La buena muerte
Para cuidar enfermos y ayudar a “bien morir” a los agonizantes, Camilo de Lelis, quien habría de convertirse en santo, arrepentido de una vida disipada y licenciosa, fundó en 1586 la Congregación de la Buena Muerte. A la ciudad de México llegaron en 1755 y se establecieron en unas casas conocidas como Calderas, por haber pertenecido a Manuel Calderas, opulento español que tenía muchas propiedades en el barrio de San Pablo. Ahí instalaron su convento bajo la advocación del Sagrado Corazón y levantaron un pequeño templo.
Su noble labor les ganó las simpatías de la población que les dio jugosas donaciones. Don José de Lanzagorta les cedió la hacienda de San Francisco Cuerámaro y diversos bienes, con los que adquirieron un rancho en Texcoco, con un olivar muy productivo. También tenían doce casas de renta en la ciudad; sin embargo, cuentan las crónicas que ineficientes y con seguridad, deshonestos administradores hicieron que la congregación no tuviera nunca una situación bollante.
Era una de las órdenes con reglas más severas, lo que hacía que hubiera pocos candidatos dispuestos a ingresar en ella; debían socorrer inclusive a los que tenían enfermedades infecciosas como la peste, que era bastante común y muy contagiosa. Para la mayor oportunidad de sus servicios, les era permitido andar en mula, pero tenía que ser negra.
Una de las debilidades de los Camilos era jugar pelota vasca, para lo que crearon un espacio en la parte trasera del convento y otra porción la alquilaron a un señor Corral y Miñón, para que estableciera unos “baños fríos de natación para personas y estanques para caballos”. Al ser expulsados del inmueble por las leyes de exclaustración en 1861, contaba con sólo 10 miembros.
Las instalaciones camilas eran parte de un conjunto arquitectónico, cuya edificación inició Calderas en el siglo XVII y quien, entre otros usos, dedicaba una parte a vivienda de alquiler, en otra había una pulquería y en la parte alta vivía el dueño con su familia, sirvientes y esclavos. La historia del inmueble ha sido estudiada detalladamente por la historiadora Mónica Verdugo. Gracias a ello sabemos que, además de convento estuvo el juego de pelota, la sede de la agrupación de colonos para las Californias, un cuartel de soldados, los baños para caballos de San Camilo, el Seminario Conciliar Tridentino de México, la Cerería de San Camilo, el teatro Ángela Peralta y la Escuela Secundaria Diurna No. 1, César A. Ruiz.
Esta es la historia que guardaba el hermoso edificio de Regina 97, que en unos días fue demolido para albergar en el predio una plaza de vendedores ambulantes. En palabras de la historiadora “era un auténtico documento histórico, mediante el cual se podía estudiar no sólo la vida de las clases medias novohispanas, sino el transcurrir de México a la modernidad”. Esto es muy importante, ya que, al conservar la estructura arquitectónica original del siglo XVIII y conocer sus distintos usos a lo largo de los siglos, podiamos conocer las formas de vida de la sociedad de cada época, asi como sus redes de relaciones económicas, políticas, religiosas y sociales. Era un libro pétreo de historia.
Es interesante conocer que el Seminario Conciliar compartió los espacios con los jesuitas, que permanecían clandestinamente en territorio virreinal, aunque habían sido expulsados, y con los Camilos, que se rehusaban a abandonar el edificio. Fue también la primera sede del teatro Ángela Peralta, ejemplo de un foro de barrio como una nueva “diversión ilustrada”.
La escuela secundaria fue la primera establecida a nivel federal en el país, en las primeras décadas del siglo XX, cuando ya se estaba consolidando el Estado moderno y la educación pública prevalecía sobre la religiosa. Cuenta Verdugo que para su creación, se envió a capacitar a Estados Unidos a un grupo de profesores encabezados por César A. Ruiz. Eran los primeros pasos para instaurar la educación media, ya que, hasta esos momentos, el tránsito de la primaria a la preparatoria era directo. Auténticamente una pérdida muy, muy lamentable e indignante.
Si todavía tiene ánimo, vamos al cercano Rosalia, que acaba de cumplir 70 años de vida. Situado en San Juan de Letrán (Eje Central) 46, ofrece un vasto y económico menú corrido, a la vieja usanza de los antiguos restaurantes españoles. Nada más vea: antipasto, caldo gallego, paella o calamares, pescado rebozado, cabrito, jitomate relleno de ensalada de camarón, lomo a la naranja o mole y nueve postres para elegir.