Usted está aquí: lunes 17 de diciembre de 2007 Opinión El muro de hielo

Hermann Bellinghausen

El muro de hielo

Comimos tarde, como a las cinco, aunque en sentido estricto para mí era apenas desayuno. Se dieron su vuelta para despedirse Duncan, Míster Jim y su esposa, así como otro vecino que no había figurado hasta entonces, un tal Rupert, de Wichita. Tan ordenado que iba el cast californiano, donde sólo Voltaire no era de ninguna de las tres Californias, aunque ya lo parecía, y grueso. Le faltaba broncearse otro poco quizá.

En consecuencia, se pasaron la tarde hablando en inglés de un montón de cosas sin interés: chismes vecinales, quejas contra el municipio y las oficinas de turismo y Hacienda del estado por burocráticos, o poner trabas para cualquier asunto legal nada más para subir la tarifa del soborno. Les obsesionaba el tema de los mexicanos. No sólo a indocumentados, a todos los veían como un horror, un misterio insondable, una amenaza a lo que ellos “son”. Míster Jim y su señora exhibían un racismo rudimentario. Duncan, más elaborado, hasta parecía buena onda, con una filosofía falsaria que me recordó al ex nazi Ernst Jünger cuando trata, “racionalmente”, de “explicarse”, el “misterio” de los judíos. Fue el de Wichita el que habló de Hollywood, y todos comentaron como si supieran. A lo mejor sabían.

Voltaire y Claudia a ratos atendían, casi entrevistaban a las visitas, y a ratos se perdían un rato en la cocina. Duncan, el budista, sólo bebió té verde y comió frutas y verduras. Los demás como a las 10 de la noche estaban tan borrachos que se fueron con impedimentos motrices, pero cantando.

Voltaire y su nueva amiga saldrían temprano al otro día hacia el aeropuerto con destino a San Diego y de ahí a Los Ángeles. Era hora entonces de regresar. No parecía haber más, y lo conseguido era de momento inutilizable. Puras pistas. Las pruebas resultaban más débiles que los personajes inculpables, escudados, además, tras los mejores abogados. Citó dos o tres despachos. En el nuevo ajedrez neoliberal, abogado más intereses millonarios matan juez en cualquier lado de la frontera.

Los contactos firmes en California eran de Claudia, pero Voltaire la iba a presentar apenas con Mike, no lo conocía, y es que Mike no es de los que hablan con la tira, y Claudia a fin de cuentas era policía. Acabé por admitir que la gringa tenía su chiste, como esas chicas duras de CSI: eficaz, indoblegable, con capacidad de indignación, liberal, tal vez enamorada heroicamente de su maestro o su jefe, una idealista.

Voltaire había hecho suyo el asunto, que es cuando mejor funciona, pero deja de seguir mis indicaciones y agarra por su cuenta. Yo regresaba con las manos vacías, a reserva de que Voltaire encontrara en el norte por dónde romper un boquete en el hielo para obtener documentos, testimonios, evidencias. La pornografía infantil y la explotación de chavitos y chavitas le parece un pésimo síntoma del país. Con su incansable afán de abundar el punto, Voltaire recitó ríos de datos, una vez que se fueron las visitas y tratamos de acordar cómo mantener el contacto:

–Nuestros amigos de Oakland registraron que cada 22 segundos nace un nuevo sitio de pornografía infantil en Internet. En 2004 había 72 mil, en 2006 más de cien mil. Se calcula que hay unos 16 mil niños explotados comercialmente en el país, y gracias al libre mercado se desconocen las cifras reales de los “exportados”. En el Distrito Federal, de los 13 mil niños que viven en la calle, 95 por ciento han sido abusados sexualmente. Algunas veces la fuente es la PFP; otras, alguna ONG o los pocos periodistas que se rifan el pellejo en eso.

Resultaba que a lo mejor hacían escala en Tijuana, donde estaba el escándalo de la secundaria donde los chavitos y chavitas hacían videos porno entre ellos mismos con sus celulares y luego los subían a You Tube. Y no era el único caso, en el norte de México al menos. Y sumó a sus pendientes una inmersión en los reclutamientos y chantajes a menores vía Messenger.

Uf. Citó tantas cifras y casos que acabé hecho bolas. Voltaire estaba realmente metida, casi febril. Y esa Claudia le dio más cuerda. Adiós a sus caracterizaciones de Doris Day y la punk de Amanda Palmer. De pronto sin disfraz ni representación, volvió en sí misma. Lo que le durara. En pocos días andaría por Beverly Hills, Downtown LA, Hollywood, Disneylandia. You bet.

 
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