Parir chayotes es el título de una selección de décimas, sonetos y canciones
Presentan la primera antología fruto del trabajo de la Escuela del Rock a la Palabra
Preparar músicos conscientes de la realidad social circundante, uno de los propósitos
Los chayotes son ásperos y a veces espinosos. Por eso cuesta tanto parirlos. Y más cuesta si las madres y padres son una banda de aspirantes a roqueros que asisten a una escuela para desarrollar un arte u oficio que se supone nace y se hace autodidacta. De ahí que el tiempo de gestación de año y medio no se antoja como excesivo.
Parir chayotes: antología I es la primera criatura impresa de la Escuela del Rock a la Palabra, nacida en el seno de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal en mayo de 2006. Es una selección de décimas, sonetos, canciones y otros textos de los alumnos de la primera generación, fruto del trabajo de los talleres Acercamiento a la palabra escrita y Variaciones sobre la inteligencia, dos de los espacios en los que los chavos dejan los instrumentos y los ejercicios de vocalización para encontrarse con la letra impresa.
Al presentarlo este sábado en la sede de la escuela –Avenida de la Paz, en pleno corazón de San Ángel–, el poeta Eduardo Langagne llevaba bien sopesadas las rockpalabras de Valente Viveros, Jesús Villalobos, Myrna Armenta, Lucero Pérez y muchos otros que bien podrán ser, dentro de poco, los letristas del futuro rock mexicano. Y las expuso como el ejercicio aquél que proponía en los años 80 el roquero cubano Carlos Varela en su rola subversiva Guillermo Tell, desde el malecón que se quedaba a oscuras en el periodo especial de la isla, mientras en otros lados los mapas cambiaban de color. En ese momento de riesgo y relevo, el hijo de Guillermo Tell le exigía al padre: dame la ballesta y tú te pones ahora la manzana en la cabeza.
Qué otra les queda entonces a los maestros –Guillermo Briseño, Hebe Rosell, Jesús Antonio Rodríguez, Jorge Ritter y varios más– que bajarse del escenario y reconocer en esas rockpalabras los atisbos del talento que se incubó en clase; clases, en las que, a querer o no, desde la obligatoria rebeldía se abreva en las vetas de Jaime López y José Alfredo Jiménez, desde las topadas de Xichú con Guillermo Velázquez hasta la poesía roquera de John Lennon, Bob Dylan, Patty Smith y Leonard Cohen, y en la que, aunque la naturaleza los haga huir lo más lejos posible de los aires culteranos, no es raro encontrarse con alguna lectura de Sor Juana Inés de la Cruz o con Shakespeare, ese inglés que se preguntaba: “Ser o no ser, de eso se trata”.
Lado oscuro de la creación independiente
No por ser apenas aprendices de lo que Langagne llamó “el lado oscuro de la creación independiente” los alumnos de la escuela de rock dejan de reconocer que sus letras son un testimonio de sus tiempos. Por eso tocan temas que bordan sobre la tecnología, la frontera, la política, el desamor, la catástrofe, el futuro, la vida y la muerte, Pasta de Conchos, Oaxaca, el TLC y la privatización de la educación pública.
Encuentro cercano (con un tipo), Soneto Isabelino (¿para Isabel? No creo), LS –que significa lesión cerebral, pero con falta de ortografía– son algunos de los títulos de esas líneas que van camino a ser canciones. Otras ya lo son, como Juana o Por la boca muerte el pez. Sagrado es este humo inspirador del azul/ sagrado es este humo inspirador del azul/no sé qué es lo que fumo pero estoy siempre hasta el ful.
En su turno, Juan Villoro reconoció la pedagogía de la Escuela del Rock a la Palabra, que sin estar peleada con los procesos autodidactas incorpora los ingredientes indispensables del quehacer roquero: multiplicidad, rigor, radicalidad.
Esta escuela fue un proyecto desarrollado durante la administración de la anterior secretaria de Cultura, Raquel Sosa, como un espacio de educación pública. Un espacio muy pequeño, contenido en la casa aledaña a la secretaría, en San Ángel, para ofrecer el cauce y la disciplina necesarias para crear rock del bueno. A la primera convocatoria, que se lanzó sin publicidad, respondieron más de 200 chavos de toda la geografía urbana y más allá, con sus piercings y sus greñas, sus modos, sus humores y sus olores. Chicos preparatorianos, obreros o comerciantes, ningún requisito más que el talento y el compromiso. Se les dio cabida a 40.
Más aspirantes, pese a discreta convocatoria
Al año siguiente la convocatoria fue más discreta aún, y acudieron más de 250. Entraron 50. Noventa jóvenes en una escuela pública de rock para una ciudad de millones de sub-20. Todo ello para que el rock, “ese ornitorrinco que no se puede clasificar bien”, como lo denominó Villoro, pueda resguardarse de la voraz mediocridad de la producción comercial.
Una escuela donde la maestra del taller de voz, Hebe Rosell y su prodigiosa garganta, se empapa hasta los huesos con los alumnos “hasta encontrar en su escondite el tesoro que nos dejaron los sabios”.
Temas bien estructurados e inteligentes
Una escuela de donde nadie deserta, aunque el hábito de la puntualidad sea el más difícil de inculcar, y donde, como dicen sus objetivos, se trabaja para “preparar músicos que estén conscientes de la realidad social circundante, que conozcan las raíces y los orígenes de la música que derribó fronteras y, sobre todo, la creación de canciones bien estructuradas, inteligentes”.
Una institución que ya parió un primer chayote, que incluye décimas como ésta de Valente Viveros: Derrota para los soldados/ soledad para el fantasma/ el tabaco para el asma/ la mala suerte a los dados/ una cuerda a los colgados/ perdón a lo imperdonable/ darle marcha a lo rodabale/ por lo anterior, desde luego/ me niego a apagar el fuego/ porque ya es incontrolable.
Pese a sus primeros frutos, al éxito de sus convocatorias, a su reconocida planta docente, la escuela no está entre los proyectos consentidos de la secretaria de Cultura, Elena Cepeda. Por eso, en el acto del sábado su director, Guillermo Briseño, reconoció que se trata de un proyecto necesario en una ciudad de millones de jóvenes: “No podemos, no queremos pensar que esto pueda desaparecer. La escuela sobrevive, pero necesita que la cobijen”. Y a cobijarla, porque están convencidos de que es una institución necesaria, asistieron a la presentación Paco Ignacio Taibo II, Verónica Ortiz, Paloma Saiz y muchos más.
Para que florezcan y pervivan rolas como las Décimas para el aspirante a Bluesman, Jesús Villalobos: No hay un método más vil/ de traicionar lo aprendido/ que echando todo al olvido/ y perseguir el perfil/ del artista mercantil./ Artista que se consagra/ porque lucha y porque labra/ con música su camino/ obedeciendo al destino/ de cultivar la palabra.