TOROS
Por una lesión en la mano derecha, Sebastián Castella salió del cartel y entró El Zotoluco
César Rincón y Joselito Adame triunfaron y cimbraron a la afición de Guadalajara
El maestro colombiano se despidió de México con una lección de genuina sapiencia
Ampliar la imagen El rejoneador potosino Gastón Santos resultó hoy el máximo triunfador de la última corrida de la temporada grande 2007-2008 en la Plaza México, al cortar una oreja a Misionero y adjudicarse el trofeo en disputa Foto: Notimex
Guadalajara, Jal. 17 de febrero. César Rincón se despidió hoy de la afición mexicana en la plaza del Nuevo Progreso, ante un público de dulce que hizo poco más de media entrada, para gozar de un cartel que iba a ser de superlujo, compuesto inicialmente por el matador francés Sebastián Castella, máximo triunfador de Las Ventas y de la México, y por el niño de Aguascalientes Joselito Adame, quien a su vez encarna la promesa más esperanzadora de la tauromaquia internacional.
Por desgracia, la terna quedó trunca debido a que el pasado jueves, en una ganadería de Colombia, donde entrenaba, Castella se lesionó la mano derecha y el médico le recetó absoluto reposo por 10 días. Así, a última hora, su lugar fue ocupado por Eulalio López El Zotoluco, quien atraviesa el momento más opaco de su carrera.
A las cuatro de la tarde, media hora antes del paseíllo, mientras la gente devoraba toneladas de birria tatemada, adentro, en el patio de cuadrillas, vestido de azul y oro, y en compañía del banderillero Raúl Bacelis, Joselito Adame dijo a este enviado que está listo para regresar a Europa, donde ha cortado más de 200 orejas en los pasados tres años, y adelantó que el próximo 21 de marzo reaparecerá en Arles, donde El Juli le dio la alternativa en septiembre del año pasado, pero no soltó prenda acerca de su campaña en las ferias de Sevilla y de Madrid.
Y como suele suceder, toda la expectación que reinaba en el embudo tapatío se derrumbó tras la salida de Bogotano, castaño bragado y montado de encornadura, de la ganadería de Begoña, con 495 kilos de peso, que estaba seriamente enfermo y doblaba las manos a cada momento, por lo que Rincón abrevió sin ocultar su contrariedad. Entonces, metido con calzador y de relleno, El Zotoluco le hizo muchas fiestas a Figura Grande, cárdeno nevado y bragado, del hierro de Mimiahuapam, también de 495 kilos, bordando una faena efectista, llena de detalles ratoneros, y bien coronada con el estoque, que le valió una orejita.
Para decirlo con franqueza, la corrida comenzó de veras cuando compareció el tercero de la tarde, también de Begoña, con pinta y cornamenta similares a la del abridor. Se llamaba El César, tenía 485 kilos y una acusada mansedumbre que lo impulsó a saltar al callejón, donde derribó un burladero y enloqueció a los monosabios, pero apenas volvió al redondel Joselito lo recibió con tres señoras verónicas despatarradas y rematadas con una media de lujo.
¡Qué elegancia! Como era una bazofia de res, el niño sólo permitió que el picador le sacara una muestra de sangre. Luego la banderilleó con poca fortuna y, después de brindarle la lidia a Rincón, la citó de largo en tablas, y se la zumbó en un pase estatuario por alto, pero la bestia se le revolvió y lo prendió por la pierna derecha desgarrándole el vestido mas no el muslo. Y sin mirarse la ropa, Joselito se la llevó a los medios y ahí le dibujó un pase de la firma que cimbró a la gente y a las piedras, y la banda no pudo sino romper a tocar En er mundo, para acompañar con todo el sentimiento de la trompeta andaluza las dramáticas series de derechazos a media altura que se sucedieron bajo una sensación de peligro creciente.
Luego de porfiar por ese lado, desafiando al burel que tenía ya un sentido bárbaro, Joselito se cambió la franela a la zurda, para citarlo de frente, y, como todos lo anticipamos en las gradas, a las primeras de cambio sufrió un segundo maromón, del cual por fortuna se volvió a levantar indemne, para entonces cobrar media estocada y cortar dos orejas, que el juez debió otorgarle bajo la intensa presión de los pañuelos y de las gargantas, y que él paseó entre sombreros y flores, en son de apoteosis.
Siete Puertas, el segundo y último de Rincón, resultó ser un negro bragado de Begoña, de 495, pero tan débil como sus hermanos, al que sin embargo el maestro involucró en situaciones de enorme belleza con el capote, y al que se vio obligado consentir muchísimo para enseñarlo a embestir por la derecha ante los vuelos de la muleta, en un señero derroche de paciencia. Ah, pero cuando el bovino se aprendió la lección, siempre fijo en el engaño, el colombiano lo coreografió en dos soberbias tandas en redondo, acompañando la suerte con el giro de la cintura, hasta que el público se le entregó con la garganta cerrada por la emoción. Y si bien los pañuelos pedían una sola oreja, el juez, por su gusto, le concedió las dos y nadie se atrevió a protestarlas.
Y eso fue todo.