Bibliotecas personales
Las colecciones personales no deberían existir, son asociales, asegura el escritor
No tengo la menor idea de cuántos libros tengo: Taibo II
El orden al estilo Paco Ignacio: “en el pasillo del piso de arriba hay ciencia ficción y camino al baño las obras completas de Quevedo”
Hay títulos que me he descubierto comprando una y otra vez para regalarlos, porque me gustaron mucho
Ampliar la imagen Paco Ignacio Taibo II en su casa Foto: Cristina Rodríguez
Las bibliotecas personales son asociales, no deberían existir, habría que socializarlas y sólo dejar en tu casa los libros que estás leyendo, los que vas a leer y con los que vas a trabajar, dice el escritor Paco Ignacio Taibo II, aunque reconoce que por el momento no existen mecanismos para lograr esa socialización de las bibliotecas personales, además de que éstas representan la comodidad: no hay nada como encontrar en tu propia casa aquello que necesitas para escribir un artículo o un nuevo libro.
En la casa de Taibo II la biblioteca ocupa varios espacios, desde el garage hasta el pasillo de la cocina, y todos y cada uno de los pisos. Ordenados por temas, pero no alfabéticamente. Alguna vez, recordó, “intenté ordenarlos alfabéticamente, pero se desalfabetizan a una velocidad sorprendente. Es una biblioteca que se mueve mucho, la parte de los autores mexicanos los usa Paloma (Sáiz, su esposa y coordinadora de Fomento a la Lectura de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal) para preparar antologías y esa parte de la biblioteca es imposible tenerla en orden. También escribo artículos de vez en cuando y los libros se mueven mucho, además de que a veces los presto a dos o tres amigos porque sí los devuelven”.
Sociedad sin televisión
La relación de Taibo con los libros, y por ello con el nacimiento de su biblioteca, tiene que ver con la enfermedad, literalmente. “A los cinco años era un niño enfermizo y descubrí que estaba a toda madre, que si te enfermabas te dejaban leer y no te daban lata; aprendí a leer muy rápido porque mi padre era periodista y traía el periódico y me decía ‘¿qué dice aquí?’ Creo que aprendí a leer por palabras, no silabeando. A esa edad comenzaron a regalarme libros para que pasara las largas horas de la enfermedad. Todas las enfermedades infantiles, las que se tienen una vez, las tuve dos veces, ya cuando aprendí que el colegio era horrible entonces dije: ‘¡ni madres!’, y me enfermaba, tres veces tuve ‘cosas’ y algunas verdaderamente jodidas, como una hepatitis viral que me tuvo tirado cinco meses.
“Leía y leía, era una sociedad sin televisión y entonces descubrí toda la novela juvenil producto de los libros de aventuras del siglo XIX, Verne, Dumas, Víctor Hugo, Salgari completito, los Pardallán. Una vez mi papá me cachó y me dijo: ‘si no te enfermas esta semana te regalo El último mohicano’. Le respondí que si nada más eso, y me dijo que entonces todo (James) Fenimore Cooper. Esa semana no me enfermé y fui al colegio, pero me chingué los siete tomos.
“Aprendí a leer de noche en la cama, hacía casita y con una linterna en la boca para que no me cacharan. Durante una época de mi vida fui al colegio en estado zombi.”
Todo eso ocurrió en Gijón, donde nació. En 1958 su familia se mudó a México y con ella, en caja aparte, toda la biblioteca de Taibo, que en esa época debió constar de entre 100 y 150 libros, que todavía es posible encontrar en uno de los entrepaños del garage. “Ya en México tomaba un tranvía para regresar de la Secundaria 4 a mi casa, eran como 12 cuadras, tal vez un poco más. No había día en que no me durmiera y me pasaba de mi parada, porque pasaba la noche leyendo y andaba grogui en las mañanas; aprendí a dormir parado”.
En ese periodo escolar tuvo una beca de 100 pesos, que en principio quiso donar para ayudar a la economía familiar; pero le dijeron que no y entonces los destinó a comprar libros.
Desde entonces acumula libros y ahora no tiene ni la menor idea de cuántos son. En el primer piso, donde está su oficina, está la novela policiaca, diccionarios, libros sobre Pancho Villa y Ernesto Che Guevara, Salgari, Malasia y el mar, periodismo de investigación y periodismo narrativo. Justo enfrente está la taiboteca, con las diferentes ediciones de los libros que ha escrito y en diferentes idiomas. En otro cuarto, en ese mismo piso, está una parte de los libros sobre historia de México y literatura mexicana. En el pasillo del piso de arriba ciencia ficción y “camino al baño las obras completas de Quevedo, pa’pescarlo de camino. Aprendí que mear sentado no es una decisión femenina sino un acto de sabiduría”.
Ya en su recámara está todo lo que no ha leído. “Está horrible ese librero, lo vez y pienso que no me van a alcanzar los años de mi vida para leer todo esto, más los que me voy a comprar. Es mal rollo, tengo un chingo de atrasos y es angustiante”.
En el despacho de Paloma se encuentran los títulos de historia de España del siglo XX, historia y literatura universal y hay un librero de temas de música, y rumbo a la cocina están los libros de cocina y cómics, que también se pueden encontrar en dos arcones del primer piso.
Ya en un nuevo despacho, recién acondicionado como tal, está el resto de los libros de historia universal y material de otros libros en los que trabaja: la reforma y la guerra de Texas; además, historia de las cruzadas. También “hay secciones muy raras”, como una sobre Lawrence de Arabia, los nazis y el ocultismo, la revolución de los años 30 en Asturias.
“En la cochera se encuentran historia del siglo XX, historia de los países del este, historia del siglo XX de Europa occidental, historia de América Latina, otros pocos de historia del arte, literatura latinoamérica, los sobrantes que me van mandando las editoriales de mis propios libros y está la biblioteca del Che y la de Villa, que después de haber terminado las dos biografías se fueron a dormir.”
Seguiré leyendo
No hay ningún libro de autoayuda; “los que no quiero ni necesito los cambio en la Torre de Lulio”. Sí regala libros, pero generalmente son aquellos que ya leyó: “hay libros que me he descubierto a mí mismo comprando una y otra vez para regalarlos, porque me gustaron mucho”.
Sí ha habido problemas por la cantidad de libros que entran en la casa, reconoce el escritor. “Una vez Paloma me lanzó un ultimátum novedoso: si entra un libro más en esta casa, sale otro. Ante la ofensiva dije ‘ya vas’, y la siguiente vez que llegué con libros agarré un paquete de los que ella estaba usando y le dije ‘estos son los que tienen que salir’, y claro, me respondió ‘son los poquitos que yo tengo, eres un cínico’ y por eso cuando mi hija se casó y dejó de vivir aquí, hicimos otra biblioteca en ese cuarto”.
–¿Qué va a pasar con su biblioteca en algunos años?
–Como soy inmortal voy a seguir leyendo. Supongo que quien me suceda tomará decisiones, como las bibliotecas son personales hay multitud de temas aquí que no le interesarán y algún día organizaremos que vaya al pueblo, de tal manera que sean útiles.