El Estado mexicano lleva adelante sus políticas de integración/destrucción de las culturas originarias como premisa para su “desarrollo” desnacionalizador y excluyente. Guerra política y económica, despojo territorial, deseducación. Significativo es que la CDI, institución que hereda el cadáver del indigenismo oficial, dedica sus magros recursos en financiar carreteras y divisiones intracomunitarias. El progreso del poder para los pueblos se llama muerte.
Y ya que por azar convergen en este número de Ojarasca dos notables autores polacos, Wislawa Szymborska y Ryszard Kapuscinki, podemos admitir a un tercero, el poeta Zbigniew Herbert, quien a su vez trae otro invitado: “Mircea Eliade tiene razón/somos, pese a todo/una sociedad avanzada//magia y gnosticismo/florecen como nunca antes//falsos paraísos/falsos infiernos/se venden en cada esquina//en Amsterdam fueron descubiertos/instrumentos de tortura plásticos//una virgen de Massachusetts/fue bautizada con sangre”.
¿Qué índices definen a una sociedad como avanzada? ¿Los de la brutalidad? ¿No son hoy naciones avanzadas como Estados Unidos e Israel, dos Tierras Prometidas, las que cometen mayores brutalidades contra otros pueblos: Irak, Afganistán, Palestina? Para el imaginario mundial, y aunque por diferentes razones, fueron fundadas para alojar al Futuro (y desalojar a quienes vivían allí). Incurren en el viejo cuento de los “pueblos elegidos” por su dios respectivo, aunque viene siendo el mismo. Y el único, hasta ahora, con “derecho” para arrojar bombas atómicas a los infieles.
Ellos, y “Occidente” en general, se han hecho de un enemigo formidable: otro dios (que, bueno, también es el mismo), aquel que venera el Islam. ¿De dónde viene eso de que aplastar otros pueblos es lo normal? Habrá que preguntarle a ese dios tres-en-uno, que algo sabe al respecto.
El mundo ha vuelto a ser una colonia. La más vasta de la Historia. Los colonizadores habitan castillos encantados y alambrados, con tropas privadas en garitas y torreones y cámaras de video cada diez metros.
Los pueblos colonizados además se mueven hoy en inmensas oleadas. Estamos en el gran siglo de las migraciones. Y en ellas encuentran las “sociedades avanzadas” su otro necesario enemigo. Los inmigrantes del Magreb, el Caribe, México o el África de piel oscura convocan a los colonizadores a fortificarse y elaborar mejores técnicas para administrar la chusma irredenta (un “problema” que no es nuevo, sólo “avanzado” gracias a la demografía de los “atrasados”).
En este mundo en dislocación y fuga han ganado por contraste presencia los pueblos indígenas. Muy marcadamente en el continente americano. Al escribir el poema citado arriba, hacia 1974, Zbigniew Herbert venía de vivir un año en Norteamérica, y había visto con interés y simpatía típicos en él a “los derrotados”, en este caso los pueblos indios, para quienes “sólo el tambor el tambor choca y les recuerda su orgullo y antigua dignidad”. Por esos años, Fernando Benítez, admirándolos, veía a nuestros pueblos indios también como derrotados, con la integración a la sociedad avanzada por único horizonte.
Como sabemos, después de los años setenta la historia de estos pueblos dio un vuelco que aquellos autores no esperaron: se plantan en sus lugares y raíces, se aferran a sus culturas comunales, y desde ahí devienen modernos, desafiando a los colonizadores, los “avanzados”. Ciertamente menos brutales que los amos –y de hecho generosos-, los pueblos indios de Ecuador y Canadá, Bolivia y México, los mapuche y lakota y wixárika y quiché y guaraní y tseltales han decidido ser autónomos y libres.
Y sólo si los índices de desarrollo incluyen el ejercicio eficaz e institucional de la violencia, cabe decir que los “desarrollados” son quienes poseen policías, ejércitos y helicópteros, es decir Occidente y sus sucursales.
Nuestros invitados polacos de febrero experimentaron en su tiempo y su tierra sucesivos atropellamientos del Reich alemán y el imperio soviético. Exóticos como resultan en nuestras páginas (Eliade incluido), los polacos en Ojarasca conocieron la condición de pueblo negado, borrado, arrasado por el poder, y lo que significa resistir.