Toros
Melancólica la tarde
A los toros de Garfias se les sentía una profunda melancolía. Los toreros o ya la traían o se las contagiaron los toros. La afición, aburrida de tanto chisme y grillas, a ritmo con los toros y los toreros. Los toros, a excepción del primero que llegó a la muleta de Rafael Ortega, espléndido; planeaba, tenía recorrido y nobleza. Pero la primera tanda se le fue al canal de la melancolía. Para no variar, todos los bureles fueron pasados con un puyazo. En ese puyazo los picadores les daban a llenar y ni así se desprendían de la melancolía. El tercero de los toros corridos estaba tan melancólico que hasta los cuernos se le fueron hacia abajo y casi hacía surco con ellos en el ruedo ¡que no puede ser!
Los de Garfias llegaban al tercio final deslucidos, soseando, sin emoción. Extrañando seguramente a las vaquillas que no les hicieron caso en la ganadería. Los toritos justitos de presentación fantaseaban (supongo), en vez de embestir, con aquellas caídas de las tardes en las cumbres lejanas, cuando el sol iba bordando sus transparentes gasas y ellos se despedían del brillante cielo azul del Bajío, rumbo a su hora final. Bajo la luz que brillaba y se esparcía por los aires un olor a campo bravo, los árboles dormían en la quietud sagrada del cálido y radiante crepúsculo, en la que ya, melancólicos, los toros iban arrastrando la cobija bugambilia.
Ya en la plaza, a los toros se les notaba con arrugas en la frente, los párpados semicerrados, los bigotes caídos y un caminar cancino, intuyendo su muerte en el ruedo. A uno, como mencioné, los cuernos hacia abajo eran el paradigma de la melancolía. En fin, los toritos eran graciosamente tristes y se recreaban buscando las vaquillas en los tendidos. Frustrados al no encontrarlas, de repente pegaban arreones y regresaban a su angustiosa melancolía. Poco podían realizar los toreros con estos toros. Hasta Jorge Mora acabó perdiendo la chispa que tanto encantó a la afición.