Usted está aquí: martes 15 de enero de 2008 Economía México SA

México SA

Carlos Fernández-Vega
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El restaurante “la continuidad” prepara banquete

Voraces, los mismos políticos y empresarios de siempre se reparten la nación

En el horno se cocina el platillo más esperado de los últimos 25 años: la privatización del petróleo mexicano. Sentados en la mesa esperan los comensales de siempre y, de una u otra forma, los cocineros son los mismos que despachan desde hace cinco lustros, ayer en calidad de pinches, hoy como una suerte de chefs, aunque lo primero que se aprende nunca se olvida.

Ante la insistencia de los comensales, los chefs ya pusieron fecha al banquete: febrero próximo, mes en el que pretenden sacar el platillo del horno y, calientito, suculento, servirlo en la mesa de los patrones, quienes están felices por la excelente atención recibida en el restaurante “la continuidad”.

Quienes de ninguna manera están contentos son los mexicanos que, fuera del restaurante y pegados a la vitrina, estupefactos registran que los chefs que ahora avanzan en la elaboración del suculento platillo son prácticamente los mismos, con igual libro de recetas, privatizadores de banca, carreteras, satélites, aerolíneas, ingenios azucareros, ferrocarriles y demás empresas otrora propiedad de la nación, mismas que en no pocas ocasiones fueron “rescatadas” por el erario y terminaron en manos extranjeras.

Por lo mismo, el atónito auditorio, que nunca ha tenido acceso al restaurante (el cual, dicho sea de paso, ha cambiado de nombre a lo largo de los años –“renovación moral”, “solidaridad”, “bienestar para la familia”, “el cambio” y ahora “la continuidad”– pero no de mañas), que observa el proceso privatizador de la joya de la corona, exige –así sea por única vez– que los chefs no sean salvajes, porque un asunto tan delicado como éste, de innegable seguridad nacional, no puede dejarse en manos de las cúpulas políticas, de las mafias internas y externas, que han destrozado a la nación en sólo cinco lustros.

Es pedir peras al olmo, pero la decisión de privatizar el petróleo y terminar de “abrir” el sector eléctrico al capital privado requiere inteligencia y seriedad, amén de un análisis profundo con un amplio debate nacional, incluso un referéndum, porque lo que esa cúpula quiere “modernizar” (léase entregar al capital privado, extranjero y nacional, en ese orden) no es el Grupo Textil Cadena o Bicicletas Cóndor, sino un recurso natural que pertenece a la nación y que ha sido inamovible puntal de la precaria economía mexicana.

Ese grupo voraz –integrado por políticos y empresarios– ya cometió todo tipo de errores y excesos con la “modernización” y “desincorporación” (léase privatización) de muchos otros sectores estratégicos para el país; permanentemente acuerda en lo oscurito, concertacesiona descaradamente, trafica influencias hasta la ignominia, se ha hinchado de plata, ha desmantelado la infraestructura productiva del Estado y esquilmado al erario, entre otras tantas gracias, pero no tiene llenadero.

Desde el sexenio de Adolfo López Mateos se llamó Secretaría del Patrimonio Nacional, y José López Portillo le añadió el Fomento Industrial, que prevaleció hasta 1982. Con la llegada de la tecnocracia a Los Pinos, Miguel de la Madrid le cambió el nombre a Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal, pero fue tal la “modernización” (léase privatización) del aparato productivo del Estado que en el sexenio de Zedillo ese kilométrico nombre simplemente quedó en Secretaría de Energía, que prevalece. Todo lo demás (minas e industria paraestatal) fue “modernizado”. Ahora ese mismo grupo, con algunas altas y unas cuantas bajas en su nómina, pretende que nombre y dependencia simple y sencillamente se borren del mapa político y administrativo mexicano.

Andrés Manuel López Obrador ayer denunció que los principales promotores de la privatización petrolera son “Felipe Calderón Hinojosa, Juan Camilo Mouriño Terrazo, Santiago Creel Miranda, Manlio Fabio Beltrones Rivera, Emilio Gamboa Patrón, Francisco Labastida Ochoa y Jesús Reyes Heroles González Garza”, y “desde este momento propongo que se les considere como candidatos a ocupar el sitio de traidores a la patria y llamo al pueblo de México a darle un puntual seguimiento a todos sus actos”.

Algunos más deben anotarse en la relación ofrecida por AMLO, pero en dicho inventario aparecen tres ex secretarios de Energía: Labastida, con Miguel de la Madrid; Reyes Heroles González Garza, con Zedillo, y Calderón, con Fox. El primero de ellos lo fue no sólo de Energía sino de Minas e Industria Paraestatal, o lo que es lo mismo el comienzo del desmantelamiento (“modernización”) de la industria del Estado.

Hoy, Francisco Labastida encabeza la Comisión de Energía del Senado, y es uno de los operadores de la privatización petrolera. Jesús Reyes Heroles González Garza es el director general de Pemex, y Felipe Calderón es el inquilino de Los Pinos, y junto a él Juan Camilo Mouriño, cuya familia, en menos que canta un gallo, armó uno de los principales grupos de gasolineras en el sureste (aún) mexicano. A su lado Emilio (artífice de la privatización carretera en el salinismo, entre otras estrellas) y Manlio, siempre en línea con las mejores causas (mercantiles). Por allí aparece la cabeza de Santiago Creel, quien trabajó en aquel despacho de abogados al lado del cuñado de Pedro Aspe (hoy “promotor de proyectos energéticos para la inversión privada en México”, por medio de su empresa Protego) y asesoraba al gobierno salinista en la privatización de empresas.

Y en el rincón, como la muñeca fea, Beatriz Paredes, “líder nacional del PRI”, quien “advierte” que “las bancadas de mi partido en el Congreso deberán consultar con la dirigencia cualquier reforma de las que se prevé sean promovidas este año”. Claro que sí.

Las rebanadas del pastel

En síntesis, los mismos de antes, los mismos de ahora, dedicados a jugar con fuego, en nombre de los “consensos necesarios”. Hasta que el país les estalle en la boca.

 
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