El compositor es el más importante del siglo XIX mexicano
Graba Armando Merino todos los valses de Ricardo Castro
Una de las grandes paradojas en torno de Ricardo Castro, considerado por muchos el compositor más importante del siglo XIX mexicano, es que se trata de un creador bastante conocido y familiar para una importante mayoría, pero sólo de nombre, porque en lo que concierne a su obra predomina aún gran ignorancia y desconocimiento.
Cuando menos esa es la opinión del pianista Armando Merino, a quien se debe una iniciativa de invaluable trascendencia para el ámbito de la música mexicana e incluso internacional relacionada con aquel autor duranguense: el redescubrimiento y la primera grabación mundial de sus valses completos.
Este trabajo, que implicó cerca de un año de investigación y preparación, quedó plasmado en el disco compacto Capricho, los valses completos de Ricardo Castro, realizado por el sello Quindecim y que se encuentra en el mercado desde hace un par de meses.
La aparición de este material ocurre de manera coincidente con el centenario de la muerte de Castro, cumplido este 2007, y, a decir de Merino, forma parte de una especie de movimiento que ha tenido lugar en años recientes, de recuperación y revaloración del legado de aquel creador y también pianista decimonónico, nacido en 1864.
El azar jugó papel fundamental en este proyecto, toda vez que el propósito original del intérprete consistía sólo en realizar un nuevo material discográfico de los valses de Castro, que hasta antes de este trabajo se creía eran sólo cuatro o cinco y únicamente existía una grabación, de la década de los 50 del siglo pasado, debida a Miguel García Mora.
Fue en el afán de ofrecer un extra a su proyecto que Merino se encontró con la sorpresa de que el autor duranguense tenía mucho más obra de ese género. El hallazgo se dio en la investigación que emprendió, en primera instancia, en el Archivo de Reserva de la Escuela Nacional de Música, donde se conservan muchas de las partituras de Castro, y posteriormente en las bibliotecas del Conservatorio Nacional, el Centro Nacional de las Artes y la Escuela Superior de Música.
Si bien no existe un catálogo de la obra de Castro, en la contraportada de las partituras escritas por éste existen anotaciones en las que se especifica lo que él iba publicando, y así fue como de manera paulatina el pianista localizó 22 valses, que, una vez consultados musicólogos y expertos, se concluyó que representan el total del corpus de piezas de ese género realizadas por el compositor.
“Es un repertorio muy virtuoso y muy extenso, con casi hora y media de duración. Las piezas fueron escritas por el autor a lo largo de su corta vida. Sólo de verla, cada partitura revela que es gran música. Hay una gran diversidad en estos valses y en ellos se encuentran todos los estados de ánimo y caracteres”, explica Armando Merino en entrevista.
“La mayoría de las piezas están inmersas en la música de concierto, algo fuera de lo normal en la época de Ricardo Castro, porque casi todo lo que se escribió en ese momento, pianísticamente hablando, no tiene que ver con lo que él hizo. Castro fue un compositor fuera de serie, incursionó en todos los géneros y tuvo siempre gran intuición y sensibilidad.”
De acuerdo con el intérprete, resultan sorprendentes los alcances logrados por el autor, pues realizó su trabajo en un contexto cultural y artístico en el que se carecía de condiciones favorables: falta de orquestas, de maestros de altura e incluso de ejemplos a seguir.
“El piano de Ricardo Castro es totalmente moderno, corresponde con el modernismo pianístico, con grandes compositores y pianistas de la época, a la altura de Grieg, Saint-Saës y Massenet”, indica.
“Los valses de Castro son grandes obras, tienen sabor mexicano, pero es música universal. Fue una especie de pintor musical cuya obra, a más de cien años de distancia, nos devuelve la imagen nítida de lo que fue la sociedad mexicana del siglo XIX. Es música que nos resulta muy próxima y familiar; es parte nuestra. Ricardo Castro, sin duda, forma parte sustantiva de nuestro paisaje emocional.”