El bachillerato ¿al fin?
Ese título puse a un artículo que escribí en este espacio el 20 de febrero de 2007. Espero fervientemente que nadie deba escribir otro artículo con ese título en algún año venidero. Aunque con los políticos uno nunca, nunca sabe.
Uno, que tiene el privilegio de escribir en un medio de prensa, tiene también la obligación de observar, estudiar, hacer acopio de los datos duros, analizar con los instrumentos adecuados, pensar lo que escribe a fin de comunicarlo de la mejor manera. Esta tarea busca siempre, desde las propias convicciones, tratar de contribuir a que los hacedores de políticas que inciden en la transformación de la realidad, tomen seriamente la reflexión propuesta, y así contribuya a mejorar el paisaje social de la comunidad en la que nacimos. O bien que contribuya a que el ciudadano de a pie cuente con elementos informados para organizar sus demandas, sus protestas, sus decisiones colectivas.
Con frecuencia uno tiene la sensación, al escribir sus análisis y sus reflexiones, de que ha lanzado una botella más al mar, con un mensaje dentro, que no sabe a qué playa arribará, qué eventuales lectores encontrará, y si entre éstos algunos pertenecen a los grupos que por su posición, o actitudes y movilizaciones, pueden cambiar en alguna medida las injusticias múltiples del mundo.
Durante años, diversas voces, en distintos escenarios, hemos insistido en la necesidad de convertir el bachillerato en constitucionalmente obligatorio; una responsabilidad a cargo de los jóvenes en edad, de las familias, del Ejecutivo federal, del Congreso de la Unión, de los gobiernos y los poderes legislativos estatales.
Hemos escrito en este espacio que, en términos cuantitativos globales, no existe un problema de oferta de educación superior, sino precisamente de lo contrario, un inmenso problema de falta de demanda al nivel superior. Dejo hoy de lado los desequilibrios entre oferta y demanda en programas educativos saturados, o el problema mayor de desequilibrio –el programa de medicina–, cuya oferta de nivel superior no lo decide el sistema de educación superior, sino el hospitalario.
En el ciclo 2004-2005, de cada 100 alumnos que ingresaron en su momento a la escuela primaria, 57.1 fueron absorbidos por el bachillerato; dado que la eficiencia terminal del bachillerato fue de 60.1 por ciento, en ese ciclo egresaron 34.3 de cada 100 inscritos en primaria; sólo 27.2 demandó educación superior (25.5 licenciatura). La falta de demanda al nivel superior es evidente: 27 alumnos de cada 100 que ingresan a la primaria demandan educación superior. Hay un embudo representado por la escuela secundaria y, principalmente, por el bachillerato.
Leo con satisfacción en la nota de Georgina Saldierna de nuestro periódico (11/1/08) que “como parte de la reforma del Estado, los partidos políticos llegaron al acuerdo de ampliar la educación obligatoria a 18 años, con lo cual el gobierno no sólo tendría la responsabilidad de otorgar enseñanza gratuita de prescolar, primaria y secundaria, sino también de bachillerato e inicial.
“En el subgrupo de trabajo de garantías sociales de la Comisión Ejecutiva Nacional de Acuerdos (CENA), los representantes de los partidos Acción Nacional, de la Revolución Democrática y Revolucionario Institucional, así como los llamados emergentes, decidieron modificar el artículo tercero constitucional para extender la obligatoriedad de la educación. Su propuesta será presentada la próxima semana al pleno de la CENA, con el propósito de que la iniciativa entre al Congreso en el periodo ordinario de sesiones que se inicia en febrero.”
Al menos desde agosto pasado, la SEP había expresado su acuerdo con la propuesta del bachillerato obligatorio que venía presentando el diputado perredista Tonatiuh Bravo Padilla. Los autores de la iniciativa estiman que serían necesarios al menos cinco años para instrumentarla. Hay que agregar que sin esta decisión alcanzar la cobertura de 30 por ciento en educación superior propuesta por el Ejecutivo sería imposible. Pero más allá de alcanzar esa meta de cobertura, la universalización del bachillerato tendrá como efecto, al cabo de una década, un aumento sustancial en el nivel medio educativo de la sociedad mexicana…, siempre que las cosas se hagan bien y no mal como hasta ahora se han hecho con el nivel prescolar.
Es necesario insistir también en que no basta ampliar el número de lugares para el bachillerato; es preciso que, conjuntamente con la escuela secundaria, se precisen los programas educativos. La escuela secundaria y el bachillerato, en prácticamente todo el mundo, constituyen un solo nivel educativo (el nivel 2, después de la educación básica). Así debieran revisarse los contenidos educativos, aunque desde el punto de vista del control (público federal, estatal, universitario, particular), las cosas se mantuvieran como están.
Es altamente previsible que el llamado modelo 3-2-3 se generalice en el mundo de la educación superior, especialmente para las disciplinas científicas que estudian algún segmento de la naturaleza, y para algunas de las ciencias sociales. Se trata de un modelo de doctorados tempranos, exigidos por la velocidad en la generación del conocimiento de nuestros días. Un modelo de doctorado temprano demanda, a su vez, un modelo pedagógico que debe ir implantándose desde la escuela secundaria, centrado en el aprendizaje, no en la enseñanza. El modelo 3-2-3 debe tenerse presente al momento de decidir la expansión del bachillerato y la necesidad de revisar sus contenidos. Y ello implica un vasto programa de reducación de los profesores de la escuela secundaria y de los del bachillerato. El asunto es conceptualmente sencillo, aunque sea operativamente complejo.
Estas reformas no garantizan el desarrollo socioeconómico futuro; pero no hacerlas garantiza absolutamente la continuidad del subdesarrollo en el que nos debatimos.