TOROS
Los cabales hablaban de Castella
La luna se asomó a despedir la temporada grande en la Plaza México. Corrida en la que destacó un espléndido toro de Los Encinos, de don Eduardo Martínez Urquidi, en tarde monótona y aburrida. Los cabales bebían y comentaban la torería de Sebastián Castella que se alzó como triunfador del serial. Su “acá adentro” francés, evocador de grandes gestas, así como su expresión simbólica, todo fue singular en el quehacer torero de Sebastián. Una tarde al fin del serial, le fue suficiente para marcar su sello propio.
En la magia y sutileza de esta singularidad llenó de encantamiento el coso, al compás del ir y venir de los toros enroscados en su cintura acariciados por la tela roja y propiciar una luz única, aroma a perfume y vinos rojos, fragantes y turbadores que se perdían en el momento de aprisionarlos. Sebastián hizo vibrar la Plaza México al representar algo de su ser y su natal Francia. Tierra de los más vivos y peregrinos contrastes, la dulce melancolía de sus ciudades, estaba penetrada en este chaval , exportador de una luz que alumbró la oscuridad del coso.
Espíritu orgulloso, matizado de dignidad que lo convertía en fascinación. Sebastián fue como es y será en la fiesta brava. Su alma acusa el origen y la garra de su carácter y una cultura nunca desvanecidos. Lo mostró en la corrida de aniversario y embrujó a los aficionados al desbordarse por el tapiz sutil del ruedo, cual alfombra mágica.
En suma Sebastián Castella demostró su conocimiento del toreo: Se traía a los toros toreados, lo mismo al bobalicón que al enrazado de Barralba. Ceñía los muletazos con temple, cargando la suerte, rematando los pases que ligaba sin pérdida de terreno. La casta del toro dio emoción a su quehacer y posibilidad de mostrar lo que es el toreo. Al margen de las nacionalidades.