Usted está aquí: jueves 14 de febrero de 2008 Mundo Atentado en Damasco con coche bomba mata a Imad Mougnieh, líder de Jihad

El libanés participó en el secuestro en 1985 del vuelo 847 de TWA de Atenas a Roma

Atentado en Damasco con coche bomba mata a Imad Mougnieh, líder de Jihad

Tel Aviv niega autoría del atentado; silencio de los servicios de inteligencia occidentales

El militante admitió antes de su muerte: “tomar rehenes es malvado, pero es una opción”

Robert Fisk (The Independent)

Ampliar la imagen Una grabación del programa televisivo Al Manar Hezbollah muestra la imagen de Imad Mougnieh, asesinado ayer en la capital siria. El fundamentalista era uno de los líderes más buscados por los servicios de inteligencia de Washington y Tel Aviv, por sus ataques contra objetivos israelíes y occidentales; ayer Israel se distanció del ataque y negó cualquier vinculación Una grabación del programa televisivo Al Manar Hezbollah muestra la imagen de Imad Mougnieh, asesinado ayer en la capital siria. El fundamentalista era uno de los líderes más buscados por los servicios de inteligencia de Washington y Tel Aviv, por sus ataques contra objetivos israelíes y occidentales; ayer Israel se distanció del ataque y negó cualquier vinculación Foto: Reuters

Beirut, 13 de febrero. No era su mirada fija ni la forma en que tomó una manzana y la partió frente a mí con precisión estudiada. Fue el apretón de manos, como una prensa de acero, que hizo que me dolieran los dedos, lo que me impresionó. “Imad Mougnieh”, me dijo, como para demostrarme que no estaba huyendo, ni temía usar su verdadero nombre.

Sí, admitió, era “miembro de Jihad Islámica”. Yo sabía muy bien que era el líder de la organización que había planeado el secuestro de muchos rehenes occidentales en Beirut, pero él se encontraba en Teherán, hospedado en un hotel de lujo, a salvo de sus enemigos, o al menos eso creía aun cuando alguien, en Damasco, se metió a su automóvil el martes por la noche.

Mougnieh era enemigo de Estados Unidos, y enemigo de Israel. El hecho de que esta última nación rechazara tener algún nexo con el coche bomba que lo mató fue visto por sus allegados como simple juego de manos, si bien ellos saben que él era consciente de los riesgos que corría.

Su hermano fue asesinado en Beirut por una bomba destinada a él. Su propio desprecio por el jefe de la estadunidense Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Líbano, asesinado por Jihad Islámica después de haberlo secuestrado en 1984, era prueba suficiente de que Mougnieh estaba en guerra con Estados Unidos.

Mougnieh me aseguró que William Buckley, de la CIA, fue secuestrado porque controlaba al gobierno libanés pro estadunidense del entonces presidente Amin Geyamel, cuyo ejército había arrestado a miles de musulmanes, civiles y milicianos, algunos de los cuales fueron torturados hasta la muerte.

Yo había ido a ver a Mougnieh para pedirle que liberara a mi amigo y colega Terry Anderson, jefe de la oficina en Beirut de la agencia Associated Press, secuestrado en 1985 y quien estuvo cautivo por casi siete años en habitaciones selladas y calabozos subterráneos. Mougnieh trató de tranquilizarme. “Créame, señor Robert, lo tratamos mejor de lo que usted se trata a sí mismo”. Esto me hizo temblar, no le creía. Yo reconocía este lenguaje y la forma en que respetaban a inocentes a quienes tan cruelmente privaban de su libertad, la misma libertad que exigían para sus amigos y simpatizantes.

Quizá Mougnieh percibió esto. Cuando pregunté por Terry era octubre de 1991, un mes antes de que fuera liberado. En nuestro encuentro, Mougnieh no dejó de verme fijamente a los ojos. Nunca dejó de hacerlo a menos que deseara discutir algo con sus amigos, presentes en la habitación. A menudo comenzaba sus observaciones con citas del Corán, como lo hacen los mensajes grabados o videos de Jihad Islámica. Este era el hombre que se había llevado a Terry y que me hubiera secuestrado a mí si no lo hubieran impedido automóviles que patrullaban los alrededores como tiburones. Él no tenía escrúpulos.

“Tomar a inocentes como rehenes está mal”, admitió para mi sorpresa. “Es malvado, pero es una opción y no existe alternativa. Es la reacción a una circunstancia que se nos ha impuesto. Si usted va a preguntarme sobre la inocencia de algunas personas entre nuestros rehenes, no sólo deberá cuestionarnos a nosotros; Israel secuestró y encarceló a 5 mil civiles libaneses en el sur de Líbano en el campo de Ansar”.

Ciertamente, Israel apresó a todas esas personas después de la invasión militar de 1982. Amnistía Internacional condenó las condiciones en que los tenían. “La mayoría de las personas en Ansar eran inocentes”, señaló Mougnieh, quien no definió su concepto de inocencia, pero agregó: “y sin mencionar la invasión en sí y el asesinato de mucha gente”.

Mougnieh, libanés de nacimiento, era un hombre que gozaba de una aterradora confianza en sí mismo, de una convicción absoluta que compartía con Osama Bin Laden y, hablemos francamente, con el presidente George W. Bush. Se dice que Al Qaeda tortura a sus enemigos al igual que Jihad Islámica. Todos sabemos que lo mismo hace el ejército del señor Bush.

Nuevamente debemos hablar abiertamente sobre esta apreciada, respetada y emblemática figura del aparato de seguridad de Irán al referirnos a Mougnieh. Jihad Islámica era un satélite del Hezbollah libanés, de la vieja y aún no reformada Hezbollah cuyo liderazgo quisiera olvidar y negar sus secuestros. En ese sentido, Mougnieh era un hombre del pasado, pensionado en Damasco, quien estaba más seguro en la capital de Siria que alojado en un cuarto de hotel en Teherán.

Pero en sus buenos tiempos como oficial de inteligencia era un hombre poderoso. Yo tendría que haberlo odiado por el sufrimiento de Terry, pero no era así. En el transcurso de nuestra conversación se enojó, agitaba el puño derecho con furia al condenar el apoyo de Estados Unidos a Israel y al ataque contra un avión civil sobre el golfo en 1988. Yo he sentido esa furia antes, estando en cementerios y ante fosas comunes. Se había aliado a Irán porque su pasión era genuina.

Volví a rogar por Terry: ¿no podía sentir compasión por mi amigo? Nuevamente, sus ojos no dejaron de mirarme. “Desde luego, sería fácil responder a esa pregunta si usted fuera la madre o la esposa de uno de los rehenes en Khiam (la prisión en la que Israel torturaba a sus presos en el sur de Líbano) o la madre o esposa de Terry Anderson. Mis sentimientos hacia el dolor mental que sufre Terry Anderson son los mismos que tengo hacia los rehenes libaneses en Khiam o los de la madre o esposa de Terry Anderson”. Amnistía Internacional también condenó las torturas en Khiam.

Llegado ese momento, Mougnieh ya estaba interpretando el papel más famoso de todas las telenovelas estadunidenses: el de “enemigo número uno de Estados Unidos”. Washington no habría derramado lágrimas si Israel hubiera asesinado a Mougnieh el día anterior, lo quería vivo o muerto por las razones ya acostumbradas, como por ejemplo su participación en el secuestro del vuelo 847 de TWA de Atenas a Roma en junio de 1985. Era uno de los hombres armados a bordo de la nave que exigía la liberación de 17 miembros de Jihad Islámica encarcelados en Kuwait y 753 libaneses chiítas presos en Israel.

Después de andar dando vueltas por el Mediterráneo, el avión, cuyos pasajeros eran en su mayoría estadunidenses, aterrizó en Beirut, donde el estadunidense Robert Stetham fue sanguinariamente golpeado a cachazos de rifle en la cara y el cuerpo antes de recibir un disparo en la cabeza y ser arrojado fuera del avión frente a las cámaras de todo el mundo. Yo vi su cadáver en el hospital de la Universidad Americana: tenía el rostro gris, el cabello enredado y yacía junto al cuerpo de una palestina regordeta que murió en un tiroteo entre milicianos chiítas y miembros de la Organización para la Liberación de Palestina.

Chiítas leales al actual parlamentario pro sirio Nabih Berri irrumpieron dentro del avión y se llevaron, a bordo de varios vehículos, a los secuestradores y a la mayoría de los pasajeros a los suburbios del sur de Beirut. Todos los pasajeros fueron liberados, pero Mougnieh y sus camaradas fueron trasladados clandestinamente a Damasco, sólo para reaparecer secuestrando un jet kuwaití con las mismas demandas y un asesinato igualmente brutal, el de funcionario del departamento de bomberos kuwaití en el aeropuerto de Nicosia.

Quien a hierro mata a hierro muere, dicen. De ahí el ataque con bomba en Damasco, ocurrido hoy no lejos de una escuela iraní, cerca de la oficina de inteligencia siria, con explosivos colocados bajo el auto de Mougnieh, cuyo cadáver fue sacado a rastras del vehículo por policías.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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