiento zapatista, admitió que, de ser mas joven, se habría ido a Chiapas a cubrir al conflicto. Estuvo múltiples veces en el frente, y sabía escribir de la guerra como nadie. Habrían sido de gran provecho su análisis, su explicación de las causas, el trasfondo del conflicto armado y los callejones oscuros de la guerra de baja intensidad. Él mismo pudo tener oportunidad de acercarse mejor a la cultura de los pueblos de la región. De haber progresado el libro, tarde o temprano habría llegado a Chiapas, un lugar periférico y a la vez centro y de la autorganización indígena.

Kapuściński tomó del antropólogo polaco Bronisław Malinowski (a quien consideraba el “segundo creador” del reportaje, después de Herodoto, el padre de la historia), la convicción de que no hay culturas mejores o peores, sólo “diferentes”, y el método de sumergirse en ellas. No opinaba sobre algún sitio sin estar allí personalmente. Ante su búsqueda inconclusa no debemos ver un vacío, sino la tarea que nos dejó a todos.

El autor, enviado en México de la edición polaca de Le Monde Diplomatique,  agradece a Artur Domosławski la oportunidad de consultar los apuntes personales de Ryszard Kapuściński.


 
 


FOTO: ALBERTO PUENTE
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