Editorial
México: dependencia económica
De acuerdo con un informe de la firma financiera Merrill Lynch, los mercados financieros de las economías emergentes se vieron beneficiados con un “récord de ingreso” en el flujo de capitales equivalente a 33 mil 200 millones de dólares en las últimas 15 semanas, una cantidad por demás importante si se toma en cuenta que representa más de 80 por ciento del total registrado en lo que va del año. El mismo reporte señala que sólo México y Taiwán registraron pérdidas –de 100 millones de dólares cada uno– en las inversiones a sus respectivos mercados financieros, lo que les ha valido el mote de “patitos feos”, en comparación con el resto de las economías emergentes.
La difusión de estos datos arroja un indicador por demás preocupante sobre la economía de nuestro país: si bien el monto de la pérdida en las inversiones no es de suyo escandaloso, sí lo es el hecho de que México resulte cada vez menos atractivo para los capitales bursátiles, en un contexto mundial en que éstos se han desplazado de manera importante a mercados financieros de los llamados países en desarrollo, en buena medida por la incertidumbre generada a partir de la crisis en el sector inmobiliario estadunidense. La situación, aunque alarmante, no resulta extraña, sobre todo si se toma en cuenta la sostenida dependencia que México exhibe, en términos económicos, con respecto a Estados Unidos: nuestro país realiza cerca de 90 por ciento de su comercio exterior con la nación vecina, en tanto que más de la mitad de la inversión extranjera directa es constituida por capital estadunidense.
En este contexto, es de imaginar el impacto negativo que una recesión en la economía de Estados Unidos –causada por una profundización en la crisis que padece el sector inmobiliario de ese país– tendría sobre la mexicana. Esta posibilidad ha sido desestimada por el titular del Ejecutivo federal –quien ha asegurado que “no habrá crisis” gracias a la solidez de las finanzas nacionales–, pero persisten las advertencias que contravienen su optimismo: el Banco de México ha asegurado, en semanas recientes, que “ha aumentado el riesgo de que el debilitamiento de la economía de Estados Unidos (…) tenga una repercusión negativa (…) en México”; la Secretaría de Economía ha advertido que la desaceleración estadunidense pudiera provocar una caída en la inversión extranjera en el siguiente año, y el presidente de la Bolsa Mexicana de Valores, Guillermo Prieto Treviño, ha afirmado que ese hecho se podría traducir en “una grave crisis de confianza” que acabe por afectar a la economía mexicana. La crisis del sector inmobiliario estadunidense ya se ha traducido en un estancamiento en el flujo de las remesas que los connacionales envían a sus familias en México y, a la luz de los datos difundidos por Merrill Lynch, también en pérdidas de inversiones en el mercado financiero.
En conjunto, estos elementos dan cuenta de la vulnerabilidad en que se encuentra la economía del país. Al negarlos, el gobierno mexicano pone de manifiesto una falta inaceptable del más elemental sentido económico. Es pertinente, por tanto, que el grupo gobernante comience a atender estos signos y reconozca la urgencia de reactivar el mercado interno, como una medida para contrarrestar la falta de confianza de inversionistas extranjeros y evitar una nueva crisis que tendría, a no dudarlo, graves consecuencias para la población.